La guardia

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Las brasas del sol queman la coraza del guerrero. Pero él no sucumbirá; aun cuando el rugido de la nevada a su lado carece de fresco, pues es más como si le clavasen una estalactita en el corazó...

—Owain.

—¡Dime!

Su monólogo se vio interrumpido al oír la voz de Severa llamar su nombre. Trágico, y Owain bien podría quejarse, no obstante, estaba esta sazón que cruzaba lo amargo siempre rondando su lengua cuando su mirada se cruzaba con la de Severa que mermaba cualquier frustración. El regusto no era dulce como esas semanas justo antes de derrotar a Grima.

Agridulce, más bien. Pues aquella batalla final se sentía ruin en su memoria.

Un chasquido lo volvió a despertar de una abstracción inquietante, Owain luciendo una expresión de pánico a la rudeza en un mero tronar de dedos.

—¿Estás tan distraído porque fuiste al castillo hoy? —Severa preguntó. Su mirada le gritaba al Elegido que era una duda con defecto, como si no quisiera saber.

Pero él lo aprovecharía de todas formas.

—¡Es verdad! Mi retención en la sala ante nuestro reinstaurado Venerabl... eh —a media cascada de verborrea, el rubio reafirmó su vista en la mercenaria—. Supiste dónde buscarme, ahora que lo pienso. ¿Preguntaste por mí?

—¡No!

La respuesta fue tan tajante y veloz que él lo confundiría con cualquier arma recién afilada.

Ella aclaró su gangosa garganta poco después del subidón de nervios. Difícil de identificar para Owain, se relampagueó un reproche hacia sí misma en aquella mirada de granate, —Frederick me dijo que tenías un asunto que atender con Chrom —Severa dijo.

Con un simple "ah", Owain lo dio por saldada aquella respuesta llana. En las flamas usuales de la pelirroja, se atizó un poco la irritación, pues la simpleza de él era su pesadilla. En rebeldía, siguió explicando.

—Vine a buscar las cosas de Robin y me lo topé. Es todo.

—¿De Robin?

Tras una mirada plagada de repudio, el príncipe sintió que debió amedrentarse. No lo hizo. Como si la mirara con lástima. Severa soltó un resoplido y cedió.

—Sí, de Robin —le aclaró—. Quería comprobar si había alguna cosa olvidada en su estudio que podría llevar a con mi madre. Como era de esperarse, ella se llevó todo de allí mucho antes de que yo hubiera procesado su duelo. Y no me avisó nada.

—Suena a Cordelia. ¡Ese pegaso viene útil! —afirmó.

Era complicidad inocente que calmó al huracán pelirrojo frente suya.

—Francamente, no hacía falta que me dijeran, tampoco —ella siguió hablando—. No te has separado de Lissa. ¿Te han dado alguna alcoba real para que nunca dejes el lado de tu mamá?

—¡Qué va! "Aún" no.

—Seguro se la darán al tú bebé. Te saca mil vueltas en obediencia y apenas sabe chuparse el dedo.

—¡Lo supero en muchas cosas! —fue su pueril réplica, apenas dando la talla.

Owain se lo pensó antes de contestar. Instalarse en el castillo no era parte del plan, no, sin embargo vivir en Ylisstol no sería descabellado. Tal vez comparta cuartel con otros soldados... No, espera, no es un general. Es un aliado en la corte, un actuante. ¿Qué hace un...?

—Además, juré que protegería a mi madre más que cualquier arma que blanda a su lado. Más que cualquier... bastón. Ah... lo que sea que esté a su lado, inclusive una versión de léxico lleno de misterios y secretos.

Fue la conclusión menos depresiva a la que pudo aterrizar su agudeza aguerrida; tal vez, solo tal vez, su puntería ha menguado desde que el rubio ha posado sus dedos en la Levin Sword, pues la expresión de Severa le reveló en un instante que era una respuesta insatisfactoria.

—Te recuerdo que es un bebé, —inició, interrumpida.

—Uno con habilidades escabrosas para su corta experiencia, como es de esperarse del Elegido.

—Un BEBÉ —hizo hincapié—, nimiedades aparte... ¿De verdad planeas quedarte eternamente con Lissa?

No, Severa estaba lo opuesto a satisfecha, ¿no? ¿Entonces, por qué lucía nerviosa? Owain observó el que anillaba uno de sus mechones con nervios mientras aún mantenía su defensivo -intrínseco, diría- cruce de brazos. El índice escapaba las sedosas curvas pelirrojas y rascaba la piel próxima a su hombro; la notaba inquieta por tamborilear. Solo que él, repite, todavía no ha despertado su destinado tercer ojo como para leer esa intención. Pedir directamente a Severa que revele sus elusivas intenciones era, en sí mismo, un asalto suicida.

Pero los Dioses sabían que había ratos que en vez de gritar "Vanguardia del Alba", deseaba ejercer un ábrete sésamo en esa pared adornada de una eterna belleza fruncida.

Él, cual espejo, enervó en sus plantas como un maniquí de entrenamientos que se mece con el viento, olvidándose del equilibrio. Toda su principesca fortaleza se diluyó en el rascar de mejilla de un muchacho más.

—Creo que sí. Por ahora, al menos. Tengo algo que me ata, así que tal vez con eso pueda poner anclaje a la marea de la vida... temporalmente.

Owain conocía su propia alma. Por más que la ensalzara, se veía al espejo cada día, estuviera ensangrentado, cansado, ilusionado... se sintiera como insuficiente o como un héroe revelación, sea sábado o domingo, se vio a los ojos más de una vez en la vida. Será difícil pasar una vida a llamados de ayuda constantes para tratar de ejercer como un Ylissense cualquiera. Por eso aquel título cosquilleaba tanto en el pliegue de su ropa, solo que, ¿emoción? ¿Temor? Las palabras quedaban cortas para el palpitar en su pecho.

—Bueno, supongo que gastar los fondos reales en mantener a un hijo secreto no sería la cúspide de la moralidad que predican por estos rumbos, así que suerte como soldado toda tu vida.

Oh, bendita sea esa venenosa, maldita lengua. Bendita sea su carta trampa. Con la risa maléfica – la palabra justa era "infantil" – que él ejerció, los picos de su cabello trazando una sombra semejante a unas montañas que bajaba por las mejillas del príncipe, más fue alzando una brillante sonrisa en sus labios. Curiosamente, conforme más deslumbraba esta, peor se tornaba la mueca de temor de Severa. Ahí viene, ella susurró sigilosamente.

—¡No temas por mis asuntos económicos, mi roja aliada! Eso no es más que para aquellos que pisan el suelo con sus botas de uso genérico, ¡para los soldados que solo sirven a la bandera!

—¡Qué grosero! —fue ignorada al decirlo.

—Yo, en cambio, tengo...

Owain encajó sus dedos tiesos cual piedra debajo de las capas de su uniforme, la carta arrugándose contra su sudor frío, provocándole un ruido en los oídos y dolor en su brazo, como si tirara de una pesada carga y no se unas cuantas hojas de papel y sello de cera fina.

"... Porque siempre he podido confiar en ti, pasara lo que pasara. Y..."

¿Qué tan fáciles serían de olvidar esas palabras?

¿Severa, la Severa, se quedaría?

¿Se iría solo porque vería su cara aplastada allí diariamente?

¿Hasta cuándo dura ese confuso "siempre" que ha infectado peor que un resurrecto la poca paz de la que Owain puede jactarse?

La inspiración le tembló. Sus dedos arrugaron el sobre que envolvía el documento, uno que él quería preciar, para colmo, por apego emocional. Sus ojos se quedaron cerrados, estático antes de anunciar su gran logro.

La mirada de Severa estaba prendada en él. ¿Cuánto tiempo ha estado así?

... Ras.

El sonido de ese preciado objeto rasgándose al sacarlo abruptamente para romper su burbuja de indecisión. Owain palideció tanto que ahora Severa tenía pena de él.

Felicidades, Owain.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora