El viejo Tomas

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El ambiente en la casa era tenso mientras Tomás se acomodaba frente a Mike, Elizabeth y Miguel. Cada uno de ellos lo miraba con desconfianza, pero también con una esperanza latente de obtener respuestas. Tomás se veía agitado, como si las palabras estuvieran atrapadas en su garganta, luchando por salir.

—He pasado años investigando esta casa —comenzó Tomás, su voz baja pero firme—. Después de que El Hombre apareció por primera vez, hubo múltiples desapariciones y fenómenos que muchos atribuyeron a supersticiones... pero yo sé que es real. Yo... perdí a mi hermana aquí.

Mike, Miguel y Elizabeth intercambiaron miradas. La historia de Tomás parecía resonar con la propia de Alam: más tragedias, más víctimas atrapadas en la red del horror de El Hombre.

—¿Qué pasó exactamente con ella? —preguntó Elizabeth, su tono suave pero firme.

Tomás miró el suelo antes de responder, su rostro arrugado por el dolor de antiguos recuerdos.

—Mi hermana, Ana, solía trabajar en este vecindario. Una noche, decidió investigar por su cuenta esta casa, atraída por rumores y leyendas que la fascinaban. Nunca volvió a salir. Al día siguiente, la policía encontró su chaqueta y sus pertenencias afuera, pero no había ni rastro de ella. Los detectives cerraron el caso rápidamente, como si no les importara. Pero yo... yo nunca dejé de buscar.

—Y por eso has estado investigando todo este tiempo —comentó Miguel, tratando de unir las piezas.

—Así es. Con los años, fui descubriendo la verdadera naturaleza de El Hombre y su conexión con esta casa —continuó Tomás—. Los registros indican que es una especie de entidad que se nutre del dolor y del miedo, una figura que en vida buscaba algo más allá de la muerte. Mi teoría es que quiere vengarse de quienes osan habitar esta casa, y en particular... creo que Mike tiene una conexión con él. El Hombre te busca porque ve en ti una oportunidad, una especie de sucesor, alguien que podría continuar su legado.

Mike sintió un escalofrío recorrer su espalda. La idea de ser perseguido por un espíritu sediento de venganza y dolor era casi demasiado para soportar.

—¿Pero por qué yo? —preguntó Mike, su voz temblando—. No entiendo cómo tengo algo que ver con él.

—Quizás no se trata de algo que hayas hecho conscientemente —dijo Tomás, su mirada penetrante—. Pero la historia familiar que traes, el sufrimiento que has vivido... todo eso te hace vulnerable. El Hombre busca a alguien cuya vida haya sido marcada por la pérdida y el dolor, alguien que pueda empatizar con su miseria.

—Y no puedo dejar que me controle —afirmó Mike, apretando los puños—. No voy a permitir que eso suceda.

Elizabeth colocó una mano en el hombro de su esposo, tratando de brindarle apoyo. Miguel también asintió, dándole una mirada de solidaridad.

—Si estás dispuesto a ayudarnos, Tomás —dijo Miguel, inclinándose hacia él—, necesitamos toda la información que tengas. Cada detalle cuenta.

Tomás asintió y sacó una libreta arrugada de su bolso. Las páginas estaban llenas de notas, dibujos de marionetas y diagramas de la casa.

—Esta casa tiene un diseño peculiar —explicó, mostrando un esquema que parecía un mapa de los diferentes pisos y habitaciones—. Hay pasillos ocultos y habitaciones que nadie ha usado en años. Según mis investigaciones, hay una cámara antigua bajo esta misma oficina, más profunda en el subsuelo. Esa cámara se usaba para rituales oscuros. Y lo que es más inquietante, parece que El Hombre se manifiesta con mayor fuerza en ese espacio.

—¿Estás diciendo que debajo de esta oficina hay una especie de santuario o... altar? —preguntó Elizabeth, incrédula.

—Exactamente. Si logramos encontrarlo y destruir lo que sea que lo une a este lugar, podríamos debilitar su influencia —respondió Tomás—. Pero no será fácil. Está custodiado... por marionetas. Aquellas marionetas que has visto en las habitaciones no son solo objetos inanimados; son sus protectores.

Mike y Miguel se miraron, ambos conscientes de los riesgos pero dispuestos a enfrentarlos.

—Entonces, ¿qué propones? —preguntó Miguel, su mirada seria.

—Primero, tenemos que hacer un reconocimiento. Bajaremos a ese nivel, identificaremos el altar y colocaremos cámaras para monitorear cualquier actividad antes de hacer algo drástico. No queremos provocarlo sin saber en qué estamos metidos.

Elizabeth miró a Mike, preocupada.

—¿Estás seguro de que esto es lo que debemos hacer? Es peligroso.

—No podemos seguir huyendo de esto, Liz —respondió Mike, con una mezcla de determinación y cansancio en su voz—. Si no lo enfrentamos ahora, nunca encontraremos paz.

Después de un silencio cargado de tensión, el grupo acordó bajar al nivel más profundo de la casa. Se prepararon con linternas, herramientas y un par de cámaras extra, que Miguel había traído. Tomás los guió hacia una pequeña puerta oculta detrás de un viejo estante en la oficina, una puerta que nunca antes habían notado. Detrás de ella, una estrecha escalera descendía hacia la oscuridad.

Cada paso que daban parecía resonar en el vacío, amplificando la sensación de que estaban descendiendo al mismo corazón de la maldad. Finalmente, llegaron a una pesada puerta de madera, cubierta de grabados que parecían siglos de antigüedad. La empujaron lentamente, revelando una habitación sombría y húmeda.

En el centro de la habitación, un altar de piedra cubierto de velas y figuras de marionetas los observaba con ojos vacíos y burlones. Cada una parecía cobrar vida con su llegada, como si los reconocieran.

—Este es el lugar... —susurró Tomás, señalando el altar con la cabeza.

El silencio era casi ensordecedor, pero de pronto, una marioneta alta y delgada, vestida como un viejo caballero, se deslizó fuera de las sombras, empuñando una cuchilla oxidada en su mano de madera. La figura se movía con una lentitud aterradora, cada paso crujía en el suelo polvoriento.

—¿Listos? —preguntó Miguel, levantando su linterna en una mano y un palo en la otra.

Mike asintió, con el hacha firme en su mano. La marioneta caballero los observó, como evaluando su determinación, y luego se lanzó hacia ellos con un chillido inhumano.

Miguel y Mike bloquearon el avance de la marioneta, mientras Elizabeth retrocedía, enfocando su cámara en el altar. Tomás, en cambio, estudiaba frenéticamente los símbolos en el altar, intentando descifrar su propósito.

—¡Aguanten! —gritó Miguel mientras golpeaba la marioneta con el palo, apenas logrando desviar el ataque.

Mike balanceó su hacha, logrando hacer retroceder a la marioneta unos centímetros. Cada golpe parecía resonar con más fuerza, y la sensación de ser observados por una fuerza invisible se intensificaba.

En medio de la batalla, Tomás logró identificar algo en el altar: un símbolo tallado profundamente en la piedra, una especie de llave grabada en un círculo. Era la marca de El Hombre, un símbolo que representaba el poder que ejercía sobre sus marionetas y su conexión con la casa.

—¡Si destruimos este símbolo, su influencia disminuirá! —gritó Tomás, señalando el grabado en el altar.

Mike y Miguel intercambiaron una mirada de determinación, y, aprovechando un momento de distracción de la marioneta, Mike se lanzó hacia el altar, alzando el hacha por encima de su cabeza.

Con un último grito de esfuerzo, Mike descendió el hacha, partiendo el símbolo grabado. Un sonido ensordecedor, como de cientos de gritos contenidos, estalló en el aire, y la marioneta caballero se desplomó en el suelo como si toda la vida se le hubiera escapado.

Un extraño silencio llenó la habitación. Miguel, Elizabeth y Tomás miraron a Mike, sus rostros reflejando alivio y asombro.

Al lado de los monitores en la oficina, el reloj marcaba las seis. Estaba amaneciendo.

Mike se acercó a su esposa, revisándola con preocupación.

—¿Estás bien? —preguntó, su voz cargada de ternura.

Elizabeth asintió, aunque el cansancio era evidente en su rostro.

—Gracias a ti —susurró, abrazándolo con fuerza.

help me the revenge of the puppetsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora