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¡Hola, mis amores! No suelo dejar mensajes por aquí, pero hoy es un día especial... ¡es mi cumpleaños! 🥳 Quería aprovechar esta ocasión para agradeceros de corazón todo el apoyo que me brindáis constantemente. Vuestra compañía es lo que hace que mi escritura cobre vida y tenga un propósito. Como muestra de mi gratitud, os dejo este capítulo extra para que lo disfrutéis. Espero que os guste y, una vez más, ¡gracias por estar ahí! 💞


JULES

Me puse mis deportivos y salí de casa.

Sentía que estos días tenía que salir más tiempo del habitual para no saturar mi cabeza, así que me obligué a madrugar para salir a correr. Antes solía hacerlo con frecuencia, pero ese psiquiátrico consiguió quitarme mi energía, mis ánimos y mi fuerza.

Una ráfaga de viento frío me provocó un ligero estremecimiento en mi cuerpo. Hacía mucho frío, y eso que solo era otoño. Cuando estuviésemos en invierno, dudaba que encontrara siquiera el valor para despegarme de las sábanas.

Poco a poco mis músculos comenzaron a despertar, y mi cuerpo se fue adaptando al ritmo, aunque no con la misma agilidad de antes. Las calles del pueblo seguían desiertas, apenas iluminadas por las farolas. Seguramente Lorenzo me mataría si se enterara de que había ido a correr yo sola.

No es que no tuviera motivos para preocuparse, pero a veces me agobiaba su comportamiento. Era demasiado protector conmigo, y eso que solo llevábamos un mes saliendo. No quería ni pensar en cómo sería si esto durara años.

Porque, lo nuestro iba a durar, ¿no?

Es decir, Lorenzo era increíble. Un chico guapo, atento, detallista... El tipo que muchas querrían tener, y desde luego con el que no querrían romper jamás una vez lo tuvieran.

Una parte de mí, que no era pequeña, aún pertenecía a Nolan. Y dudaba que eso fuera a cambiar. Pero no podía seguir atada a alguien que ya no existía.

Nolan estaba muerto. Y esa verdad me pesaba más que cualquier otra cosa. Su pérdida había dejado un vacío que no se llenaba, por más que intentara avanzar, por más que Lorenzo tratara de ocupar ese lugar. Era como si una parte de mí se hubiera ido con él y, aunque seguía respirando, no estaba segura de si alguna vez volvería a sentirme completa. Pero tal vez no se trataba de llenar ese vacío, sino de aprender a vivir con él.

Desconecté los auriculares de mi oreja y me detuve en seco cuando me pareció haber escuchado algo. Miré hacia atrás, hacia las calles oscuras que acababa de recorrer, pero no vi nada. Sin embargo, un escalofrío me recorrió la espalda, como si algo o alguien me estuviera observando desde las sombras.

Ya tuve ese presentimiento en el psiquiátrico, cuando descubrí a ese guardia espiándome en las duchas, y mi instinto no me falló. Solo esperaba que esta vez lo hiciera y nadie hubiese causado ese ruido. Al menos, no alguien con malas intenciones.

Traté de convencerme de que solo era mi imaginación jugándome una mala pasada. La calle estaba vacía, y el único sonido que se escuchaba era el suave viento susurrando entre los árboles de las calles. Pero ese escalofrío, esa sensación incómoda de estar siendo observada, no se iba.

Seguí caminando, aunque mucho más despacio, tratando de ignorar la creciente inquietud en mi pecho. Volví a ponerme los auriculares, pero esta vez sin música. Si alguien estaba cerca, quería escuchar cualquier cosa que pudiera delatar su presencia.

Giré en una esquina, apretando el paso, sintiendo cómo la ansiedad se acumulaba en mi pecho. No estaba dispuesta a correr, no todavía. Si lo hacía, eso confirmaría que había algo detrás de mí, algo que me acechaba.

En la Sombra del Olvido ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora