como nos conocimos

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Había sido un día largo y agotador en el trabajo para Gabriel. Tras una semana llena de reuniones interminables y noches de insomnio, decidió hacer algo que rara vez se permitía: salir de su rutina y visitar el pequeño café en el centro de la ciudad. Un lugar acogedor y con un encanto especial que siempre veía desde el autobús, pero en el que nunca se había detenido.

Mientras esperaba su café, alguien le empujó ligeramente por accidente. Al voltear, se encontró con unos ojos marrones cálidos y una sonrisa tímida que rápidamente le dijo: "Perdón, soy un poco torpe a veces." El hombre, de cabello despeinado y una camisa de cuadros que le daba un aire informal y atractivo, le extendió la mano y se presentó: "Soy Leo."

Gabriel, sorprendido por la amabilidad en esa breve interacción, sonrió y aceptó el apretón de manos. "Gabriel," respondió. Por alguna razón, no pudo evitar sentir un cosquilleo que no recordaba haber experimentado en años.

Al escuchar su nombre, Leo le ofreció una sonrisa sincera y comenzó a hacerle preguntas sobre su día, sobre qué lo había llevado al café esa tarde. En pocos minutos, la conversación fluyó de una manera inesperada; era como si ambos se conocieran desde siempre. Entre risas y anécdotas compartidas, Gabriel olvidó el estrés y la fatiga, y comenzó a pensar que tal vez aquel encuentro accidental no era tan casual como parecía.

Después de eso Gabriel se empezó a sentir mucho más feliz con Leo
Después de su primer encuentro en el café, Gabriel y Leo comenzaron a verse más seguido. Al principio, eran encuentros casuales: una invitación a tomar un café después del trabajo, una caminata por el parque los fines de semana o incluso una salida espontánea a un pequeño mercado de artesanías que a ambos les encantaba.

Lo que empezó a unirlos era lo fácil que parecía fluir la conversación entre ellos. Con cada charla, descubrían gustos y perspectivas similares, aunque también aprendían a respetar sus diferencias. Gabriel, siempre meticuloso y reservado, hallaba en Leo una chispa de espontaneidad que le recordaba lo importante de disfrutar las pequeñas cosas. Por su parte, Leo admiraba el enfoque sereno y reflexivo de Gabriel; era como si siempre supiera qué decir para calmarlo y hacerlo sentir comprendido.

Los encuentros se volvieron más frecuentes y pronto sus conversaciones se alargaron hasta la madrugada. Comenzaron a contarse las cosas que no compartían con nadie más: los sueños, los miedos y las pequeñas frustraciones del día a día. Leo encontró en Gabriel un refugio donde podía ser él mismo sin reservas, mientras que Gabriel descubría en Leo una fuente de energía renovada, alguien que lo motivaba a salir de su zona de confort.

Un día, durante una de esas noches en las que hablaban hasta el amanecer, ambos se quedaron en silencio por un momento, sin saber muy bien qué decir. Era como si las palabras fueran insuficientes para expresar la conexión que sentían. Leo, sin pensarlo demasiado, tomó la mano de Gabriel y le dio un pequeño apretón. Gabriel, sin soltarla, sonrió con una mezcla de timidez y gratitud.

Ese gesto marcó un antes y un después. Ya no había duda de que había algo especial entre ellos, algo que había crecido de manera natural, casi sin que se dieran cuenta. Desde ese día, la relación de Gabriel y Leo dejó de ser solo una amistad y se transformó en un lazo profundo y sincero, uno que ambos sabían que no podían ignorar.

Juntos, comenzaron a construir una historia que no necesitaba etiquetas ni promesas, solo el deseo de compartir momentos y disfrutar de cada instante. Sabían que el amor que surgía entre ellos era algo especial, una conexión que ambos estaban dispuestos a proteger y hacer crecer cada día.

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