La mañana se desplegaba con una tranquilidad engañosa. Apenas horas antes, aquellos chicos que ahora compartían un café conmigo habían sido los autores de un horror inimaginable: 11 jóvenes asesinados. Sin embargo, su rostro no reflejaba ningún rastro de culpa. Vestidos con ropa limpia y sonriendo con naturalidad, parecían ciudadanos respetables, lejos de la sombra de la muerte que los acompañaba.
Sabía que mis padres no estarían en casa, y aunque lo estuvieran, no me preocuparía. Nuestra relación era de mutuo desinterés. Ellos vivían su vida, y yo la mía. No había expectativas ni responsabilidades. Me gustaba así, libre de explicaciones y justificaciones.
Sé que no es justo culpar a mis padres por mi actitud, pero no puedo evitarlo. Su ausencia constante y el pésimo ejemplo que me dieron cuando estábamos juntos, me han dejado una marca que no se borra fácilmente. La gente dice que los padres no son responsables de los errores de sus hijos, pero en mi caso, creo que sí lo son. Su negligencia y falta de guía me han llevado por caminos que no hubiera recorrido de otro modo.
La ironía es cruel. A los 19 años, siento que he superado la edad de la inocencia, pero la ley aún me considera un menor. La mayoría de edad a los 21 años parece un obstáculo.
En la historia...
-No te preocupes, Linda -dijo Min con una sonrisa-, nosotros también somos menores. Excepto ese idiota -señaló a John con un gesto-, que ya cumplió 23. Pero como puedes ver, aquí no importa lo que digan nuestros padres.
-Exacto -intervino Natalie con una mirada desafiante-, si no pudieron proporcionarnos una crianza decente, entonces no tienen derecho a opinar sobre nuestras decisiones.
-Sí, pero yo aún vivo con ellos -dije, exasperada-. Y seguramente me saldrán con esa frase cliché: "Mientras vivas bajo nuestro techo, harás lo que te digamos".
John se encogió de hombros. -Podrías irte -sugirió, como si fuera la solución más sencilla.
-Desde que nos unimos a este juego, dejamos de vivir con nuestros padres -dijo Min con una sonrisa enigmática-. No necesitamos nada de ellos. ¿Sabes la cantidad de dinero que nos pagan por hacer cosas tan simples?
Su voz era baja y conspirativa, como si estuvieran compartiendo un secreto prohibido.
Recibían un pago cuatrimestral por participar en el juego, pero también había otras "actividades" que les generaban ingresos adicionales. Actividades que eran cuestionables, tanto desde un punto de vista legal como moral y ético.
Su independencia y riqueza eran irresistibles. Mientras yo estaba atrapada en una vida sin alegría junto a mi familia, ellos habían encontrado una forma de vivir sin cadenas. ¿Por qué no unirme a ellos? No parecía una mala idea.
Me explicaron que su recompensa provenía de una mafia extremadamente poderosa, liderada por una enigmática mujer. Su organización encontraba diversión en este juego macabro, y ellos eran los ejecutores. Pero lo que realmente me intrigaba era ¿por qué lo hacía ella? ¿Cuál era su motivación para financiar y orquestar este juego de vida o muerte?
Ahora entendía mejor el juego. Era una diversión sangrienta para satisfacer a los mafiosos, que se llevaba a cabo en ciudades de todo el mundo. Pero, ¿por qué? La respuesta era aterradora: los mafiosos locales apostaban por una "presa" específica, convencidos de que sobreviviría, e invertían millones de dólares en su apuesta.
Me sentí un objeto, un simple vehículo para la ganancia de otros. Y alguien había apostado por mí, pensando que sería la sobreviviente. Me estremecí al pensar en la cantidad de dinero que habían puesto en juego, y en la suerte que había tenido.