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La penumbra de la madrugada apenas iluminaba el dormitorio imperial. Rhaenyra, vestida con un sencillo vestido de lino azul oscuro, se sentaba ante su tocador. Su cabello platinado, normalmente recogido en un intrincado peinado, caía en cascada sobre sus hombros, mientras una de sus doncellas, con manos expertas, le cepillaba suavemente las largas hebras. Los ojos violetas de la reina reflejaban la preocupación que la consumía.

Un suave golpe en la puerta la sobresaltó, interrumpiendo el silencio de la habitación. Ser Harrold Westerling, su leal lord comandante de la Guardia Real, entró con una carta en la mano, su rostro impasible.

—Su Majestad, un mensajero ha llegado desde los Peldaños de Piedra. —anunció, entregándole la misiva.

Rhaenyra tomó la carta, sus dedos apenas rozando el papel. El sello de cera roja, con el dragón negro de los Targaryen, era familiar, pero la caligrafía apresurada de Daemon le heló la sangre. Abrió la carta y leyó:

Mi Reina, la Triarquía ataca con ferocidad inusitada. Hemos sufrido bajas, pero resistimos. Necesitamos refuerzos Urgentes. Provisiones y hombres. Cada día cuenta.

Hasta la victoria.

Daemon Targaryen.

Rhaenyra dejó caer la carta sobre el tocador.

—¿Las provisiones? —murmuró, más para sí misma que para Ser Harrold.

—Se están enviando refuerzos, Su Majestad. —respondió Ser Harrold.—Pero el viaje es largo y peligroso. El terreno es inclemente, y la Triarquía podría interceptar los convoyes.

Un nudo se formó en el estómago de Rhaenyra. El peso de la corona y la preocupación por Daemon la oprimían. Se levantó, con una determinación fría en sus ojos violetas.

—Prepara a mis consejeros. —ordenó a Ser Harrold.—Necesitamos discutir estrategias para apoyar a Daemon. Y que preparen a Syrax. No toleraré más negligencia. Esta situación requiere mi presencia, y la de mi dragón.

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El salón del consejo era un espacio amplio y austero, con paredes de piedra grisáceas que parecían absorber la luz de las velas. Las sombras danzaban en las superficies rugosas, creando un ambiente cargado de tensión. Rhaenyra entró con una determinación palpable, sus ojos violetas brillando con una mezcla de preocupación y resolución mientras su vestido de lino azul oscuro se deslizaba suavemente a su alrededor.

Los consejeros ya estaban reunidos, cada uno en su lugar, con expresiones que reflejaban la gravedad de la situación. Lord Corlys Velaryon, con su cabello plateado y su porte imponente, se sentó erguido, sus ojos fijos en Rhaenyra, listos para evaluar su estado de ánimo. A su lado, su hijo Jacaerys, mostraba una mezcla de madurez y preocupación, su mirada intensa fija en su madre. Las otras figuras del consejo, hombres con experiencia, aguardaban en silencio, conscientes de que el momento que estaban viviendo era crucial.

Rhaenyra tomó su lugar en la mesa central, sintiendo el peso de la corona que llevaba sobre su cabeza. Su mirada se deslizó sobre cada uno de ellos, notando la ansiedad en sus rostros. El aire estaba tenso, impregnado de incertidumbre.

—He recibido noticias de Daemon. —dijo Rhaenyra, su voz firme, aunque su corazón latía con fuerza. —La situación es crítica. La Triarquía está atacando con una ferocidad inusitada. Daeron...—Su voz se quebró por un instante, el recuerdo de su hermano la inundó.

Un silencio sepulcral se apoderó de la sala. Lord Corlys Velaryon, su Mano, frunció el ceño.

—Su Majestad, es una terrible pérdida. Pero no podemos permitir que la tristeza nos paralice. La Triarquía es una amenaza formidable.

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⏰ Última actualización: Nov 10 ⏰

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