II. Mi Primera Infancia

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Años 2002 - 2007

     Como cualquier otro ser humano, no tengo ni la menor idea de la mayoría de las cosas de las que sucedieron en mi primera infancia. Digo primera porque en mi infancia hay un importante punto de inflexión que lo cambia todo y que relataré en los próximos capítulos.

     Puedo recordar acontecimientos a través de las fotografías de los álbumes de familiares, de anécdotas que alguna vez escuché y en alguna medida de mis propios recuerdos.

     Las cosas no iniciaron muy bien cuando me refiero a la convivencia de mis padres con mi abuela Rosa. Las peleas y gritos se podían apreciar de todas partes, especialmente desde la guerrilla entre mi papá y mi abuela Rosa. En una de las tantas ocasiones en las que mi abuela Rosa echó de la casa a mi padre, habría sido porque él vendió sus propias zapatillas para satisfacer su vicio y angustia por las drogas, un hecho que tanto mi mamá como mi abuela Rosa repudiaron. Aún así, mi abuela le negaba de sobremanera y en muchas ocasiones la oportunidad a mi papá de verme e intentar ser un padre presente conmigo, incluso cuando él ya se había recuperado de sus malos hábitos.

     Pese a que la figura paterna fue bastante ausente en mis primeros años de vida (ya sea por las malas conductas de mi padre como por decisión propia de mi abuela Rosa al alejarlo continuamente de mi vida y de la de mi mamá), nunca me faltó cariño. Como mencioné anteriormente, pese al estricto carácter de mi abuela Rosa para con mis padres, ella me llenaba de amor y cariño. De hecho, del primer regalo que tengo memoria es de una moto policial en la que me podía montar y manejar, ese regalo fue de parte de mi abuela Rosa.

     Otra cosa que recuerdo a la perfección, es que me encantaba tomar leche en mamadera, aquella que se llamaba "purita cereal". La amaba, incluso a veces sacaba directamente cucharadas del paquete de la leche en polvo. Por supuesto, mi abuela Rosa era la encargada de prepararme la leche y dejarla unos minutos en la congeladora del refrigerador para tomarla tibia unos minutitos después. En aquel entonces, tenía la manía de tomar la leche en mamadera mientras sobaba con mi dedo índice mi oreja derecha.

     Mi papá llegó nueva y definitivamente a la casa, luego de un arduo período de recuperación, no sólo del consumo de drogas, sino de la vida en la misma calle. Mi papá no quería seguir el ejemplo de sus hermanos mayores Víctor y Alexis. De hecho, en algún punto de este período de la historia, mi tío Víctor cae en prisión, aunque no recuerdo (o derechamente no sé) el porqué, estoy casi seguro de que fue por algún tipo de robo.

     De la primera casa que tengo recuerdos es aquella que le arrendábamos a una señora llamada Julia, a la cual mi papá cómicamente llamaba "vieja Juliá". Allí recuerdo jugar en los largos pasillos y en el extenso patio en donde se instalaba una gran piscina en los días de verano. Es imposible olvidar a mi primera mascota de aquellos tiempos, una hermosa gatita a la cual llamamos Monina. Mi gata era muy limpia e inteligente, le gustaba montarse en el lavaplatos para pedir agua y tomar desde ahí. Todos querían a Monina. Lamentablemente, llegó el día en que debíamos mudarnos de esa casa y Monina no quiso dejar su hogar, por lo que nos fuimos sin ella. Eso me partió el corazón, y estoy seguro que al resto de la familia también.

     La segunda casa de la que tengo recuerdos es una que se ubicaba en "el siete oriente". Aquí tengo recuerdos más lúcidos. Viví muchos cumpleaños donde la señora Julia, pero no recuerdo ninguno, sin embargo, en el siete oriente recuerdo mis cumpleaños con mayor detalle. Entré al jardín de niños y luego al pre-kinder, en donde hice muchos amigos. En el siete oriente, frente a la casa, vivía una abuelita que se convirtió en mi mejor amiga. Siempre la visitaba, de hecho, en una ocasión, cuando debía presentar mi baile de fiestas patrias, iba donde ella para ensayar y mostrarle mi baile. La canción la recuerdo a la perfección: "Banderita chilena".

     También en el siete oriente tuve a mi segunda mascota, un hermoso perrito llamado Boby. Él era muy juguetón y siempre nos acompañaba a mi abuela Rosa y a mí a comprar a la feria que se formaba los fines de semana. En la feria existía un sinfín de artículos en venta, con mencionar que había una viejita que vendía agüita con hielo en los días de verano. Sin embargo, mi parte favorita de la feria siempre fueron los puestos de películas (y los puestos de juegos de PlayStation 2 en un par de años). Valían quinientos pesos cada una, y en algunas partes tres por mil pesos. Siempre compraba películas y las veía en casa, con mencionar el Rey León, La Sirenita, El Jorobado de Notre Dame, Vecinos Invasores, y un infinito etcétera, además de mis animes favoritos Dragon Ball Z y Los Caballeros del Zodiaco. Lamentablemente, mi mala racha con las mascotas continuó, y Boby se perdió en una de las tantas visitas que hicimos a la feria.

     Para no alargarme tanto en el tema con mis mascotas, les contaré rápidamente sobre algunas de las que tuve en el siete oriente después de Boby. En la misma feria me compraron una pareja de hámsters, uno macho y otra hembra. El macho se escapó de su jaula y terminó ahogado en un balde de agua en la casa de un vecino llamado don Segundo, quien pensó que el hámster era un ratón. La hembra tuvo un montón de crías, y lamentablemente se las comió a todas y a los pocos días después murió paralizada en su jaula. También tuve un pollito al cual "asesiné dos veces". Suena macabro, pero fue algo así. La primera vez estaba caminando de espaldas con mis pies descalzos y lo pisé. Sobrevivió, pero no por mucho, ya que un par de días después, mientras el pollito se recuperaba en una caja, yo intentaba sacar algo de las alturas de un mueble con el escobillón. En eso, pasé a llevar un objeto pesado que cayó desde las alturas del mueble sobre el pollito, y con ello murió definitivamente. Lloré demasiado, tenía unos cuatro años. Lo enterramos en la esquina de la casa. También recuerdo que para una feria navideña me compraron una rana (esa compra realmente no tenía mucho sentido). Esa misma noche dejamos a la rana en una fuente azul con agua, y a los minutos la rana desapareció por completo. Días después, la rana apareció muerta en la parte de atrás de la cocina, llena de hormigas. Realmente tener mascotas no era lo mío, hasta que llegó Milly, Jack y Paloma. Milly era una hermosa perrita Cocker rubia que nos regalaron y que llamé así por una novela mexicana que veía con mi mamá llamada "Al Diablo con los Guapos", Jack un perrito de padre Bóxer y madre Pitbull que nos regaló el vecino de al lado, y Paloma una gatita de pelaje negro y blanco que me encontré en la calle.

     Hasta ahora sólo he relatado eventos simples, situaciones algo tragicómicas que pueden incluso sacarte una sonrisa. Sin embargo, no todo era tan sencillo en aquella casa. Mi papá solía salir de la ciudad por su trabajo como jornal y posterior maestro de segunda en la construcción. En uno de sus trabajos le tocó viajar junto a mi tata Claudio a Curicó para construir el Estadio la Granja y el actual Mall Curicó. Cuando él se iba, yo gozaba de amor y cariño de parte de mis madres, mi mamá y mi abuela Rosa, pero no siempre era así. Cuando papá estaba en casa, me tocaba presenciar y vivir un montón de situaciones angustiantes para un niño de cinco años. Desde las sombras de alguna habitación de la casa podía ver cómo mis padres discutían y cómo mi papá sellaba la discusión golpeando fuertemente a mi mamá, y aunque muchas veces prefería cerrar los ojos para no ver esa situación, siempre estaban los gritos de furia y llanto de parte de mi papá y mamá, respectivamente. Estas situaciones solían ocurrir cuando mi abuela Rosa no estaba en casa y me sentía el ser más indefenso del mundo. Muchas veces me tocó a mi ser al que golpeaban, mi papá tenía una mano bastante pesada que llegaba a retumbar en mi cara cuando me abofeteaba. Toda esta situación era terrible, pero normalizada a mis ojos. Normalicé a mis cinco años el no tener ningún respeto hacia mi padre, sino miedo. Si alguna vez pasaste por lo mismo, entenderás lo terrorífico que es sentir ese miedo. Estar sentado en la misma mesa que tu padre (o madre) y tener todo tu cuerpo paralizado y alerta al mismo tiempo, con el miedo de que en cualquier momento emerja un grito, o tal vez vuele otra vez una taza que se quiebra contra la pared, o una simple mirada. Miedo, eso era lo que me inspiraba mi padre, inseguridad era lo que me inspiraba mi madre, y mi lugar seguro era lo que me brindaba mi abuela Rosa.

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