Me sentía extraño. Mi cuerpo estaba tenso, como si estuviera atrapado en un espacio entre lo que había sido y lo que podría ser, pero lo peor era la confusión en mi mente. Aitana estaba aquí, cerca, con Luna entre nosotros, como una pequeña barrera de inocencia que aún no entendía el peso de las palabras que estábamos a punto de decir. No era solo una conversación más. No podía seguir fingiendo que todo esto era solo un trato o una casualidad. Ya no.
La veía ahí, con su sonrisa tranquila y su mirada segura, acariciando a Luna como si el destino le hubiera puesto en su camino para ser esa figura materna que yo nunca había imaginado. Me costaba mirar hacia otro lado. Lo que sentía por ella no era algo sencillo de explicar. Ni siquiera sabía cómo había llegado a esto.
Mi mente me decía que debía controlarme, que debía mantener la distancia, que todo esto debía ser solo una etapa, pero mi corazón me gritaba algo completamente diferente. El nudo en mi estómago lo decía todo. Ya no podía vivir con la duda de si era solo un acuerdo, solo un trato. Tenía que decírselo.
—Aitana... —mi voz salió más baja de lo que había esperado. Me acerqué a ella, sintiendo el aire más pesado a cada paso. Luna, sin darse cuenta de nada, seguía distraída con su juguete, ajena a lo que estaba por suceder—. Necesito que me escuches. No puedo seguir con esto si no te lo digo.
Aitana levantó la vista, como si esperara que lo dijera. Pero había algo en su mirada que me desarmaba. Como si ella también estuviera esperando que la verdad saliera a la luz.
—Te escucho, Darío —respondió con una serenidad que me inquietó, pero también me dio una extraña calma.
Me quedé en silencio por un momento. Las palabras me quemaban en la garganta, pero no podía seguir callando. Todo lo que había estado evitando, todo lo que había ignorado, necesitaba salir ahora.
—Lo que comenzó como un trato… —mi voz tembló un poco al decirlo—… no era solo un trato para mí.
Aitana no dijo nada, solo me miró, esperando a que continuara. Sus ojos estaban fijos en mí, llenos de esa comprensión que siempre me dejaba sin palabras. Pero esta vez no era solo comprensión. Había algo más. Algo que me impulsaba a seguir hablando.
—Desde el principio, no podía evitarlo, Aitana. No podía evitar lo que siento por ti. Y no hablo solo de lo que me haces sentir como hombre… Hablo de lo que me haces sentir como persona.
Mis manos empezaron a temblar. No sabía si estaba haciendo lo correcto, pero ya no podía echarme atrás. No cuando la veía mirándome con esos ojos llenos de paciencia y amor.
—Cuando te vi con Luna, algo cambió. Vi lo que realmente eres. Y no solo lo que puedes ser para ella. Lo que eres para mí.
Aitana abrió la boca, pero la detuve levantando la mano, casi temeroso de que si me interrumpía, perdería el valor que me había costado reunir.
—No sé en qué momento, ni cómo exactamente, pero... te amo, Aitana. Te amo de una forma que me asusta. De una forma que no puedo controlar.
Las palabras flotaron en el aire, y por un momento el tiempo se detuvo. No supe si lo había dicho demasiado rápido, si lo había dicho con la suficiente claridad. Pero, al mirarla a los ojos, vi que no necesitaba que explicara más. Ella ya lo sabía. Y algo en su rostro me dio la respuesta que había estado esperando.
Aitana me miró, y por primera vez, su expresión cambió. La serenidad se desvaneció, y me sorprendió ver una chispa de vulnerabilidad en sus ojos. Sus labios temblaron ligeramente, pero su voz era firme cuando habló.
—Yo también te amo, Darío —dijo con una dulzura que me arrancó el aliento—. Y sé que lo que estoy sintiendo no es solo una reacción, no es solo un impulso. Sé lo que quiero, y lo que quiero es estar contigo. Para siempre.
El nudo en mi garganta se disolvió en ese momento. Pero algo más comenzó a nacer dentro de mí. Algo que no había planeado, pero que era inevitable. La urgencia de no perderla.
No era solo un trato. No podía ser solo un trato.
Me acerqué más a ella, sintiendo que la distancia que quedaba entre nosotros ya no tenía sentido. Sin pensarlo, tomé sus manos y la miré con una intensidad que me sorprendió a mí mismo.
—Aitana... —mi voz sonó más firme esta vez—. Ya no quiero que esto sea solo un trato. Quiero que sea real. Quiero que tú seas mi esposa. No como parte de un acuerdo, no por obligación. Sino porque te amo. Porque quiero que seas parte de mi vida de la forma más plena y real que existe.
La sorpresa en sus ojos era evidente, pero su sonrisa comenzó a formarse lentamente, como si estuviera esperando que lo dijera. Como si todo lo que había hecho hasta ahora no fuera solo una casualidad, sino una preparación para este momento.
—¿Estás seguro? —preguntó, su voz temblando apenas, como si también estuviera procesando lo que acababa de suceder.
Asentí sin dudarlo, sin pensar en las consecuencias ni en los miedos que aún rondaban mi cabeza.
—Sí, estoy seguro. Aitana, te amo. Y quiero que seas mi esposa.
Hubo un largo silencio entre nosotros. Luna seguía en su mundo, ajena a lo que acababa de suceder. Pero yo no necesitaba que ella lo entendiera ahora. Solo necesitaba saber que Aitana lo había entendido. Que, al igual que yo, estaba lista para dar ese paso. Para tomar esa decisión.
Aitana respiró profundamente, y luego sonrió. Una sonrisa que me hizo sentir que, por fin, todo encajaba.
—Sí, Darío. Sí.
El mundo entero dejó de importar. Había dado el paso más importante de mi vida, y lo había hecho con ella. Y aunque no sabíamos lo que el futuro nos deparaba, algo en mi pecho me decía que, con Aitana a mi lado, nada podría salir mal.
Era el comienzo de algo real. De algo que no necesitaba ser explicado, porque ya lo sabíamos los dos.
Y con eso, todo lo demás se desvaneció. Ya no importaba el trato. Ya no importaban las promesas vacías. Solo importaba ella. Y yo. Y lo que podíamos construir juntos.
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Contrato de Amor
RomanceAitana jamás imaginó que fingir ser la esposa de su jefe, el misterioso y solitario Darío Valmont, la llevaría a un mundo lleno de secretos. Entre miradas prohibidas y una pequeña niña que despierta su instinto maternal, Aitana descubre que este con...