Salma Martínez, 2 de septiembre 10:57 p.m.
Maya estaba en Andalucía, Lamine en casa de su madre o padre, mis padres en Valencia y yo aquí. En la Masía.
Casi cuatro días desde que vino Marc a hablar conmigo, no lo volví a ver desde entonces. Me encontré varias veces a Héctor, estaba igual pero había una tensión palpable, que antes no estaba. Fermín lo vi una vez, me saludó con la mano y con una sonrisa rápida.
Y Pau, a aquel ni lo había visto.
Desde que Lamine salió por última y primera vez de mi habitación, todo ha cambiado. Siento algo raro en el aire.
Y Lamine... Es una constante en mi mente. ¿Qué estará haciendo? ¿Pensará en mí? Seguro que no.
No debería pensar tanto en él, pero es que últimamente me cuesta un montón quitarme todo de la cabeza. Es como si el mundo entero hubiera cambiado y yo estuviera estancada, observando cómo los demás siguen con sus vidas.
Es tu culpa.
Lo sé.
Bien que lo sepas.
Esta semana ha sido extraña, llena de silencios y espacios vacíos.
Falté al entrenamiento femenino porque apenas podía levantarme por el dolor de cabeza y mantenerme de pie. Se canceló el entrenamiento mixto por culpa de una tormenta que duro durante horas.
Hubo día de descanso y hoy había entrenamiento femenino en el gimnasio por la tarde.
Los días pasan y parece que no hay nada nuevo, nada que me saque de este estado.
El 9 de septiembre comenzaríamos las clases aquí, en la Masía.
Vería a Lamine todos los días, todas las mañanas si me tocaba en su clase.
El ambiente era raro. Estaba sola, con la cabeza echa un caos pero el mundo seguía girando, viviendo.
¿Qué estaría haciendo Lamine? ¿Estaría bien?
Pienso en él todos los días, tanto que es ridículo.
Bajé todos los días al campo de entrenamiento cada tarde, justo antes de cenar por si por casualidad lo encontraba. Solo por si casualidad.
Pero nada.
Ni una señal de él.
☆☆☆
Maya García, 11:13 a.m.
Asentí, tragando saliva.
No sé si debería estar aquí. Ni si quiera sé que estaría haciendo Salma ahora mismo. Seguramente con Lamine y sus nuevos amigos.
Bueno, qué más daba.
Él hombre canudo y viejo carraspeó, intentando llamar mi atención.
Salma hubiera soltado cualquier cosa o lo hubiera mirado mal. Salma no es una cobarde cómo tú.
Cogí aire, él sonrío.
—¿En qué piensas? No te marees mucho, chiquilla. Aquí también tendrás futuro —carraspeó él viejo.
—Sí —fue lo único que dije. Me paso una hoja sobre la mesa y un bolígrafo. Un contrato.
—Firma.
Y firmé.
Lo siento, Salma.
☆☆☆
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𝟑𝟎𝟒 • 𝕷𝖆𝖒𝖎𝖓𝖊 𝖄𝖆𝖒𝖆𝖑
Romanceℑ𝔫𝔠𝔩𝔲𝔰𝔬 𝔩𝔬𝔰 𝔮𝔲𝔢 𝔡𝔦𝔠𝔢𝔫 𝔮𝔲𝔢 𝔫𝔬 𝔭𝔲𝔢𝔡𝔢𝔰 𝔥𝔞𝔠𝔢𝔯 𝔫𝔞𝔡𝔞 𝔭𝔞𝔯𝔞 𝔠𝔞𝔪𝔟𝔦𝔞𝔯 𝔱𝔲 𝔡𝔢𝔰𝔱𝔦𝔫𝔬, 𝔪𝔦𝔯𝔞𝔫 𝔞𝔩 𝔠𝔯𝔲𝔷𝔞𝔯 𝔩𝔞 𝔠𝔞𝔩𝔩𝔢. 𝔖𝔱𝔢𝔭𝔥𝔢𝔫 ℌ𝔞𝔴𝔨𝔦𝔫𝔤.