36. Ecos del Corazón

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River Predio – Vestuario

Adam se sentó solo en el vestuario, con la mirada perdida, repasando cada detalle del último encuentro con Darío. Afuera, el sol de la mañana se colaba entre las persianas, proyectando líneas de luz que cortaban la penumbra del espacio, pero incluso esa calidez parecía no llegar a él. En ese instante, el eco de unas pisadas se fue acercando desde el pasillo. Sin siquiera voltear, supo de quién se trataba. Milton Casco se detuvo a pocos pasos, y un silencio espeso se posó entre ambos.

Milton se aproximó despacio, sus ojos fijos en Adam, sin palabras al principio, como si cada segundo de silencio aumentara el magnetismo entre ellos. Sus miradas se cruzaron, y en ese instante, el aire pareció cargarse de electricidad. Adam sintió cómo cada latido retumbaba en su pecho, un tamborileo sordo que lo aturdía, porque sabía que su resistencia estaba cediendo.

Milton: – Che, Adam... ¿Te quedás un rato? No estaría mal... seguir charlando un poco.

La voz de Milton se deslizó suave, casi un susurro, y aunque Adam se debatía internamente, ese tono lo hizo flaquear aún más. Se quedó en silencio un momento, sintiendo el peso de la cercanía de Milton, y la tentación se volvió irresistible.

Adam: – Milton, yo...

Antes de poder continuar, Milton alzó una mano, con una sonrisa suave, una mezcla de seguridad y vulnerabilidad. Sin decir más, su mano se posó en el hombro de Adam, firme, transmitiendo una calidez que no necesitaba explicación.

Ambos permanecieron así, inmóviles, compartiendo una cercanía que los envolvía como un susurro inaudible, algo que solo ellos entendían. Adam cerró los ojos, cada parte de su cuerpo se estremecía, y en ese instante, como si el mundo desapareciera, se dejó llevar.

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Casa de Adam y Darío – Noche

Horas después, Adam llegó a casa con el eco de aquella cercanía aún resonando en su piel. Afuera, la noche cubría todo con un manto de silencio, y el aire era denso, cargado de una calma extraña que solo servía para amplificar la inquietud en su pecho. Al abrir la puerta, lo primero que escuchó fue el suave tamborileo de pasitos apresurados. Era Ainhoa, quien, como un rayo, corrió hacia él.

Con un suave movimiento, Adam se agachó para abrazarla. El pequeño cuerpo de su hija se acurrucó en sus brazos, y sintió cómo toda su confusión parecía disiparse por un instante. La niña alzó la mirada hacia él, sus ojitos chispeantes pero con una preocupación que él pudo notar de inmediato.

Ainhoa: – Papá Adam... papi Darío está... está triste, otra vez...

Las palabras de su hija cayeron sobre él con el peso de una verdad ineludible. Con un nudo en la garganta, Adam le acarició la mejilla, sintiendo la fragilidad de ese pequeño ser que parecía percibir todo, incluso las cosas que él mismo intentaba ocultar.

Adam: – ¿Dónde está, chiquita?

Ainhoa señaló con su manito hacia la escalera, con un gesto serio y preocupado que lo conmovió profundamente.

Ainhoa: – Está en tu cuarto de nuevo, pa...

Subió las escaleras lentamente, cada paso se sentía como un peso en su corazón. Al entrar al cuarto, la penumbra se apoderaba de la habitación, y allí, en la cama, encontró a Darío dormido, pero con el rostro marcado por líneas de tristeza, rastros de lágrimas aún visibles en sus mejillas, como pequeñas huellas de un dolor que no se podía ocultar.

Por un instante, Adam sintió un impulso desgarrador de abrazarlo, de borrar ese sufrimiento que él mismo había causado. Se inclinó hacia él, y con voz apenas audible, en un susurro que sabía que nunca sería escuchado, se atrevió a confesar sus sentimientos más profundos.

Adam: – Perdóname, Darío. Te amo, no sé qué hacer.

Se acomodó a su lado, rodeándolo con sus brazos en un abrazo que intentaba ofrecer más consuelo que contacto. Adam cerró los ojos, deseando que, aunque fuera por un instante, pudiera sanar el corazón roto de Darío.

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Boca Predio – Oficina de Victoria Galeppi

A la mañana siguiente, el sol apenas despuntaba cuando Darío llegó a Boca Predio. Caminó en silencio hacia la oficina de Victoria Galeppi, consciente de que necesitaba hablar con alguien que pudiera comprender su dolor, alguien que pudiera escuchar sin juzgar.

Al entrar, Victoria levantó la vista, y el rostro sombrío de Darío le bastó para entender que no era un día fácil. Sin decir palabra, le indicó que se sentara frente a ella, y Darío dejó escapar un suspiro profundo, como si soltar el aire fuera el primer paso para liberar el peso que llevaba encima.

Darío: – Vicky... ya no sé cómo seguir con esto. Siento que me estoy desmoronando.

Victoria escuchó en silencio, sin apartar la mirada. Sabía que en momentos como estos, las palabras debían ser escogidas con cuidado, y lo dejó hablar, permitiéndole expresar lo que tanto lo atormentaba. Darío le habló de la angustia que sentía, de su confusión, de cómo su amor por Adam se entremezclaba con el dolor de saber que él también sentía algo por alguien más.

Victoria: – Darío, estás en un momento de vulnerabilidad, y es natural sentirte así. No podés ignorar lo que sentís, pero también tenés que cuidar de vos mismo. ¿Pensaste en lo que realmente querés?

Darío asintió, pero sus ojos reflejaban una lucha interna, una batalla entre el amor y el dolor. Victoria le ofreció una sonrisa comprensiva, un gesto que intentaba ser un refugio en medio de su tormenta.

Victoria: – Es difícil, pero recordá que también tenés a tus amigos para apoyarte. Quizás una charla con ellos te ayude a aclarar algunas cosas.

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Boca Predio – Charla con Marcos Rojo y Milton Giménez

Durante el descanso en el entrenamiento, Darío se encontró con Marcos Rojo y Milton Giménez en el vestuario. Ambos lo observaron con detenimiento, notando el cansancio en su rostro y la sombra de tristeza en sus ojos. No necesitaban preguntar para saber que algo no estaba bien, y se acercaron con la intención de apoyarlo.

Marcos Rojo: – Eh, hermano, andás en otra. ¿Querés hablar de lo que te está pasando?

Darío vaciló al principio, pero al ver la sinceridad en los ojos de sus amigos, decidió abrirse. Les explicó lo que estaba viviendo, sin entrar en detalles explícitos, pero dejando en claro que su relación con Adam estaba pasando por una crisis profunda.

Milton Giménez le ofreció un abrazo fuerte, un gesto simple pero cargado de significado, y le dijo lo que pensaba con total honestidad.

Milton Giménez: – A veces es mejor dejar que las cosas se calmen un poco antes de tomar una decisión. No te castigues tanto, Darío. Todos tenemos momentos difíciles.

Marcos Rojo le palmeó el hombro con afecto, como si quisiera transmitirle un poco de su propia fortaleza. Darío agradeció en silencio, sintiéndose un poco menos solo en medio de su batalla interna. Sabía que aún quedaba mucho por resolver, pero el apoyo de sus amigos le dio un atisbo de esperanza.

Me dediqué a perderte (Benedetto x Bareiro) (Omegaverse)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora