¿El principio?

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Me llamo Alba, tengo casi 27 años y, estoy a punto de cometer un error monumental. Pero es que ese maldito aroma a vainilla me tiene atrapada. ¿Alguna vez te has cruzado de noche con un ex? ¿Un ex con el que sientes que la historia no ha terminado? ¿Un ex que, además, trabaja en la misma oficina que tú? Pues eso, que estoy a punto de cagarla y no lo puedo evitar. ¡Ese maldito aroma a vainilla! Y el tequila, claro. El tequila. 

Siento cómo su aliento cálido roza mi piel. ¡Madre mía! Está tan cerca que siento la suavidad de sus rizos sobre mi mejilla. Se me ocurren varias razones por las que me arrepentiré de esto. Espero que lunes en la oficina podamos ignorarnos mutuamente. 

La tensión entre nosotros es...es abrumadora. Ocupa tanto espacio que siento que me mareo. O quizá sea un efecto secundario del tequila. Espero que sea el tequila.

—¿Estás bien? —pregunta, su voz grave y suave al mismo tiempo.

Asiento. O eso creo. Mi corazón late con demasiada fuerza. No quiero que se dé cuenta de lo mucho que me afecta su cercanía. Siento las piernas débiles y tambaleo. Todo da vueltas. Todo. Mierda.

Una mano fuerte me agarra por la cintura, me acerca todavía más si cabe a su cuerpo duro y evita que me caiga. De algún modo, lo convenzo para que me suelte. Me tambaleo. Siento una presión en el estómago muy grande. Al final sí va a ser el tequila.

Alba, céntrate. Avanza por el maldito bar y deja de dar tumbos. No pasa nada, sales afuera, haces lo que tienes que hacer y con un poco de suerte, te vas para tu casa. Rezo a todos los dioses para que me dejen salir antes de que suceda lo inevitable. 

Por algún motivo, funciona. Respondo a mis órdenes de manera asombrosa y consigo abandonar el local. La multitud se arremolina fuera y va a ser testigo accidental, lo preveo. El frío me golpea justo cuando la arcada es insoportable y noto el sabor amargo instantes antes de vomitar. Malditos chupitos de tequila. Una y mil veces. 

Y aquí estoy yo, Alba, sin chaqueta, con el frío que hace, a las 4 de la mañana, tratando de que mi cabeza se quede en su sitio para poder volver a casa. A poder ser, sola, sin la persona de rizos que abandona el local justo después de mí e insiste en acompañarme.

El resto de la noche es una sucesión de flashes e imágenes fugaces. Un taxi. Unas llaves tintineando contra el suelo. Yo cayéndome, quizá un par de veces. La puerta de mi casa. Unas manos grandes, tratando de ayudarme. Un beso torpe, en el que prefiero no pensar demasiado. Un aroma a vainilla. Unos rizos suaves. Y una voz grave que se despide de mí y me dice: 

—Hasta el lunes, Alba. Te veo en la oficina.

No te enamores de tu jefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora