El gran salón de audiencias estaba envuelto en una atmósfera tensa, donde el brillo dorado de los candelabros iluminaba las caras graves de los consejeros y los nobles que rodeaban la mesa. Kaisa, la princesa del reino, se encontraba sentada en la cabecera de la mesa, ataviada con un vestido de seda azul que destacaba su elegancia natural. Aunque era el centro de la atención en muchos momentos, ese día prefería estar perdida que en la charla política que envolvía a sus padres.
Su madre, la reina, y su padre, el rey, mantenían una conversación seria con los nobles, discutiendo sobre alianzas, impuestos y las delicadas estrategias de poder que definían el futuro del reino. Kaisa, como era costumbre, debía estar presente. Aunque no tenía ninguna voz en las decisiones, su presencia era obligatoria como parte de su educación real. Sin embargo, su mente no podía evitar vagar mientras las voces de los consejeros se mezclaban en una murmullo monótono.
El peso de la conversación se volvía cada vez más insoportable. El olor a incienso llenaba la habitación, combinándose con el eco de las voces graves de los hombres que hablaban sin cesar. La joven princesa luchaba por mantener los ojos abiertos, pero el sueño la vencía poco a poco. Sus párpados se volvían más pesados, y su cabeza comenzaba a inclinarse hacia adelante, como si estuviera en una batalla perdida contra el cansancio.
De repente, lo inevitable sucedió. Un suave golpe resonó en la mesa de mármol. La cabeza de Kaisa había caído de lleno sobre la superficie dura, despertando un eco en el salón. Todos los ojos se volvieron hacia ella de inmediato, el silencio absoluto reemplazó la murmuración que había llenado la sala. Los nobles se quedaron inmóviles, sorprendidos por la repentina interrupción.
Los padres de Kaisa, sin embargo, no compartieron la sorpresa generalizada. La reina la miró con desaprobación, mientras que el rey frunció el ceño, pero rápidamente se recompuso.
—Kaisa, —dijo su madre, su voz dulce pero cargada de irritación—¿tan poco te importa lo que ocurre en tu reino?
Kaisa levantó la cabeza lentamente, su rostro todavía lleno de sueño, y vio las miradas de desaprobación que caían sobre ella. El rubor se instaló en sus mejillas, pero no pudo evitar una pequeña sonrisa. Sus padres parecían tan ajenos a lo que realmente sentía. Estaba harta de esos interminables debates políticos que la dejaban atrapada entre la indiferencia y el cansancio.
—Puedes retirarte, querida, —dijo su padre, su tono frío y formal, aunque su sonrisa era completamente falsa—. Creo que este asunto ya no es de tu interés.
Kaisa, sin perder su aire de calma, se levantó con una leve sonrisa. No era una sonrisa de humillación, sino más bien de alivio. El peso de esa sala, del aire denso de expectativas y obligaciones, comenzaba a disiparse. Podía sentir cómo sus hombros se aliviaban, aunque aún sentía el calor de las miradas de los demás sobre ella.
Con pasos tranquilos y casi ceremoniosos, Kaisa se retiró de la sala, cerrando las puertas tras de sí con una leve sacudida. Al salir, un suspiro escapó de sus labios y su expresión se suavizó. A medida que se alejaba, la sonrisa que no había podido ocultar en la sala se ensanchó, saboreando la dulce sensación de la libertad, aunque temporal. La política y sus tediosas reuniones la mataban más rápido que cualquier espada.
Esto me está matando...pensó mientras caminaba por los pasillos del palacio, sintiendo cómo la paz regresaba a su mente, aunque por poco tiempo.
El sonido de sus tacones resonaba por los pasillos vacíos del castillo, mientras la princesa se dirigía hacia su habitación. Su única preocupación ahora era escapar por completo de la pesada carga de su estatus y sus responsabilidades. Por el momento, la política, el trono y las expectativas de su familia podían esperar.
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"Entre la espada y el trono." || Izuku Midoriya x reader.
FanfictionEn un reino donde las clases sociales dictan el destino de sus habitantes, Kaisa es una princesa valiente y decidida, atrapada en las expectativas de su familia real. A pesar de vivir en un mundo de lujos y privilegios, anhela la libertad y la avent...