Capítulo II

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—¿John? —La voz de la mujer interrumpió mis pensamientos, y levanté la mirada para encontrarla semidesnuda sobre la cama, mirándome como si no entendiera lo que estaba sucediendo.

—¿Qué quieres? —mi tono era más frío de lo que hubiera querido, pero no podía evitarlo. No podía concentrarme en ella cuando todo lo que podía pensar era en Paul, en su dolor y en lo que acababa de perder.

—¿Qué vas a hacer ahora? —preguntó, con una sonrisa que intentaba ser coqueta, pero que a mí me pareció solo una máscara para ocultar su propia incomodidad.

—Primero, vete de mi casa. —Apunté hacia la puerta con una firmeza que ni siquiera yo sabía de dónde venía. Ella me miró con una mezcla de incredulidad e indignación, pero al final, sin decir una palabra más, comenzó a vestirse. Cada movimiento de ella me hacía sentir más vacío, más ajeno a la situación.

Cuando terminó de vestirse, salió por la puerta sin mirar atrás. Ni siquiera la vi salir, mi mente ya estaba ocupada en otra cosa, en una sola pregunta que no me dejaba respirar: ¿Dónde está Paul?

Rápidamente, me vestí y tomé mi celular. Necesitaba respuestas, y aunque sabía que George no sería fácil de convencer, tenía que intentarlo. Marcando su número, esperé nervioso hasta que finalmente contestó.

—Hola? —su voz sonaba somnolienta, como si aún estuviera medio dormido.

—¡George! Soy yo, John. —Mi voz sonaba más desesperada de lo que quería, pero ya no podía esconderlo.

—¿Qué quieres ahora? —respondió, claramente molesto, como si no tuviera tiempo ni ganas de escucharme.

—¿Ya te contó Paul? —pregunté, mi voz un susurro lleno de miedo.

—Sí. Ahora dime, ¿qué quieres? —La indiferencia en su tono me hizo sentir como si estuviera hablando con un extraño, no con el amigo que había estado a mi lado durante años.

—¿Dónde está? —Mis palabras salieron rápidas, casi sin pensar, como si el simple hecho de preguntarlo me acercara a la posibilidad de encontrarlo.

—¿Quién? —respondió con desgano, pero yo podía oír la tensión en su voz.

—Paul. —No pude evitar que mi tono se tornara más urgente.

—No te diré. —Su respuesta fue tajante, como un portazo invisible que me cerraba todas las opciones.

—¡Por favor! —Mi súplica salió como un grito mudo, más que una pregunta. —¡Quiero hacer que me perdone! ¡Tengo que encontrarlo!

—No. —La palabra fue una daga. —Ya te dije que no. Deja de insistir. —Y antes de que pudiera decir algo más, colgó la llamada.

Me quedé allí, mirando la pantalla de mi celular, como si al mirarla con más intensidad pudiera hacer que George me diera la información que tanto necesitaba. Pero no lo hizo. No me lo dijo.

El sonido de la llamada terminada retumbó en mi cabeza, y me sentí más solo que nunca. Paul se había ido, y ahora, ni siquiera mi mejor amigo estaba dispuesto a ayudarme. ¿Qué me quedaba ahora?

No tenía más opción. Si George no quería ayudarme, tal vez Ringo lo haría. Respiré hondo, apretando el teléfono en mi mano, y marqué su número, sintiendo que cada segundo de espera me acercaba más a la desesperación.

—Hola, ¿quién llama? —la voz de Ringo me sacó de mis pensamientos, pero no me ofreció el consuelo que esperaba.

—¡Rings! Soy yo, John. —Mi voz sonaba tensa, forzada, y pude sentir cómo mi estómago se retorcía con cada palabra que decía.

—Hola, John, ¿necesitas algo? —su tono era más relajado de lo que había esperado, pero sabía que estaba a punto de lanzarme esa misma indiferencia que todos los demás me habían mostrado.

—¿Sabes dónde está Paul? —pregunté de inmediato, sin rodeos. Lo necesitaba, Necesitaba saber si todavía había alguna oportunidad de encontrarlo antes de que fuera demasiado tarde.

Hubo un largo suspiro del otro lado de la línea, como si Ringo estuviera pensando si debía decirme algo o simplemente colgarme.

—No te voy a decir. —Su voz se volvió más firme, más decidida. —Quiero que te alejes de él y dejes de insistir.-

El golpe fue tan directo, tan cortante, que me quedé helado por un instante. No era lo que esperaba. No estaba preparado para eso. Mi garganta se apretó, y una ola de frustración me envolvió.

—Ringo, por favor, te lo estoy pidiendo... —intento suplicar, pero no terminé la frase.

—No. —La palabra sonó más fría que nunca.
—Ya te lo dije. Deja de insistir.

Y, antes de que pudiera responder, colgó la llamada.

La pantalla del teléfono quedó en negro, y me quedé allí, mirando al vacío que parecía burlarse de mí. Nadie quería ayudarme. Nadie quería decirme dónde estaba Paul. ¿Realmente me había perdido por completo? ¿Era tan tarde para redimir lo que había hecho?

Me sentí más solo que nunca.

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