Dos

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Franco no dejaba de pensar en Valentina. Habían pasado un par de días desde el evento de caridad, pero la imagen de su mirada desafiante y su sonrisa enigmática seguían presentes en su mente. Para alguien acostumbrado a la adrenalina y al peligro, resultaba extraño que algo tan simple como una conversación pudiera dejarlo así. Había conocido a muchas mujeres, pero ninguna que desafiara cada palabra suya con la misma determinación.

Entonces, cuando recibió la invitación para otro evento benéfico esa misma semana, en el mismo lugar, no lo pensó dos veces. Era probable que Valentina también asistiera, y no iba a dejar pasar la oportunidad de volver a verla.

La noche del evento, Franco llegó temprano, con una ligera ansiedad que trató de ocultar tras su postura confiada. Sus ojos recorrían el lugar, buscando esa figura conocida. Finalmente, la vio, y su corazón dio un salto. Valentina estaba al otro lado del salón, de pie junto a una mesa, conversando con un par de personas. Esta vez, su vestido era negro, sencillo pero elegante, y el cabello caía suelto sobre sus hombros, enmarcando su rostro con un aire de misterio.

Franco tomó una copa de vino y se dirigió hacia ella. Esta vez, no iba a perder la oportunidad de provocar una reacción.

—¿No te cansas de estas galas? —preguntó, acercándose por detrás.

Valentina giró lentamente, y al reconocerlo, sus ojos mostraron una mezcla de sorpresa y molestia.

—Y vos, ¿no te cansas de seguir metiéndote donde no te llaman? —dijo con voz fría, pero sus ojos brillaban de una forma que lo desafiaba a seguir.

Franco sonrió, disfrutando el juego.

—Digamos que tengo debilidad por los eventos benéficos. Aunque, esta vez, también vine para encontrarme con alguien en particular.

Ella arqueó una ceja, sin dejarse impresionar.

—No pensé que fueras tan altruista.

Franco soltó una leve carcajada.

—Quizás no lo soy tanto, pero el mundo necesita algo de emoción. Y vos pareces ser una buena fuente de eso.

Valentina soltó una pequeña risa, pero rápidamente se recompuso.

—¿Siempre hablas jodiendo o tenes algo serio que decir?

—Ah, ¿te gustaría conocer mi lado serio? —Franco inclinó la cabeza, acercándose un poco más a ella.

Ella no retrocedió; al contrario, lo enfrentó con la misma firmeza.

—A decir verdad, no tengo tiempo para tus juegos. Algunos de nosotros trabajamos de verdad, ¿sabías? No todos vivimos de la adrenalina y el ruido de los motores.

Franco ladeó la cabeza, intrigado. Había algo en su tono que revelaba más de lo que ella pretendía. Sus palabras eran afiladas, pero sus gestos la traicionaban; podía notar un leve rubor en sus mejillas y una rigidez en sus hombros que dejaban entrever que, a pesar de su aparente dureza, no era completamente inmune a él.

—Te subestimas, Valentina. Creo que hay algo más detrás de esa fachada, pero, claro, no sos de las que se abren fácilmente, ¿o me equivoco? —La miró, desafiándola con una intensidad que pocas personas habían podido sostener.

Valentina lo miró fijamente, en silencio por un momento, como si considerara la posibilidad de responderle sinceramente. Pero, en lugar de eso, suspiró y desvió la mirada, como si el juego hubiera perdido su interés.

—No tengo por qué explicarte nada, Franco. —dijo, intentando sonar indiferente, pero el brillo en sus ojos decía otra cosa—. Así que, si viniste buscando alguna historia interesante, te decepcionará.

Franco notó la forma en que ella apretaba su copa con una mano y decidió dar un paso atrás, dándole espacio. Sabía cuándo no presionar demasiado, pero también sabía que no había sido rechazado por completo.

—Tal vez algún día cambies de opinión —dijo, con una sonrisa suave—. Mientras tanto, creo que seguiré por acá, en caso de que necesites alguien con quien fingir interés en estas conversaciones aburridas.

Valentina soltó una risita casi inaudible, y aunque intentó ocultarlo, Franco lo notó.

—¿Crees que necesitas hacerme un favor, Colapinto? —Su tono fue sarcástico, pero en su mirada había una chispa de diversión.

Franco levantó su copa en un brindis improvisado.

—Quizás necesito tu ayuda para sobrevivir a la noche. —dijo con una sonrisa y un toque de coqueteo en su voz.

Valentina se excusó rápidamente, como si tuviera otros asuntos importantes que atender. Sin darle tiempo a reaccionar, lo dejó ahí, con la copa en la mano y la sonrisa congelada.

Franco la siguió con la mirada mientras ella se alejaba, con una mezcla de frustración e intriga que nunca antes había sentido. Había algo en su forma de caminar, en la manera en que evitaba mirar atrás, como si estuviera poniendo una barrera invisible entre ambos. Pero Franco era un experto en leer a las personas, y algo en él le decía que aquella barrera no era tan infranqueable como ella pretendía.

Sin saber por qué, notó un pequeño gesto en ella: Valentina levantaba la mano para colocarse un mechón de cabello detrás de la oreja, pero al hacerlo, su pulsera tintineaba ligeramente. Ese sonido leve, casi imperceptible en medio de la música y las voces, pareció quedarse grabado en su mente.

—Sos un misterio, Valentina... —murmuró para sí mismo, tomando un sorbo de vino mientras la veía desaparecer entre la multitud.

Y por primera vez en mucho tiempo, Franco sintió una curiosidad genuina, una que sabía que no se saciaría fácilmente. Había ganado muchas carreras y enfrentado numerosos desafíos, pero sentía que nada se comparaba con el desafío que esa mujer representaba.

El juego apenas comenzaba, y él estaba decidido a jugarlo hasta el final.

Sin Frenos - Franco ColapintoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora