Lunes. La ciudad amanecía a ritmo tranquilo, el sol apenas asomaba entre las nubes, y yo iba caminando como si tuviera alas en los pies, con una sonrisa más amplia que nunca. Después de aquel fin de semana, no había nada en el mundo que pudiera borrar la felicidad que sentía. Fyodor y yo nos habíamos reconciliado, de una manera tan intensa, tan hermosa, que ahora me parecía que cada detalle, cada esquina de la ciudad, me hablaba de ese amor que habíamos vuelto a construir. San Petersburgo, con su aire fresco y sus calles empedradas, me daba la bienvenida a la semana, y aunque había mucho que hacer, no podía evitar sentirme en una especie de nube.
Antes de dirigirme a la universidad, tenía una parada pendiente. Había prometido pasar por la pastelería y llevarle a Sigma sus pasteles favoritos. Sigma se había quedado al margen tantas veces, observando cómo me hundía y me perdía, esperando pacientemente a que yo decidiera salir de mi propio abismo. Después de todo lo que había pasado el fin de semana, después de todo lo que Fyodor me había hecho ver, ya no podía postergar más esta conversación con él. Sigma merecía una disculpa sincera, y una promesa de que, esta vez, iba a cambiar de verdad.
Llevaba una caja con doce pasteles, sus favoritos. Había pasado un buen rato eligiéndolos en la pastelería, pensando en qué tipo de perdón necesitaba expresar con cada uno. Y mientras caminaba por la ciudad hacia la universidad, con el sol ya asomando tímidamente entre las nubes, me preguntaba cómo iba a explicarle todo lo que había pasado por mi cabeza durante esos días. No era sencillo. Pedir perdón siempre se me había dado mal, pero hoy tenía que lograrlo.
Caminaba por las calles rumbo a la universidad con la caja en las manos, observando los rostros de la gente que pasaba a mi alrededor, notando cómo el ritmo de la vida volvía a encajar en su lugar. El fin de semana en la cabaña me había dado una paz y claridad que no había sentido en meses. Fyodor y yo habíamos dejado tantas cosas claras, tantas promesas silenciosas, que ahora solo podía esperar que todo se mantuviera de esa forma.
"Te quiero", pensé, sintiendo el eco de esas palabras con cada paso que daba. Había algo especial en esa tranquilidad, en ese saber que, a pesar de la distancia y el caos que habíamos atravesado, Fyodor estaba a mi lado. Y aunque ahora estuviera de vuelta en el bullicio de la ciudad, me sentía con la energía suficiente para enfrentar cualquier cosa.
El camino a la universidad era como un paseo familiar, uno que me recordaba tantos momentos: risas, charlas, incluso discusiones con mis amigos. Pero hoy, cada paso resonaba como un nuevo comienzo.
Entrar a la universidad aquel lunes fue como llegar con un nuevo aire a los pulmones. Después del fin de semana en la cabaña con Fyodor, mi ánimo estaba por las nubes, tanto que me sentía como un idiota sonriente. Mi sonrisa se ensanchaba cada vez que veía a un compañero o al personal de limpieza saludándome. Caminaba por los pasillos como si el mundo fuera un lugar más brillante de lo que había sido en mucho tiempo.
Con la caja de pasteles bien sujeta en mis manos, me dirigí al ala oeste, donde sabía que Sigma solía pasar la mañana. Mi paso era ligero, aunque, a medida que avanzaba, una leve tensión empezó a acumularse en mis hombros. Sabía que él tenía sus razones para mirarme con desaprobación; después de todo, ya había visto mis intentos fallidos de dejar las malas decisiones atrás muchas veces.
Y ahí estaba él, de pie en el pasillo, con los brazos cruzados y la expresión tensa. Cuando me vio acercarme, su mirada se endureció, aunque por un segundo me pareció ver algo más detrás de esa dureza: preocupación, quizás. Me detuve a unos pasos de él y sostuve la caja de pasteles frente a mí, como una especie de escudo o tal vez una ofrenda de paz.
—Hey, Sig —empecé, usando el apodo que solía molestarle pero que le recordaba nuestra amistad—. ¿Puedo... hablar contigo un momento?
Su mirada se mantuvo fría, y me di cuenta de que no iba a ser tan fácil. Me armé de valor, respirando hondo, y continué antes de que él pudiera decir algo.
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📚Bajo la sombra de la razón📚
FanficA veces las promesas hechas en la infancia no se olvidan, sino que se quedan suspendidas en el aire, esperando el momento adecuado para resurgir. Nikolai tenía solo ocho años cuando dejó Rusia, llevándose consigo el recuerdo de un amigo mayor que...