Desde el primer momento en que conocí a Claudia, supe que había algo en ella que me atraía de una manera irresistible. Era divertida, espontánea y tenía esa energía que podía iluminar cualquier habitación. Cada minuto a su lado era como una explosión de emoción y deseo. Nuestra relación fue tan intensa como impredecible, y cada día junto a ella era una aventura que no quería que terminara. Cuando me sugirió conocer a su madre, una chispa de nervios me recorrió, pero la emoción era aún más fuerte. No solo quería causar una buena impresión; Quería que supiera que amaba a su hija, y aunque su padre no estaba en casa por su viaje de trabajo, me conformaba por ahora con conocer a su madre.
El día que la conocí, ella abrió la puerta de su casa y, en ese instante, el tiempo pareció detenerse. Su belleza es distinta a la vibrante juventud de Claudia, pero de alguna manera, mucho más cautivadora donde estaba impregnada de una elegancia y una profundidad que me desarmaron. Su mirada, intensa y penetrante, posee un poder hipnótico; no solo son sus ojos avellana y sus largas pestañas lo que destacaba, sino que parecía que, con solo un vistazo, podía leer cada rincón de mi alma sin necesidad de pronunciar una sola palabra. Y esos labios... rosados, perfectamente delineados: el superior grueso, el inferior más delgado, tentándome a querer morderlos solo para ver si se volvían de un rosado más oscuro. En su rostro refleja una serenidad que contrastaba con la vitalidad de Claudia, y eso me desconcertó... y me atrajo.
—Tú debes de ser el famoso novio —me dijo con una sonrisa amable, sus ojos brillando con una calidez que me hizo sentir como si hubiera llegado a casa, aunque acababa de conocerla.
—Un gusto conocerla, señora —respondí con una sonrisa segura, extendiéndole la mano, aunque la tensión en el aire no pasaba desapercibida. Mi actitud relajada ocultaba cualquier atisbo de nervios, pero no podía evitar reconocer que el momento tenía su propio magnetismo.
Ella soltó una risa suave, casi musical, que me sorprendió.
—Llámame Lucía, por favor. "Señora" me hace sentir como alguien mucho mayor de lo que soy —dijo mientras me invitaba a pasar.
Mientras caminaba por el vestíbulo, observaba los detalles de su hogar: una mezcla de arte y libros antiguos, todo dispuesto con un cuidado que reflejaba mucho de la mujer que vivía allí. Era un lugar que parecía contar historias de alguien que había vivido con intensidad. Eso me hizo sentir una inexplicable curiosidad por ella.
Claudia desapareció un momento en la cocina para traer algo de bebida, dejándonos solos en la sala. Sentí un extraño nerviosismo. Cuando nuestras miradas se encontraron, Lucía me dedicó una sonrisa que parecía llevar consigo un misterio; era como si supiera más de lo que estaba dispuesta a revelar.
— ¿Te sientes cómodo aquí? —me preguntó, su tono sereno, casi susurrante, mientras se acercaba a un estante de libros y colocaba uno que había estado fuera de lugar.
—Sí, claro. Es un lugar hermoso —respondí, manteniendo la calma en mi voz, aunque por dentro algo comenzaba a inquietarme, como si mi corazón hubiera empezado a latir con más fuerza.
—Espero que vengas más seguido. A mi hija le haces bien —dijo, observándome con una expresión indescifrable.
Hubo un ligero temblor en su voz, apenas perceptible, que me dejó intrigado. Intenté convencido de que solo era una cortesía, un cumplido de una madre hacia el novio de su hija, pero había algo en su mirada... algo que me hizo sentir una conexión inexplicable, como si compartiéramos un secreto que no conocíamos aún.
Justo en ese momento, Claudia volvió con unas copas de vino y rompió el momento de tensión que se había creado en la sala. La conversación derivó hacia temas ligeros, risas y anécdotas, pero yo no podía quitarme de la cabeza la sensación de que entre Lucía y yo había pasado algo más que una simple presentación. Era una chispa que apenas había nacido, pero que podía convertirse en algo peligroso.
Al despedirnos esa noche, me sentí extraño, atrapado entre la satisfacción de estar con Claudia y un misterio que acababa de abrirse ante mí. Justo cuando íbamos a salir, Lucía me lanzó una última mirada, como si quisiera dejar algo en el aire.
—Fue un placer conocerte —dijo, con un tono tan cargado que no pude evitar sentir que había algo más en esas palabras.
La miré de vuelta, sonriendo con algo de picardía.
—Igualmente, un verdadero placer —respondí, con un tono más sensual, disfrutando de cada silla mientras la miraba directamente a los ojos.A medida que nos alejábamos, su casa se fue tornando más distante, y con ella, el impacto de su presencia quedó grabado en mí. En ese instante, no sabía exactamente qué sentía, pero había algo en mi interior que me decía que las cosas ya no serían las mismas. No podía dejar de pensar en ella y en cómo esa simple visita había alterado mi mundo de una forma que aún no lograba entender.
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"Entre el silencio y el deseo"
RomanceCuando conocí a Claudia, jamás imaginé que mi vida tomaría un giro tan oscuro y complicado. Ella lo tenía todo: inteligente, divertida y llena de energía. Estar a su lado me hacía sentir completo... al menos, eso pensaba. Pero el destino, con su nat...