Rhaenyra estaba sentada en el borde de la cama de Lucerys, observándolo mientras dormía. A pesar de la paz que su rostro reflejaba en ese momento, su corazón estaba pesado por la tristeza que lo envolvía, especialmente tras la trágica noticia de la muerte de Daeron.
-Mi querido hijo. -susurró Rhaenyra, acariciando suavemente la mano de Lucerys, como si su toque pudiera transmitirle algo de consuelo.
La puerta se abrió con un suave crujido, y Jacaerys entró, su rostro marcado por la preocupación.
-Madre. -dijo en un susurro, acercándose con cautela. -¿Cómo está Lucerys?
Ella levantó la vista, sus ojos reflejando la angustia que sentía.
-Está durmiendo. Los maestres le han dado algo para calmarlo.
Jacaerys se inclinó ligeramente hacia su hermano, observando su expresión serena.
-No puedo creer que Daeron haya muerto. Era tan joven...
Rhaenyra le puso una mano en el hombro, interrumpiéndolo con un gesto suave.
-No es el momento adecuado para hablar de él ahora. Lucerys podría despertar en cualquier momento.
Jacaerys asintió, comprendiendo el significado de su mirada.
-Sí, tienes razón, madre.
Un silencio pesado llenó la habitación mientras ambos contemplaban a Lucerys, cuya respiración era suave y tranquila.
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La tristeza envolvía a Alicent como una niebla densa. Estaba sentada en el sofá de terciopelo verde, Aegon a su lado. Aunque su relación a menudo era tormentosa, en ese momento, la muerte de Daeron había eclipsado sus conflictos. El dolor de Alicent era demasiado profundo para permitir que cualquier otra cosa lo oscureciera. Aegon, con una mano sobre su hombro, le ofrecía un consuelo silencioso, más un gesto de presencia que de auténticas palabras de alivio.
Sintió una presencia en la puerta. Era Aemond, su rostro inexpresivo como siempre. Se acercó con pasos pesados que resonaron en el silencio. Intentó sonreír, pero sus labios solo se movieron ligeramente.
-Madre. -Su voz era cortante, breve, como si no quisiera perder tiempo con emociones.
-Aemond, hijo. -Su voz tembló.
Él asintió, sin ofrecer más palabras. Sus ojos, siempre fríos e impenetrables, se posaron en ella por un instante, como si estuviera evaluando su dolor.
-Lamento tu pérdida, madre. -Las palabras salieron de sus labios con un tono seco, casi distante, como si fueran un deber que debía cumplir.
Aegon, aunque no era el consuelo perfecto, permaneció a su lado, su presencia un recordatorio silencioso de apoyo fraternal en medio del caos emocional. El joven príncipe, a pesar de sus propias luchas y desacuerdos con su madre, dejaba a un lado sus problemas personales por el momento, reconociendo la gravedad de su pena.
Aemond, sin embargo, permaneció distante. Aemond asintió otra vez, pero su mirada estaba perdida en algún lugar, como si estuviera encerrado en su propia fortaleza emocional. No era un hombre de palabras, y su desasosiego ante la tristeza de su madre lo hacía sentirse aún más fuera de lugar.
-Me retiraré. -Resopló.-Si necesitan algo... Ya saben dónde buscarme.
Aemond se fue sin más. Su presencia era tan fría como el invierno, tan distante como las estrellas. No podía evitar sentir una punzada de decepción. Quería que él compartiera su dolor, que le dijera que sentía su pérdida. Pero él era un enigma, un hombre que se escondía detrás de una coraza de hielo impenetrable.
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La espada y la Perla
FanfictionLucerys, aún en duelo por la pérdida de su amado esposo, Daeron, entra en su primer celo. Su aroma, intensificado por el dolor y la confusión, cautiva a Aemond, despertando en él un anhelo irresistible.