𝓟𝓸𝓵𝓿𝓸 𝓓𝓮 𝓔𝓼𝓽𝓻𝓮𝓵𝓵𝓪𝓼

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*Prólogo*

La vida de Félix era una danza en la penumbra, un juego de sombras donde cada paso era cuidadosamente ensayado. A sus diecisiete años, el mundo que lo rodeaba vibraba con colores y risas ajenas, pero para él, todo se tornaba gris.

Caminaba por los pasillos de la preparatoria como un espectro, invisibilizado por su propia tristeza. Nadie podía imaginar que tras su sonrisa forzada se escondía un mar de inseguridades y un profundo anhelo de ser visto.

Mientras sus amigos se sumergían en sueños de futuro, Félix luchaba contra un monstruo invisible: la depresión. Era un enemigo que no dejaba huellas visibles, pero cuya carga era tan real como el peso del uniforme que se ponía cada mañana.

En casa, la dinámica familiar se movía entre risas y preocupaciones, y él, el hijo del medio, se sentía atrapado entre la amabilidad de su madre, las exigencias de su estricto padrastro y las travesuras de un hermano que iluminaba la casa con su alegría.

En la soledad de su cuarto, entre notas de música y silencios abrumadores, Félix guardaba sus secretos. La vida continuaba, pero en su interior, el polvo de una estrella en extinción cubría sus sueños, ocultando la luz que una vez brilló con fuerza.

Este es el relato de un joven que busca el camino hacia la esperanza en medio de la oscuridad, mientras lucha por encontrar su lugar en un mundo que parece olvidar su nombre.

"Capítulo 1: Mi sonrisa"

*Despertar*

El eco insistente del despertador se expandió por el cuarto sombrío de Félix, arrastrándolo desde la neblina del sueño hacia una vigilia tan fría como el amanecer. A las 6:00 a.m., la casa aún respiraba en el susurro del silencio.

Su madre ya estaría despierta, atendiendo el dolor invisible que le susurraba desde su rodilla herida. Félix se levantó con el peso de mil noches sin descanso, un cansancio que no sólo era físico, sino que anidaba en su pecho como un nudo que no sabía desatar.

Con movimientos mecánicos, se vistió con el uniforme. Camisa blanca, pantalones grises, un reflejo de monotonía que no hacía más que acrecentar la sensación de vacío en su interior.

Al echar un vistazo a la mochila que había preparado la noche anterior, por un segundo dudó si debía llevar algo más, como si un libro pudiera rescatarlo de la abrumadora carga que ya llevaba dentro.

*La partida*

A las 6:20, su padrastro lo esperaba en el coche, con el semblante rígido y las cejas fruncidas por la rutina. No hablaban mucho; la comunicación se reducía a un saludo seco y el zumbido del motor que cortaba el aire frío de la mañana.

Félix observó las calles pasar por la ventana, las casas grises y los árboles desnudos, todo fundido en una paleta monocromática que reflejaba su propio estado. Cuando llegaron a la preparatoria, Félix bajó sin decir nada, con un leve asentimiento como única despedida.

*Escuela: el escenario incómodo*

El reloj marcaba las 7:00 a.m. y el bullicio del salón parecía una tormenta que arremetía contra sus sentidos.

Las risas y conversaciones rebotaban en las paredes como ecos que no entendía ni quería escuchar. Félix se sentó en su lugar habitual, cerca de la ventana, buscando un poco de aire fresco para aliviar el calor de la ansiedad que se acumulaba en su pecho.

Sus amigos, los que solían compartir risas y bromas con él, ahora eran sólo sombras al fondo de su visión. Había dejado de contestar los mensajes, de sonreír en los encuentros, y la distancia entre ellos se había vuelto un abismo.

Las clases pasaban en una sucesión de palabras sin sentido, un ruido de fondo que lo hacía sentir aún más desconectado. Sus calificaciones reflejaban esa desconexión, con cifras rojas y comentarios preocupados de profesores que se leían en los márgenes de los exámenes como advertencias que no sabía cómo responder.

*La vuelta a casa*

La campana de las 2:10 p.m. fue una liberación. Félix salió del salón con pasos rápidos, sintiendo los ojos curiosos de algunos compañeros clavados en su espalda.

Caminó hasta la parada del camión, las calles ahora llenas de estudiantes que charlaban y se despedían con sonrisas y promesas para el fin de semana. A él lo envolvía una soledad que ninguna multitud podía romper.

El trayecto de regreso a casa era un mosaico de estaciones de radio y paisajes familiares. Tres camiones, cada uno más ruidoso y abarrotado que el anterior, hasta que la ruta finalmente lo dejó a unas calles de su hogar. Cuando llegó, el reloj ya marcaba las 3:30 p.m., y el agotamiento pesaba como plomo.

*La calma aparente*

Entró en la casa y saludó a su madre con un gesto leve. Ella le sonrió desde la mesa de la cocina, con esa mirada que siempre cargaba un poco de preocupación.

Félix subió a su cuarto, dejó la mochila en el suelo y se tiró en la cama, hundiéndose en el colchón con los audífonos puestos. La música le envolvió, una barrera suave que lo aislaba del mundo por un momento.

Después de un tiempo, la voz de su madre lo llamó a comer. Félix bajó, se sentó en la mesa y comió en silencio mientras su madre hablaba de pequeñas cosas, de la rodilla que no mejoraba y del hermano menor que había hecho otra travesura en la secundaria.

Él asintió y sonrió lo justo, cuidando de que nadie notara lo que realmente llevaba dentro.

*El cierre del día*

La tarde se desvaneció entre libros abiertos y tareas que se acumulaban como un reto imposible. Cuando la noche finalmente cubrió la casa, Félix cenó, se lavó los dientes y volvió a su cuarto. Se acostó, dejando que el silencio llenara el espacio. Cerró los ojos, esperando que el sueño lo reclamara, aunque sabía que la madrugada le haría compañía por más tiempo del que deseaba.

"Nadie escucha el grito de una estrella que se apaga."

Esta historia esta basada en hechos reales

Fin del Capítulo 1...

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