En la gran sala del palacio celestial, Naruto, vestido con su majestuosa armadura de rey primordial, suspiraba una vez más. La cuenta de sus suspiros se había perdido hacía rato mientras intentaba mantener la calma en medio de una disputa eterna. En sus brazos, su pequeña hija dormía pacíficamente, ajena a la tensión que dominaba el ambiente. La pequeña era fruto de su amor con Supergirl, y la calidez de su inocente sueño era lo único que lograba apaciguar los ánimos de Naruto en ese instante.
Naruto miró a sus dos esposas, Caos y Myrioa, quienes estaban otra vez en medio de una discusión acalorada. Las dos se miraban con furia, y la tensión entre ellas era palpable, casi una chispa que amenazaba con incendiarlo todo.
Naruto, meciendo levemente a su bebé para no alterarla, alzó la voz de manera calmada, pero firme:
—Ya pueden dejar de pelear, ¿sí? No es el mejor momento —les dijeron, mirando a ambas con una mezcla de cansancio y autoridad.Caos, su esposa y hermana, lo fulminó con la mirada y luego apuntó su enojo hacia Myrioa.
—¡TE LIASTE CON MI MARIDO, ZORRA! —gritó, acercándose peligrosamente hasta pegar su frente con la de Myrioa, como si quisiera iniciar una pelea más física.Myrioa, su otra esposa y la madre real de los primordiales aztecas, no retrocedió ni un poco. Su expresión mostró una mezcla de desafío y desdén.
—Lo haría cuantas veces quiera, querida —respondió con sarcasmo, manteniéndose firme frente a Caos.La paciencia de Naruto estaba a punto de agotarse, pero se contuvo para evitar que su hija se despertara. Inspirado profundamente y con una mirada seria, decidió intervenir de nuevo.
—No se trata de quién tiene razón aquí. ¿Podrían recordar, aunque sea por un momento, que tenemos una familia y un reino que mantener? Hay cosas más importantes que esto.Sus palabras parecieron calar un poco en ambas. Caos desvió la mirada y bufó, mientras Myrioa simplemente soltó un suspiro, aunque con una pequeña sonrisa de satisfacción. La tensión se relajó un poco, pero Naruto sabía que esta paz sería temporal.
Mientras tanto, la pequeña en sus brazos seguía durmiendo, ajena a todo, como si fuera la única en ese palacio capaz de encontrar verdadera tranquilidad.
La gran sala del palacio estaba llena de una atmósfera curiosa: una mezcla de tensión y un juego de comedia involuntaria. Caos, exaltada y con la furia cósmica característica de su ser, exclamó mientras señalaba a Myrioa con los ojos entrecerrados:
—¡ME HABÍA OLVIDADO QUE ME PUSISTE LOS CUERNOS NARUTO! —dijo, cruzándose de brazos con un resoplido—. ¡Y para colmo, ni siquiera estuvimos juntos más de diez siglos antes de que ya la hubieras preñado! —agregó, mirando con desdén a Myrioa, quien le devolvía la mirada con altivez.
Naruto, quien aún sostenía a su hija dormida en brazos, susspiró por enésima vez en el día. No era la primera vez que veía una discusión así entre sus esposas, pero siempre parecía un espectáculo fresco para aquellos que lo rodeaban. Desde un rincón, Hera observaba con una sonrisa nostálgica y una chispa de diversión en sus ojos, mientras cargaba a una de sus hijas, también nacida de su relación con Naruto.
—Esto me trae recuerdos de mis viejas peleas con Zeus hace miles de años —comentó en voz baja, mirando a Naruto desde la distancia, consciente de que él también compartía algo de esa naturaleza indomable.
Alrededor de ellas, otras diosas presenciaban la escena con asombro y un toque de humor. Hestia, Deméter, Artemisa y Atenea, todas ellas cargando a los hijos más jóvenes que habían tenido con Naruto, se miraban entre sí y susurraban, divertidas por el espectáculo:
—Qué fuerte —dijo Hestia, con una leve sonrisa, mientras arropaba a su hijo.
—Totalmente —asintió Deméter, echando una ojeada cómplice a los demás.