El hombre de piel morena estaba en un estado de desesperación absoluta, sosteniendo en sus brazos a su pequeño hijo de apenas cuatro años. La fiebre del niño había empeorado rápidamente, y ninguno de los médicos del palacio se acercaba a ayudar. La lujosa sala, llena de cortesanos y funcionarios, estaba en silencio, sin que nadie hiciera el más mínimo esfuerzo por atender su ruego. Las lágrimas rodaban por sus mejillas mientras miraba a su alrededor en busca de alguien que se apiadara de ellos.
—Por favor, se los ruego… alguien ayúdeme —suplicó, con voz entrecortada—. ¡Es mi hijo, el heredero al trono!
Pero el silencio de la sala no se rompió; nadie dio un paso hacia él. La angustia y el agotamiento pesaban en su voz, y por un instante perdió las fuerzas, sin dejar de aferrarse al pequeño cuerpo del niño. Fue entonces cuando las puertas de roble se abrieron, y el emperador hizo su entrada solemne. Detrás de él, el favorito entre los concubinos del emperador, un joven que había ganado su favor con rapidez, observaba la escena con desdén.
—Por favor… —el hombre moreno intentó apelar al corazón de su esposo, el emperador, alzando la mirada con súplica.
El emperador lo miró con una expresión fría, casi indiferente, y se acercó despacio, sus pasos resonando en la sala.
—¿Por qué haces tanto escándalo por ese bastardo? —respondió, su voz gélida y sin rastro de empatía.
El hombre apretó con más fuerza al niño, quien se quejaba débilmente por la fiebre que lo consumía. Con voz temblorosa, replicó:
—Este niño es suyo… suyo y mío. Es el heredero legítimo al trono. Le ruego, su majestad, que permita que lo atiendan los médicos.
La expresión del emperador se endureció aún más, y su ira fue evidente en cada palabra que pronunció.
—Ese niño no es más que el fruto de tu traición, un bastardo nacido de tu engaño con mi propio hermano. Solo porque no puedo demostrar lo contrario, es que sigues aquí, y él contigo. Pero no pienses que tienes derecho a exigir nada.
El hombre moreno apretó los labios, aceptando, aunque con un profundo dolor, que no había esperanza de que su esposo creyera en su inocencia. Sabía que el emperador estaba ciego de amor por su favorito, quien había escalado con astucia hasta convertirse en su sombra más cercana. El hombre que alguna vez había sido el amor de su vida ahora se había convertido en su verdugo emocional.
El emperador dio media vuelta, incapaz de soportar el dolor que le causaba la traición que creía haber sufrido. Sin embargo, un rastro de compasión, quizás residual, lo hizo detenerse un momento antes de salir por completo de la habitación.
—Permitan que el médico atienda al niño —ordenó con voz autoritaria a uno de sus guardias.
El guardia asintió rápidamente y se apresuró a buscar al médico real, aunque el emperador mismo no le daba al niño un reconocimiento abierto como su hijo.
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El Jade del Emperador.
FanfictionUna nueva vida, una nueva oportunidad de no cometer los mismos errores. Juró no volver a amar a ese hombre, y esta vez lo cumpliría.