La Maldición de Norma

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Juan era un joven alebrestado, de esos que les gusta andar de parranda en parranda, bebedor y pendenciero. Su mamá siempre le pedía que calmara su estilo de vida y ahora, casi se lo imploraba debido a su compromiso con Leticia, una joven preciosa, agraciada, gentil; en pocas palabras, era una joven virtuosa. Sin embargo, Juan no entendía y se la pasaba de fiesta en fiesta...

Hasta que un día, regresaba del pueblo vecino, donde se había llevado a cabo el último baile del año. Dicho pueblo poseía una de las mejores cantinas, y Juan se había pasado ahí todo el día, tomando y esperando con ansias la hora en que se iniciara el baile. Esperaba poder ver de nuevo a aquella joven que, meses atrás, en uno de los bailes en festejo a la fundación del pueblo, conoció, y que esa misma noche, enamorada, se había entregado a él, creyendo que la desposaría.

No obstante, al marcharse, él le confesó que ya tenía novia, pero que volvería ahí, en algún tiempo, para reencontrarse con ella. Estuvo en el baile por horas, bailaba con cada mujercita que le parecía digna de ser su compañera, pero siempre esperando a aquella joven de cabello oscuro y rizado, deseaba ver de nuevo sus hermosos ojos esmeralda, y contemplarlos, acariciarlos como la última vez. Esperaba poder despedirse definitivamente de ella, ya que al día siguiente, su ceremonia marital se celebraría en la iglesia central "Santa Cruz" de su pueblo.

Montado en su caballo, mientras se acercaba al río que se encontraba a mitad de la gran separación de los pueblos, se lamentaba por no haber podido conquistar ninguna chica ese día, a pesar de haber bailado con todas. Iba a medio cerro, cruzando aquel río que lo dividía en dos. Ya pasaba de medianoche, el camino era solitario y oscuro, apenas un poco iluminado por la luna. No había más ruido que el de los grillos, el murmullo del río al correr y el andar de su caballo entre la tierra, pisando de vez en cuando alguna piedrecilla.

De pronto, a la orilla del camino, vio la silueta de alguien que caminaba por la vereda... Al acercarse, se dio cuenta de que era una hermosa mujer de cabello negro y largo, y de inmediato se ofreció a llevarla. Ella accedió gustosa y se subió en ancas al caballo. Abrazó por la cintura a Juan y juntos avanzaron. Él, creyendo que su madrugada estaba por mejorar, pensaba que, si le contaba que sería su boda por la mañana, le ayudaría a pasar mucho mejor su última noche de soltero.

Por el camino, Juan trataba de hacerle plática, pero ella no respondía, solo emitía pequeñas risitas. Al cabo de un tiempo, el caballo comenzó a ponerse nervioso y Juan lo notó, así como también notó que esas risitas de la joven se volvían más ásperas, su respiración más fuerte y su aliento muy caliente. Extrañado, volteó a ver a la chica y lo que vio... le heló la sangre...

Lo que era una hermosa mujer ahora era un ser abominable, con un rostro deformado. Un hocico largo, del cual resaltaban unos grandes colmillos y una lengua que le llegaba a medio cuerpo. Sus cabellos negros ahora eran una especie de pelos largos y amarillos. Sus ojos eran rojos y desorbitados, y de sus manos surgían unas garras que se aferraban al cuerpo de Juan. Ese ser soltó una carcajada burlona y tétrica, enarcándose hacia atrás.

Juan, con el miedo carcomiéndolo, reaccionó dándole un fuerte empujón a ese ente, logrando tirarlo del caballo. Pero casi inmediatamente se levantó de un salto y corrió hacia ellos, tratando de alcanzarlo. Juan azuzó a su caballo y este corría desesperadamente mientras el ser los seguía, emitiendo unos gritos ensordecedores.

Juan vio a lo lejos las luces del pueblo y sintió un fuerte alivio al verse tan cerca de la salvación. El ser comenzó a correr con más velocidad, desesperado por alcanzarlo. Llegaron al pueblo y cruzaron la calle principal. El caballo corriendo a máxima velocidad, con el corazón por reventar, mientras ese ser demoníaco casi los alcanzaba.

A lo lejos, Juan alcanzó a ver la iglesia y se dirigió hacia ella. Pero ese demonio estaba a punto de alcanzarlos; sus garras resonaban filosas en la calle empedrada. Finalmente, logró llegar a la iglesia entrando a ella con todo y caballo. El ser se quedó fuera, disgustado por haber perdido su presa, rondando la puerta, gruñendo y afilando sus garras en las piedras, tratando de ver la manera de entrar.

Juan, dentro, rezaba y pedía ayuda a todos los santos. Al final, el ser diabólico comenzó a soltar carcajadas burlonas y se alejó del lugar. Juan permaneció en la iglesia hasta que amaneció.

Al otro día, el padre Fernando lo encontró en el confesionario, completamente descompuesto y con una enorme fiebre. Lo acompañó a su casa después de escuchar su relato. Desafortunadamente, nadie le creyó hasta que les mostró su mano y en ella llevaba un mechón de pelos amarillos y tiesos.

Esa misma noche

Leticia estaba feliz y emocionada. Al día siguiente, por fin lograría su gran sueño: casarse con su amado Juan... Que, aunque su reputación le dejaba un poco preocupada, no creía en todos los chismes que en el pueblo se decían de él. Habían pasado por muchos obstáculos y situaciones, pero al final habían logrado vencer todo y verían conseguido su gran sueño: ser un matrimonio feliz y duradero.

Se sentía dichosa. Estaba recostada en su cama imaginando lo feliz que sería; cómo sería la vida al lado de su esposo y todo lo que vivirían juntos. La luna alumbraba tenuemente el maniquí sobre el que reposaba su vestido de novia. Ese maniquí era solo un torso con cabeza, sin piernas ni brazos, elaborado específicamente para descansar el vestido en él: un vestido hermoso, blanco... tan blanco que deslumbraba en la oscuridad. Poco a poco, Leticia comenzó a quedarse dormida. Estaba cansada... cansada y feliz.

No tenía mucho tiempo de estar dormida cuando, entre sueños, comenzó a escuchar un murmullo combinado con pequeñas risitas. Poco a poco se despertó tratando de identificar de dónde provenía ese sonido... De pronto, una risa burlona se escuchó en toda la habitación. Ella se estremeció de miedo, sin atinar a saber qué estaba pasando. Barrió con la mirada todo el cuarto, tratando de ver quién había entrado, cuando escuchó la voz de una mujer que le decía:

—¡Pobre estúpida! ¿De verdad crees que te vas a quedar con Juan? Te dije que él era mío y jamás permitiría que me lo arrebataras.

Leticia estaba totalmente llena de terror. Esa voz era de Norma: una mujer que hacía tiempo había tratado de robarle a su prometido, se había presentado ante ella, suplicándole que se alejara de Juan, y le reveló que habían estado juntos la noche que se conocieron. Sobre todo, recordó que la joven de ojos esmeralda era conocida por practicar la brujería y le habían aconsejado que no se dejara intimidar ni le creyera. Ella, al no haber conseguido la atención total de Juan, había quedado despechada y había prometido vengarse.

Leticia seguía sin poder descubrir de dónde provenía la voz que continuaba insultándola y burlándose, cuando de pronto algo la llenó de un terror indescriptible... el maniquí abrió los ojos y la volteó a ver... ¡Ese maldito maniquí era quien hablaba!

—¿Me quedaré con todo lo tuyo, pobre niña estúpida! Mi señor Satanás me ayudará a cumplir mi venganza... —dijo mientras reía burlonamente.

Leticia no aguantó más el miedo que la paralizaba y perdió el conocimiento. Al otro día escuchó que tocaban la puerta; era su mamá, quien le decía que ya era hora de prepararse. Leticia se calmó y pensó que todo había sido una pesadilla, pero al tratar de moverse, vio que le era imposible... y de pronto se vio a ella misma frente al espejo, peinándose. Ella no entendía lo que pasaba.

De pronto, quien ocupaba su cuerpo volteó a verla...

—Te dije que no te casarías y yo me quedaría con todo lo tuyo. —le dijo con voz burlona y soltó una enorme carcajada...

En ese momento, Leticia se dio cuenta de que quien habitaba su cuerpo era Norma... mientras que ahora, ella estaba atrapada en el maniquí. Lloró desesperada, intentó gritar, pero fue imposible. No pudo hacer nada, solo ver cómo Norma, ahora convertida en Leticia, se ponía el hermoso vestido blanco y se retiraba dispuesta a casarse con Juan y disfrutar de la vida que le habían arrebatado.

 No pudo hacer nada, solo ver cómo Norma, ahora convertida en Leticia, se ponía el hermoso vestido blanco y se retiraba dispuesta a casarse con Juan y disfrutar de la vida que le habían arrebatado

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