📚Capítulo 30📚

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El sol de la tarde se filtraba a través de las cortinas de la habitación, llenándola de un resplandor cálido que contrastaba con la brisa fresca que se colaba por la ventana entreabierta. Fyodor estaba tendido a mi lado, su cabello oscuro desparramado sobre la almohada blanca como un halo de sombras. Lo miraba, bebiendo de su imagen con los ojos entrecerrados, mientras mis dedos jugaban perezosamente con un mechón de su pelo.

—¿Te he dicho hoy cuán guapo eres?—susurré, mi voz envuelta en un tono juguetón.

Una sonrisa leve, apenas un atisbo en sus labios pálidos, se dibujó mientras mantenía los ojos fijos en el techo, como si encontrara algo profundamente intrigante en la textura blanca que se extendía sobre nosotros.

—Al menos cinco veces—murmuró, dejando escapar un suspiro que vibró con una mezcla de paciencia y un tipo de placer sutil. Giró su cabeza hacia mí, y sus ojos oscuros encontraron los míos, provocando ese leve escalofrío que siempre lograba hacerme sentir. No podía evitar sonreír como un niño cuando me miraba así.

—No me canso de repetirlo —dije antes de acercarme y capturar sus labios en un beso que, aunque breve, estuvo cargado de una promesa que conocíamos bien. Fyodor no se resistió; de hecho, inclinó ligeramente la cabeza para profundizar el contacto, y en esos segundos sentí que el tiempo se detenía.

El sonido de una vibración me sacó abruptamente del trance. Mi teléfono, abandonado en la mesa de noche, parpadeaba con insistencia. Fyodor soltó un leve bufido, su desagrado por las interrupciones evidente.

—¿Piensas contestar? —preguntó, aunque su tono sugería que prefería que lo ignorara.

Ladeé la cabeza y miré la pantalla. El nombre de Sigma brillaba con letras grandes y luminosas. Suspiré, sabiendo que si no contestaba, él seguiría insistiendo hasta que lo hiciera.

—Es Sigma. Ya sabes cómo se pone si no le respondo —dije, levantando la mirada hacia él con una mueca de disculpa antes de contestar.

—¡Nikolai! Por fin. Pensé que me ibas a hacer la ley del hielo. Escucha, hoy hay fiesta en casa de una chica de segundo, en la zona rica. Te quiero ver ahí. Y mueve tu culo, ¿vale?

La energía de Sigma era inconfundible, incluso a través del teléfono. No pude evitar reírme mientras Fyodor alzaba una ceja, claramente intrigado por lo que oía.

—Fiesta, ¿eh? —comenté, cubriendo el altavoz con la mano—. ¿Qué opinas, Fyodor?

Sus ojos se entrecerraron ligeramente, evaluando mi expresión antes de responder.

—No me interesa ir a esas cosas —dijo con calma, pero había algo en su mirada que me hacía pensar que podía convencerlo.

—Oh, vamos, Fedya. Solo por esta vez. Somos amigos para el resto del mundo, y además, quiero presumir de ti. ¿Qué dices?

Hubo un silencio, uno de esos en los que Fyodor parecía medir cada palabra y sus implicaciones. Finalmente, dejó escapar un suspiro resignado y asintió.

—Está bien. Pero solo por esta vez.

Mi sonrisa se ensanchó mientras le plantaba un beso triunfante en la mejilla. Sigma, que aún estaba en la línea, gritó de emoción al oír mi respuesta. La tarde siguió su curso mientras nos preparábamos, el eco de nuestras risas y susurros llenando la habitación.

Y así llego la noche donde me estaba en la habitación con Fyodor, de pie junto al espejo, mirando nuestra reflejada imagen. Yo, más relajado, con miéteres algo ajustados, y Fyodor, siempre imponente, como si no hubiera un lugar en el mundo donde no se viera perfecto. Había pasado tanto tiempo desde que me había dejado arrastrar por algo tan trivial como una fiesta, pero Sigma había insistido tanto, y si había algo que sabía sobre mi mejor amigo era que nunca aceptaba un "no" por respuesta.

📚Bajo la sombra de la razón📚Donde viven las historias. Descúbrelo ahora