El coche avanzaba lentamente por la ciudad, y yo, sentada al lado de Darío, trataba de calmar la tormenta que llevaba dentro. Aún sentía el eco de lo que había sucedido en la oficina. El beso, la tensión, la cercanía... Había sido tan intenso que, por un segundo, me olvidé de todo lo demás. Y ahora, aquí estábamos, volviendo a la realidad.
Mi mente seguía en una especie de limbo, suspendida entre lo que había sido y lo que podría ser. Mi corazón, por otro lado, aún palpitaba con fuerza cada vez que pensaba en Luna, su "mami" susurrado con la misma inocencia con la que me había llamado por primera vez. ¿Qué significaba eso? ¿Qué significaba para mí, para Darío, para ella?
La ciudad pasaba rápidamente, pero en mi mente todo estaba en cámara lenta. Cada semáforo, cada giro, cada calle, me parecía irrelevante comparado con lo que acababa de suceder. Porque ya nada volvería a ser lo mismo. Había algo nuevo, algo más grande, y estaba a punto de atravesarnos por completo.
Miré a Darío de reojo. Su rostro serio, sus manos al volante, su concentración. Él parecía calmado, como si todo lo que había pasado entre nosotros fuera solo un pequeño desliz, algo que se podía dejar atrás. Pero yo no podía dejar de pensar en lo que implicaba todo eso. No solo lo que había compartido con él, sino lo que esa pequeña palabra, “mami”, había desatado en mi pecho.
El coche giró hacia su calle, y el sonido del motor parecía el único ruido en la noche. El resto de mi mente era un caos, y aún así me sentía incapaz de preguntar lo que realmente quería saber: ¿Qué significaba esto para nosotros? ¿Para él?
Cuando estacionó frente a su casa, me quedé unos segundos en silencio, mirando la entrada. No era solo un hogar. Era su hogar. Era un espacio que estaba marcado por la presencia de Luna, por su hija, por todo lo que representaba para él.
—Ya llegamos… —dijo Darío, su voz tranquila, como si no hubiera pasado nada de lo que había sucedido en la oficina. Era como si todo estuviera bajo control, pero yo sabía que no podía estar tan seguro.
Cuando salí del coche, me sentí insegura, como si el suelo estuviera demasiado cerca de mi piel, demasiado real. Me tomó de la mano, como si todo esto fuera lo más normal del mundo. Y, de alguna manera, me tranquilizó.
Entramos a la casa en silencio. Todo estaba tan cálido, tan acogedor. No era un lugar que gritara "perfecto", pero había algo en cada rincón que decía que aquí vivía una familia. Su familia. La niña que me había llamado "mami", y él, tan distante en sus palabras, pero tan presente en cada uno de sus gestos.
Me quité los zapatos y seguí a Darío hasta la cocina, donde abrió la nevera sin decir palabra. Yo me quedé allí, observándolo, pensando en todo lo que había pasado. La pregunta que llevaba rondando en mi mente desde que salí de la oficina se hizo más fuerte. Tenía que saberlo, aunque no estaba segura de cómo preguntarlo.
Finalmente, no pude más.
—¿Y ahora qué? —mi voz salió más baja de lo que pretendía, cargada con la ansiedad que llevaba dentro.
Darío se giró hacia mí, su expresión seria, pero sus ojos, esos ojos oscuros y profundos, me miraron con una intensidad que no supe cómo leer. Durante un momento, solo quedamos allí, en un silencio lleno de promesas y dudas no dichas.
—Ahora… —dijo, con una pequeña sonrisa que no alcanzaba a llegar a sus ojos—, puedes volver a trabajar en mi oficina.
Mi corazón dio un salto. No esperaba esas palabras. Miré a Darío, buscando alguna pista en su rostro, algo que me dijera que no estaba tomando esto a la ligera, pero él parecía completamente tranquilo, casi como si fuera lo más natural del mundo.
—Era solo una prueba —añadió, como si fuera una aclaración simple, pero que me dejó sin aliento.
¿Una prueba? ¿Qué significaba eso? ¿Una prueba para ver si podíamos trabajar juntos, o una prueba para ver si podíamos estar juntos más allá de lo físico, más allá de lo que acabábamos de compartir? ¿Cómo podía ser todo tan sencillo para él?
No supe qué decir. La sorpresa, la confusión, el peso de sus palabras me dejaron en shock. El aire entre nosotros cambió, pero no supe si para bien o para mal. Darío parecía tan seguro de lo que quería, de lo que esperaba. Y yo, yo solo quería entender.
Me acerqué lentamente, buscando alguna respuesta en sus ojos, y aunque mi mente seguía haciendo preguntas, mis labios simplemente susurraron:
—¿Qué quieres de mí, Darío?
Él se quedó mirándome, como si evaluara mis palabras. Y entonces, sin previo aviso, se acercó y me besó. Un beso suave, profundo, como si me estuviera respondiendo sin palabras. Su manera de besarme me dijo más de lo que él podría haber dicho en mil frases.
Cuando nos separamos, me miró de nuevo, pero esta vez sus ojos no eran tan fríos ni tan calculadores. Había algo más en ellos, algo vulnerable.
—Quiero que estés aquí, Aitana —respondió, su voz más grave ahora, más sincera. —Quiero que seas parte de esto. De nosotros.
Mi corazón se aceleró. Esa frase, "de nosotros", me resonó en la cabeza, y sentí que el mundo a mi alrededor se desmoronaba y se reconstruía al mismo tiempo. Porque aunque no tenía todas las respuestas, sabía que estaba a punto de entrar en algo más grande que yo misma.
Una parte de mí quería dar un paso atrás, protegerme, pero la otra sabía que ya no podía. Todo lo que había sucedido entre nosotros, todas las emociones que estaban naciendo, ya no se podían detener.
Y ahora, solo me quedaba decidir si estaba dispuesta a seguir ese camino con él, a enfrentar lo que significaba ser parte de su vida, de la vida de Luna, de lo que venía para nosotros. No sabía si estaba lista, pero algo me decía que no quería dejarlo ir.
Pero en ese momento, lo único que sabía con certeza era que, de alguna manera, había cruzado una línea que ya no podía deshacer.
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Contrato de Amor
RomanceAitana jamás imaginó que fingir ser la esposa de su jefe, el misterioso y solitario Darío Valmont, la llevaría a un mundo lleno de secretos. Entre miradas prohibidas y una pequeña niña que despierta su instinto maternal, Aitana descubre que este con...