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Cómo todos los días Astrid se había levantado temprano, se vistió, preparó su mochila y salió de casa apresurada, no tomó desayuno, no tuvo tiempo. El último año había sido difícil para ella, pero se estaba manejando bien por su cuenta, aunque era humillante ser la única con casi diecinueve años terminando el bachillerato, se sentía orgullosa de al menos continuar con sus estudios a pesar de todo.

El día transcurrió normal hasta que llegó la clase de historia, para ella era una materia bastante interesante, pero habían pequeños factores que la desalentaban, por ejemplo, que era a última hora y el sueño se apoderaba de ella, que a veces le costaba prestar atención, que los compañeros que siempre se sientan detrás de ella la molestaban constantemente y luego está Martin, el profesor que daba la materia, ella no lo odiaba ni nada por el estilo, pero había algo en él que a ella a veces le inquietaba.

Sorprendentemente ese día ella no se quedó dormida, pero cuando el timbre que anunciaba la salida sonó, Martin, apoyado en su escritorio, le habló.

—Astrid, me gustaría que te quedaras un momento, necesito hablar contigo.

Esto heló su sangre por completo.

Brindemos una vez más Donde viven las historias. Descúbrelo ahora