Capítulo 11

912 45 5
                                    

Salí del despacho de Darío sin mirar atrás, como si hacerlo significara que me caería por el precipicio que acababa de abrirse entre nosotros

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Salí del despacho de Darío sin mirar atrás, como si hacerlo significara que me caería por el precipicio que acababa de abrirse entre nosotros. Mi cabeza estaba hecha un lío, mi corazón latía más rápido de lo que quería admitir. No podía dejar de pensar en lo que acababa de pasar. En lo que él me había hecho sentir. Como si tuviera el poder de dominar cada parte de mí, incluso aquella que pensaba que podría controlar.

Cerré la puerta de mi oficina con un golpeteo suave, pero al instante me di cuenta de lo estúpida que había sido al entrar en ese juego. El teléfono vibró en mi bolso y, aunque traté de ignorarlo, algo dentro de mí me empujó a sacarlo. Un mensaje de Darío.

—Sé que estás ahí. ¿Qué vas a hacer ahora, Aitana?

El mensaje me congeló. Sentí un escalofrío recorrerme de pies a cabeza. ¿Qué iba a hacer? Eso era lo que yo me preguntaba. ¿Seguir? ¿Detenerme? Pero, ¿podía realmente detenerme ahora?

Respiré profundo y tecleé rápidamente, sin pensarlo demasiado.

—Lo que pase no depende de mí, Darío.

Al instante, un nuevo mensaje llegó.

—No mientas. Sabes que depende de los dos. ¿A dónde vas a ir ahora? Ven a verme.

Me mordí el labio. Mis dedos temblaban un poco al sostener el teléfono. ¿Iba a ceder otra vez? La respuesta parecía clara, pero no quería admitirlo. Estaba atrapada entre lo que sentía y lo que pensaba que debía hacer. Pero, al final, la curiosidad y algo más que no podía identificar me empujaron hacia él.

Me levanté, aunque me sentía como si estuviera caminando en un sueño, casi como si no pudiera controlar mis movimientos. Me dirigí directamente a su despacho sin pensarlo demasiado. Cuando llegué, la puerta estaba entreabierta. Mi corazón dio un vuelco.

Lo vi allí, de pie, con ese aire de superioridad que siempre llevaba, pero esta vez había algo diferente. Estaba sin camisa, su torso desnudo se veía impresionante bajo la luz tenue del despacho. Las cicatrices en su piel, el suave vello que se marcaba sobre sus músculos… era una visión que no pude evitar admirar. No solo me dominaba con su presencia, sino también con su cuerpo, con su poder.

Me quedé en la entrada por un segundo, intentando encontrar las palabras que necesitaba para alejarme, para salir de allí. Pero la verdad era que no quería irme.

—¿Así que vienes después de todo? Creí que tendrías miedo.— sonrió, sin mover un músculo.

Me quedé callada, incapaz de responder. Sus palabras eran provocadoras, pero también me desarmaban. Podía ver que él lo sabía.

Aitana (tratando de mantenerme firme, aunque mi voz temblara):
—No sé si esto sea una buena idea.—Treté de mantenerme firme, aunque mi voz temblara

—Aitana… sabes que esto ya no es solo una idea. Esto es algo que está sucediendo. Y no puedes evitarlo, al igual que yo.— Dijo dando un paso hacia mí, sus ojos fijos en los míos.

Mi respiración se aceleró mientras sus pasos se acercaban, cada uno de ellos quebrando la distancia entre nosotros. No podía escapar. No podía mentirme más. Algo dentro de mí quería ceder. Necesitaba ceder.

—Lo que sea que esto sea, no tiene nada que ver con el contrato, Darío.— Susurré, incapaz de detener lo que ya había comenzado?

—El contrato es solo un papel. Esto… lo que hay entre nosotros, es algo mucho más real, Aitana. Algo que no puedes controlar. Y sabes que te excita no poder hacerlo.— Su voz sonaba como desafiándome, firme pero suave.

Mi cuerpo tembló, y aunque quise resistirme, no pude. Él lo sabía. Él sabía lo que me hacía.

—No quiero seguir siendo parte de tu juego, Darío. No quiero… no quiero que esto me destruya.—Respiré con dificultad.

Darío se acercó más, su aliento rozando mi oído.

—Pero ya lo estás siendo, Aitana. Ya te has perdido en esto. Y no quiero que te detengas. Quiero que sigas. Quiero que me sigas, sin miedo.

Sentí su mano en mi rostro, suave al principio, pero con un toque de firmeza. Era como si me estuviera reclamando. El calor de su cuerpo me envolvía por completo, y en ese momento todo lo que había pensado dejar atrás desapareció. No sabía si era la falta de control o la conexión salvaje entre nosotros lo que me mantenía allí, pero sabía que ya no quería escapar.

—Lo que estamos haciendo… no está bien.—Susurré, casi sin poder creer lo que decía.

—Nunca dije que estuviera bien, Aitana. Solo dije que es lo que es. Y sé que te gusta.— Su voz sonaba baja y entrecortada.

Mis labios casi tocaron los suyos, y fue en ese instante que, en un impulso irrefrenable, nuestros cuerpos se encontraron.

Lo que sucedió después, lo que sentimos… no era solo una atracción. Era una explosión de todo lo que habíamos reprimido, todo lo que había estado creciendo entre nosotros. Y aunque no quería admitirlo, ya no podía negar que esto, lo que estábamos haciendo, era más que un contrato.

—No pienses más. Solo déjate llevar, Aitana.—Murmuró contra mi cuello, mientras sus manos recorrían mi espalda.

Me quedé sin palabras, mis sentidos nublados por el deseo, y una parte de mí finalmente se rindió a lo que sabía que no podía evitar. El contrato había dejado de ser solo un papel.

Contrato de Amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora