Memorias

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Dicen que vivimos sólo una vez y que todos caemos en el olvido. Sin embargo, no soy capaz de llevarme conmigo la historia más intensa que probablemente el mundo haya podido presenciar.

Por mucho que la joven Lea lo intenta, no logra recordar cuando fue la primera vez que vio a Collin. Simplemente está en todos los recuerdos que su memoria posee. El recuerdo más temprano que tiene es de una cálida tarde de verano, un Julio alrededor de 1880.

Estaba sentada en el regazo de Sara, la sirvienta, mientras ella contaba un pequeño cuento que era suficiente para llamar toda la atención de la pequeña de siete años, con su pelirrojo pelo encogido en la larga trenza perfecta que acababa de hacerle Sara.

-¿Pero, por qué la niña no quería ser amiga del lobo? -Preguntaba, confusa e inocente.
-A veces, hay seres vivos que sólo hacen daño. El lobo es uno de ellos. Da igual quién o como sea la persona que tenga en frente. Para él siempre serán presas.- Dijo el joven chico, saliendo de la puerta hacia dónde ellas estaban. A Lea le fascinaba como un niño de tan solo tres años más que ella sabía tanto.

No entendía porqué a padre no le gustaba el chico. Era listo, y eso que jamás había ido a la escuela como ella. Las personas como él, de tez negra, lo tienen completamente prohibido. Ella aún no se lo había cuestionado, se había criado así y aún no tenía valores propios. Pero pronto el amor tendría efecto sobre esos valores, y harían que alguien destinado a ser cruel, cambiara.

Lea creció en una de las mejores ciudades de su época: París. Su padre, el señor Berry, era un importante político, conocedor también del mundo de derecho, escandalosamente rico y respetado. Tenía un rostro que siempre imperaba miedo, con unas gruesas cejas que se juntaban de una extraña forma, haciéndole parecer enfadado constantemente.

El señor Berry había sido criado en uno de las mejores zonas de París, con unos padres fríos y distantes, de raíces británicas, que le impusieron la mejor educación que pudieron encontrar. Se le enseñó también modales, valores acorde a su época, a mirar el dinero y el honor, pero jamás se le dejó florecer ningún sentimiento.

A los veintisiete años el señor Berry contrajo matrimonio con la señora Chatellete, que adoptó también el apellido de su marido, y con el tiempo, también sus costumbres. Poco a poco se familiarizó con su nueva vida, y con el heccho de que su esposo jamás la amaría.

El señor Berry sólo quería de su esposa dos cosas: mantener su status social y que le diera herederos varones. La primera fue fácil, ya que la familia Chatellete provenía de una muy importante y rica francesa familia. Sin embargo, la señora Berry sólo pudo dar a su insatisfecho e insaciable marido dos hijas, Marie y Lea, con dos años de diferencia.

El señor Berry, infeliz de no lograr lo que tanto ansiaba, tuvo una aventura con una joven muchacha, Claire, que se quedó embarazada y dio al ahora satisfecho hombre un nuevo retoño, esta vez un varón. El pequeño hombrecito fue criado con la familia Berry, como si la aventura nunca hubiera existido, lo cual se mantuvo como un secreto durante mucho tiempo.

En 1905 Marie fue desposada a los 17 años con un apuesto galán de procedencia británica.

Al igual que la señora Berry asumió que su marido no sabía amar, sus hijos hicieron lo mismo. Además se les enseñó la importancia del dinero y del honor, como su padre siempre deseó. Como eran una familia noble, hubo siempre múltiples ocasiones en las que poner en práctica su buena educación y riquezas. 

El señor Berry fue ofrecido un puesto bastante importante en Texas, cuando los niños aún eran bastante pequeños, que rápidamente aceptó dado que también le incluían una preciosa casa al estilo americano con tres pisos y un pequeño rancho.

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⏰ Última actualización: May 07, 2019 ⏰

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