VII. Una Lucha Inocente

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Años 2008 - 2009

     Pasadas varias sesiones de quimioterapias, el tiempo transcurrió y llegó fin de año. Ya quedaba poco del tratamiento, se estimaba que en marzo de 2009 sería la última quimio. Sin embargo, en el transcurso del año 2008 ocurrieron un montón de situaciones, tanto buenas como malas. A las pocas semanas del inicio del tratamiento, mi mamá fue citada por una asistente social que trabajaba en el Hospital Exequiel González Cortés. Ante ello, se realizó una visita a mi hogar, y considerando que no tenía una habitación propia, junto a mi madre fuimos derivados a una casa de acogida para niños con cáncer. Este fue un golpe bajo para la familia, en especial para mi abuela Rosa, yo ya no estaría viviendo con ella.

     La casa de acogida era enorme, se encontraba cerca de la Fundación Nuestros Hijos. Habían muchos niños con cáncer junto a sus madres. Yo era muy tímido, casi no compartía con nadie en esa casa, lo que sí, estaba lleno de juguetes con los que me divertía. En ocasiones habían visitas especiales. Una visita que destaco, fue la del payaso Ronald McDonald, esto porque hizo que me incluya más en la casa y convivir con los demás niños. En esa ocasión, todos los niños salieron emocionados al patio para disfrutar del show del payaso, pero yo me quedé adentro. El payaso no salió al patio sin mí. Se me acercó para convencerme de unirme al grupo, mientras me conversaba, hacía levitar su varita mágica entre sus manos, fue algo impactante para mí. Finalmente decidí ir con el resto de los niños para disfrutar del espectáculo.

     Muchas de las madres que también vivían en la casa de acogida, comenzaron a compadecerse de mí y de mi dolor. Sucede que, cuando iba al baño acompañado de mi madre, las cosas comenzaron a empeorar. Ya no orinaba con sangre, ahora sólo expulsaba sangre por el pene, y el dolor se multiplicó demasiado. Mis gritos se escuchaban en toda la casa de acogida, todos quedaban atónitos con mis gritos. Ahí era cuando las otras madres se acercaban a mi mamá para preguntar si el niño de los gritos era yo, a lo cual mi mamá confirmaba. En esta casa vivimos aproximadamente dos meses, ya que pudimos volver a nuestro hogar luego de arrendar una habitación extra que se encontraba en la casa del siete oriente, y por fin tenía un lugar exclusivo para mí y estar más seguro durante mi tratamiento. Siempre arrendábamos casas, hasta ahora jamás tuvimos una propia.

     Dentro de la terrible experiencia que vivía teniendo cáncer, existían momentos positivos y memorables, recuerdo que como escuela de niños con cáncer pudimos asistir a un entrenamiento de la selección chilena. Estoy seguro que existía una foto mía con todos los jugadores, pero se perdió. Ahí conocí personalmente a mi ídolo el "chupete" Suazo, quien era calvo como yo. Muchos eventos como ese ocurrieron, conocí a cantantes, actores, deportistas, etcétera.

     Así como existían momentos memorables positivos, también los habían negativos. Recuerdo que en más de una ocasión debí hospitalizarme para seguir con mi tratamiento. Como estaba muy delgado y no tenía apetito, me introdujeron una sonda por la nariz que llegaba hasta mi estómago. Era horrible, pero era la única forma de alimentarme, por ahí pasaban la comida y se cumplían mis necesidades nutritivas. Sin embargo, esa no fue la única sonda que tuve. Para evitar los dolores que sentía al orinar sangre, se me introdujo una sonda por el pene, la cual pasaba por mi uretra hasta llegar a la vejiga. Ya no tenía las ganas ni la sensación de orinar, simplemente la orina pasaba por la sonda hasta llenar una bolsa que estaba adherida a ella. Lo que más recuerdo de mis períodos de hospitalización era la compañía incondicional que tenía de parte de mi mamá y mi abuela. Cuando no estaba una, estaba la otra, se turnaban para acompañarme en el hospital. Sin embargo, a la que más recuerdo tener a mi lado es a mi abuela Rosa, ella se quedaba a dormir en el sillón que estaba junto a mi camilla, jugaba cartas conmigo, e incluso, su amor por mí la llevó a cometer las más grandes locuras. En los tiempos que no tenía la sonda para alimentarme, mi abuela Rosa me traía mi comida favorita hecha en casa por ella misma, aún cuando las enfermeras estaban en contra de aquello. Mi abuela era tan terca y persistente, que las enfermeras no tuvieron más remedio que permitir esta acción de su parte, y así me ayudaba a cumplir mis mañas alimenticias. La compañía de parte de mi mamá y mi abuela fueron fundamentales para mí, ya que pasaba largos períodos hospitalizado, y de parte de mi escuela me enviaban las tareas al hospital. En cuanto a mi padre, trabajaba. En comparación con mi madre y mi abuela, mi papá casi no me acompañó en este proceso, sin embargo, nunca lo juzgué, él debía trabajar, pero mis madres se llevaron un gran peso encima.

 En comparación con mi madre y mi abuela, mi papá casi no me acompañó en este proceso, sin embargo, nunca lo juzgué, él debía trabajar, pero mis madres se llevaron un gran peso encima

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     Cuando ya estaba en primero básico en la escuela de la fundación, las quimioterapias estaban a punto de finalizar, ya que era marzo del año 2009. Ya no estaba hospitalizado, y asistía a la escuela todos los días. Un furgón pasaba por mí, era un furgón exclusivo de la escuela de la fundación. Me encantaba ir a la escuela, jugar con mis amigos, ver a Isidora, y disfrutar de la escuela en sí. La profesora Fernanda era un amor, ella me llamaba "Nicoflán", ya que me encantaba el flan, hasta el día de hoy amo ese postre. En una ocasión, ella casi se mata de la risa con una de las respuestas que le di a una pregunta. Debía mencionar el nombre de diferentes frutas, una de ellas era la maracuyá, sin embargo, inocentemente yo le decía "maracacuyá", la tía Fernanda sólo reía y reía, y yo no entendía absolutamente nada.

     Las cosas marchaban excelente en la escuela, pero todo cambió un día para mí. Todos los días de escuela veía a Isidora y me convencía de que me gustaba mucho, sin embargo, un día ella no llegó a la escuela, de hecho, no llegó nunca más. Mi mamá me dijo que se había cambiado de escuela, una mentira piadosa que creí en ese momento, pero con el tiempo supe que Isidora había perdido la batalla, el cáncer se la llevó. Ella falleció. Cuando me enteré de esa verdad ya había pasado bastante tiempo, así que no llegó a afectarme tanto emocionalmente, pero ahora que tengo edad, realmente siento que fue un hecho devastador.

     Recuerdo también, que ya pasado mucho tiempo de tratamientos, Adrián, mi amigo de la otra sala de la escuela, venció al cáncer y pudo comenzar a vivir su vida normal. Mi madre, que era ya amiga de su madre, se alegró mucho con la noticia. Recuerdo la emotiva despedida que hubo entre ambas familias, Adrián lo había logrado. Sin embargo, esta maldita enfermedad, llegó silenciosa y mortíferamente a la vida de Adrián una vez más. Quiero decir que, Adrián sufrió la regresión de su cáncer, algo que fue tan repentino y fuerte, que no pudo contra él. Su cáncer volvió y Adrián murió. Así es el cáncer, impredecible, silencioso y mortal. Es difícil admitir esto, pero se volvió común el compartir con mis compañeros de clase y que de pronto no se presentaran jamás en la escuela. En ese entonces no lo entendía, ni lo dimensionaba, sólo creía las mentiras piadosas que mi madre me decía acerca de mis compañeros, simplemente seguía en esta lucha inocente, seguía adelante porque sí, porque no sabía el peligro que significaba tener cáncer. Yo creo que esa misma inocencia hizo que soportara tanto sufrimiento y que siguiera en pie de lucha.

     Finalmente, llegó el día de la última quimioterapia, estaba cumpliendo con un exitoso tratamiento que logró reducir de tamaño mi masa tumoral. No fue nada fácil, al contrario, fue un proceso lleno de sufrimiento, no sólo para mí, sino que también para mi familia. Sin embargo, habíamos logrado sobrevivir y terminar este primer proceso. Estoy convencido de que mi inocencia y mi valentía me habían llevado a superar todo ese tormentoso proceso.

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