Once

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Los días después de aquel primer beso pasaron en una especie de limbo. Ambos tenían vidas llenas de compromisos, pero cada noche, antes de cerrar los ojos, el recuerdo de ese momento volvía a ellos, como un pequeño secreto que atesoraban en silencio. Franco, atrapado en sus rutinas de entrenamiento, y Valentina, inmersa en sus estudios, apenas podían encontrar tiempo para hablar. Sin embargo, en cada mensaje que intercambiaban, la chispa seguía viva, como si entre palabras simples se escondiera una promesa.

Finalmente, un viernes por la tarde, Valentina recibió un mensaje de Franco que la sacó de su rutina:

Franco: "¿Libre este fin de semana? Quiero que veas algo especial conmigo."

Valentina: "¿Qué tenes en mente? Ya sabes que lo de la velocidad es tu locura, no la mía."

Franco: "Confía en mí. No necesitas ser una fanática... solo estar dispuesta a algo de aventura."

La intriga la venció, y aceptó. Cuando llegó el sábado, Franco la pasó a buscar. Esta vez, nada de la formalidad de los eventos o el glamour de los paddocks; ambos iban vestidos de forma sencilla, pero la conexión entre ellos seguía siendo igual de intensa. Franco llevaba una camisa clara y jeans, mientras que Valentina se había puesto un vestido ligero, con el cabello recogido de forma casual.

Durante el trayecto, Franco fue contando historias de su equipo, de las bromas pesadas y las complicidades que compartía con sus compañeros. Valentina lo escuchaba, riendo a carcajadas cuando él imitaba los acentos de sus colegas, y por momentos se sorprendía de lo accesible y sencillo que era en realidad. En esos instantes, veía a un Franco diferente, lejos de la seriedad y la competitividad, y se daba cuenta de lo fácil que era abrirse con él.

Tras un rato, Franco estacionó el auto en una zona apartada, cerca de un circuito de karting al aire libre.

—¿Es en serio? —dijo Valentina, arqueando una ceja y mirando el lugar con una mezcla de sorpresa y diversión—. ¿Me trajiste a un circuito de karting?

Franco soltó una risa genuina, bajando del auto y rodeando el vehículo para abrirle la puerta con una pequeña reverencia.

—Así es, señorita —respondió con un tono teatral—. Quiero que sientas aunque sea un poco de la adrenalina que yo siento en las carreras. Pero sobre todo, quiero ver si sos tan buena en la pista como lo sos en nuestras peleas.

Ella le lanzó una mirada desafiante mientras aceptaba su mano para salir del auto.

—Prepárate para la derrota, Colapinto. Ya sabes que no soy de perder, especialmente con vos —dijo, esbozando una sonrisa que era una mezcla de reto y anticipación.

Ambos se dirigieron hacia la pista, y Franco alquiló dos karts. Se ajustaron los cascos y se acomodaron en sus asientos, cada uno echándose miradas competitivas a través de las viseras.

—Voy a disfrutar esto —dijo Franco, mirando hacia adelante, aunque una sonrisa traviesa se reflejaba en sus ojos.

Valentina rió, emocionada y nerviosa al mismo tiempo. No tenía experiencia en las pistas, pero estaba dispuesta a dar lo mejor de sí. Cuando el semáforo de salida dio la señal, ambos aceleraron, y el sonido de los motores llenó el aire. Valentina sintió el viento en su rostro, la vibración de la máquina bajo sus manos, y una emoción desconocida la recorrió.

Franco estaba adelante, pero ella lo seguía de cerca, riendo cada vez que él intentaba dejarla atrás y ella lograba bloquear su paso con maniobras que, aunque torpes, le daban batalla. Podía ver cómo él miraba hacia atrás de vez en cuando, sorprendido y divertido, intentando retomar el control, pero Valentina se mantenía firme, disfrutando cada segundo.

Finalmente, ambos cruzaron la línea de meta y frenaron, sus risas resonando en el aire. Se quitaron los cascos y bajaron de los karts, todavía sin aliento pero felices.

—Lo admito, sos más rápida de lo que pensé —dijo Franco, acercándose a ella, con una chispa de admiración en sus ojos.

—¿Pensaste que ibas a ganarme tan fácilmente? —replicó Valentina, sintiendo su corazón acelerado, aunque no estaba segura de si era por la carrera o por la intensidad de su mirada—. Resulta que soy buena cuando se trata de dejarte en segundo lugar.

Franco soltó una carcajada y dio un paso hacia ella, hasta que la distancia entre ambos se volvió casi inexistente.

—Si esto fuera una carrera de verdad, no siempre importaría quién llega primero... sino quién disfruta más del trayecto —dijo en un tono bajo, casi susurrante.

Valentina sintió que su pulso se aceleraba al oírlo. Su corazón latía con fuerza, y podía sentir el calor que emanaba del cuerpo de Franco, tan cerca del suyo. Las palabras de él parecían tener un doble significado, una confesión silenciosa que la dejaba sin aliento. Trató de reaccionar, de decir algo, pero él se adelantó, su mano subiendo hasta su mejilla, acariciándola con suavidad.

—¿Te das cuenta de lo que me haces sentir? —murmuró Franco, sus ojos fijos en los de ella, con una intensidad que la desarmaba—. Nunca pensé que encontraría a alguien que... que me hiciera pensar en algo más que en mí mismo, en mi carrera.

Ella sintió un nudo en la garganta, sus emociones a flor de piel. La sinceridad en la mirada de Franco, la forma en que sus dedos acariciaban su piel, la hacían sentir única, como si en ese instante, el mundo girara solo en torno a ellos.

—Franco... —murmuró, con la voz temblorosa, incapaz de desviar la mirada—. No me hagas esto. Me pones nerviosa.

Él sonrió, una sonrisa suave y cálida, y acercó sus labios a los de ella, en un beso lento y profundo. Valentina sintió que el tiempo se detenía, que no había nada más importante que la forma en que él la besaba, como si fuera a perderse en ella. Sus brazos la rodearon, atrayéndola aún más, y Valentina se dejó llevar, respondiendo al beso con la misma intensidad.

Cuando finalmente se separaron, ambos estaban sin aliento, mirándose como si hubieran cruzado una línea invisible que los unía de una manera irrevocable.

—Gracias, Valentina —murmuró él, sus palabras cargadas de una sinceridad que la conmovió profundamente—. Mi vida es mucho mejor desde que te conocí.

Ella lo miró, sus ojos brillando, y supo que, sin importar las dudas o los temores, en ese momento, estaba segura de algo: que él era el lugar donde quería estar.

Sin Frenos - Franco ColapintoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora