Prólogo

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Verano del segundo año de secundaria. Festival de Verano de Tokio. Mizuki había decidido vestir un hermoso yukata color lila que resaltaba el color de sus ojos. Le pidió a su madre que le hiciera un peinado recogido, y que lo adornara con un accesorio en forma de palillo con una flor en uno de los extremos. Por último, se colocó sus pendientes favoritos. Eran pequeños, pero la piedra del centro era del mismo color que sus ojos. En aquel entonces, pensó que no podría verse más hermosa; ni siquiera creyó que el día de su boda podría superar lo bien que se veía.

Junto a su hermano Suguru, caminaron hasta el festival de verano. Estaban ansiosos por los puestos de comida y el juego de pesca, en el que siempre competían. El año anterior, se habían llevado un pez dorado cada uno a casa. Aún los conservan, pero pensaron que ir expandiendo la pecera sería una buena idea.

Al llegar al festival, sus ojos se encontraron con un chico alto de cabello blanco en un yukata azul. Se robaba la mirada de algunas de las jóvenes que pasaban por su lado; aunque ninguna se atrevía a acercarse a él para dirigirle la palabra. Una sonrisa se dibujó en él al ver a sus amigos, pero se esfumó tan pronto vio que Suguru lo había traicionado al no usar un yukata. Era la primera vez que Mizuki lo veía sonrojarse debido a la vergüenza, Satoru solía ser más relajado e infantil, por lo que pocas cosas lo hacían avergonzarse.

Satoru era conocido por ser bien parecido. A su corta edad, ya había recibido más confesiones de las que podía contar, incluso de chicas que eran otras escuelas secundarias. Cuando se recibe atención, se odia o se ama; Satoru es del tipo que la ama, siempre y cuando no sobrepasen sus límites.

Las luces, los aromas de la comida, y el bullicio del festival los envolvían. Puestos de takoyaki, udon, e incluso manzanas acarameladas les hacían aguar la boca. Querían comerlo todo y jugar en todos los puestos.

Sin embargo, al igual que todos los años, el protagonista es el espectáculo de fuegos artificiales. Mizuki no era fan de los fuegos artificiales. El sonido de estos explotando en el cielo la hacían sobresaltar y no podía evitar preocuparse por los animales de corazón débil. Por esa razón, siempre que veían eventos como ese, Mizuki sostenía la mano de algún familiar.

Justo cuando este estaba por comenzar, Suguru corrió en dirección de los baños. Le habían advertido de que los fideos de udon eran picantes, pero él se había reído al considerarlo un reto. Y estaba claro que había perdido. 

Mizuki esperaba que su hermano no tardara, pues los fuegos artificiales estaban por comenzar, y ella no tenía a quién tomar de la mano. Podría pedírselo a Satoru, pero no se sentía con la suficiente confianza para hacerlo. Claro, lo conoce desde que ella estaba en quinto de primaria, pero realmente no habían hablado mucho hasta entonces. Sus conversaciones tampoco eran largas. El único gesto que compartían era que Satoru le regalaba paletas de dulce a Mizuki siempre que se veían.

Sin embargo, tan pronto lanzaron el primer fuego artificial, sus manos fueron a cubrir sus orejas. Apretó sus ojos con fuerza y se sobresaltó ante el gran estruendo que causaban. Si bien creía que se veían hermosos, el sonido de esos no la dejaba disfrutar de la vista. Le gustaba ser los diferentes colores y patrones que podían observarse en el cielo oscuro. Si tan solo el sonido no la asustara, sabe que podría divertirse más.

Sus ojos se abrieron en sorpresa al sentir unas manos sobre las suyas, ayudando a disminuir el sonido del espectáculo. Lo primero con lo que se encuentra son los ojos de Satoru, quien se ha agachado para quedar a su estatura, brillando bajo el destello lejano de los fuegos artificiales. En medio del estruendo y el caos de colores en el cielo, sus ojos parecen una calma infinita, dos gemas azules que la miran con suavidad y firmeza.

Esos ojos, tan etéreos y cautivadores, parecen hablarle en silencio, susurrando promesas de seguridad y de que, mientras él esté cerca, el ruido del mundo no podrá alcanzarla. Cada parpadeo es un latido tranquilo, y en esa breve conexión, ella siente que el miedo se disuelve, como si el universo entero se hubiera detenido solo para ese instante. 

FRI(END)S | Gojō S.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora