Tapera

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―Pa', ¿Puedo ir a ver? ―interrogo volteando a verlo por un momento, está bajando la motosierra del auto.

―Anda con cuidado y no te acerques al límite o te van a ver. ―miro nuevamente el pequeño monte que tapa, seguramente, una casa abandonada.

―Sí, sí. ―tiro el hacha pequeña al otro lado del alambrado.

Con cuidado de no lastimarme con el alambre con púa, paso entre dos alambres. Suelto un quejido al sentir que mi cabello trenzado se engancha en una púa y resoplo fastidiada, desengancho cuidadosamente de no estropear el peinado.

―Vení, Malevo. ―llamo al perro de la familia, una cruza de Labrador con Gran Danés, que pasa debajo del alambrado sin lastimarse gracias a mi ayuda.

Me agacho para agarrar el hacha pequeña y así empezar a caminar entre los árboles con más de una década creciendo. Malevo se aleja un poco para olfatear y curiosear. Con ayuda del hacha, aparto las ramas que se atraviesan en mi camino, pero sin la necesidad de cortar.

De pronto, mis oídos son aturdidos con los ruidos de la motosierra cortando madera, sin dejarme escuchar los sonidos de la naturaleza que me rodea. Pero, mientras más me alejo de mi padre, más se ahoga el sonido de la motosierra para de a poco ir escuchando la vida natural que se mete por mis oídos y se deja pasar por mi nariz, dejándome respirar ese aire puro que no es normal saborearlo en un lugar civilizado.

Frunzo las cejas al notar los rayos de luz que aparecen entre los árboles a varios metros de mí y con un suspiro desganado, camino hacia lo que creo es el final de la tapadera. Parpadeo con sorpresa al caer en cuenta que es un claro hecho por el hombre, un área de unos diez metros sin árboles, y el sol alumbra completamente, calentando mi piel al descubierto.

Una sonrisa cruza por mis labios mientras cierro los párpados, disfrutando el sol en mi rostro. Vuelvo a abrir los ojos para seguir caminando, interesada en saber qué hay del otro lado de la tapera.

Una tapera más, de la cual recorro maravillándome mientras mi padre se encarga de minimizar la fuente de nuestro oxígeno.

Una sonrisa cruza por mis labios al ver a Malevo intentando agarrar un grillo. Levanto la mirada, encontrando una especie de galpón a varios metros y sin contener mi curiosidad, me acerco. Lo rodeo hasta llegar a las puertas, están inclinadas de tal forma que da la impresión que si la llegas a tocar se caen. Asomo un poco la cabeza para husmear lo que hay adentro, encontrando cosas no son tan viejas, pero lo parecen ante el abandono y la capa de mugre que los cubre.

Al voltear hacia la izquierda, distingo una casa de dos pisos a varios metros. Curvo una ceja ante la notable diferencia con las casas rancho de las otras taperas. Ahora mi curiosidad se intensifica y no me resisto a evitar saciarla.

Un escalofrío recorre mi columna al observar mejor su aspecto abandonado. Las paredes cubiertas de enredaderas que crecieron sin control durante años y las ventanas están rotas, pero aún se podía ver los restos de, lo que alguna vez fueron, cortinas blancas.

Camino hacia a la puerta principal, que estaba entreabierta, y la empujo suavemente queriendo evitar que se caiga por vieja. Una mueca cruza por mis labios cuando hace el típico chirrido. Asomo la cabeza sin entrar por completo mientras busco mi celular para alumbrar. El interior está oscuro y silencioso, y puedo respirar el polvo y el abandono en el aire.

Le doy una mirada a Malevo que se encuentra parado a unos metros, mirándome fijamente, y me adentro a la edificación abandonada. Doy los pasos con cuidado al darme cuenta de que el piso es de madera y ilumino a donde voy a apoyar el pie.

Miro así nomás las habitaciones de la planta baja y voy hacia la escalera que me llena de intriga por lo que habrá en el primer piso. Hago una mueca cada vez que piso un escalón y este se queja peor que los de la escuela. Suelto un suspiro lleno de alivio al llegar al final y alumbro hacia las tres puertas, una diferente a la otra.

Concurso de Escritura "Halloween 2024"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora