La declaración

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La música fluía por toda la habitación. Las notas que salían del piano se mezclaban entre ellas dando lugar a una melodía preciosa, que daba la sensación de ser triste pero al mismo tiempo alegre y con un toque de nostalgia.

Sin duda Saori era una pianista extraordinaria.

Cuando sus dedos se deslizaban por las teclas del piano daba la sensación de que ni siquiera las tocara, era como si las rozara y pareciera que eso fuera suficiente para producir aquellas hermosas melodías que sólo ella podía crear.

Mientras continuaba tocando su canción, Saori agradeció mentalmente a su padre por haberle regalado la llave del cuarto, sin la cual, la puerta por la que había entrado, sería un simple armario de limpieza. Pero, ¿cómo era posible eso? Bueno, la llave que le había regalado su padre, estaba hechizada para que, fuera la puerta que fuese, al abrirla con ella, apareciera siempre la misma habitación. Se la había obsequiado cuando ella estaba a punto de iniciar su primer año en Hogwarts, a manera de dije en una pulsera.

—"Se les llama Llaves de la Eternidad'' —le había dicho—''. Cuando sepas cómo hacerla crecer a su tamaño original, úsala en cualquier puerta, y verás lo que hay dentro'' —le había contado a su hija adoptiva, quien, al no tener el hechizo adecuado, no tuvo más opción que esperar a recibir las clases necesarias para hacerla crecer. Tuvo que esperar un año para poder conocer el hechizo, pero, cuando por fin lo hizo, a finales de su primer curso en la escuela, y después de haber superado una experiencia horrible, pudo utilizar la llave con la cual, acompañada por sus dos mejores amigos, abrió la primera puerta que encontró. No pudo evitar su sorpresa al ver la pequeña estancia que su padre había preparado para ella.

La habitación en la que, desde entonces, había entrado cuando le apetecía tocar un poco, era cuadrada y sencilla: sus paredes estaban pintadas con un color azul muy parecido al de sus ojos; tenía dos ventanas en los lados izquierdo y derecho, de modo que quedaban una frente a la otra, las cuales estaban siempre cubiertas con unas enormes cortinas que llegaban hasta el oscuro piso; eran negras y tenían bordes plateados (cuando Saori las vio por primera vez le parecieron muy bonitas); justo en el centro de la habitación, en el piso, se encontraba una pequeña alfombra circular sobre la cual descansaba un magnífico piano de cola, negro y muy elegante; sólo había una puerta y estaba de espaldas a Saori, quien en ese momento estaba sentada en un banco largo —en el cual fácilmente cabrían tres personas— y negro, tocando la nueva canción que acababa de traer a la vida.

La melodía la compuso recordando a dos personas que desde hace bastante tiempo eran muy importantes para ella. Los había conocido unas semanas antes de entrar a su primer año en Hogwarts, pero había comenzado a tratar realmente con ellos la segunda semana de clases de ese mismo año.

Desde que tenía memoria, Saori era una niña muy fría e inexpresiva, que no hablaba con nadie a menos que le tuviera mucha confianza a la persona, cosa que sólo pasaba con su padre. Ese par de chicos fueron los primeros en derribar las barreras que ella misma había puesto en su corazón, para evitar que otros la lastimaran. Ese par de chicos, en tan sólo unos meses lograron hacer lo que otros no habían conseguido jamás, y todo gracias a esa alegría que los caracterizaba siempre, además, claro, de que al momento de leer sus expresiones, Saori se dio cuenta de que este ellos no buscaban obtener ningún beneficio de ella, ni tampoco la buscaban con intenciones ocultas. Fue por eso que poco a poco les abrió su corazón, poco a poco les dejó ver a la verdadera Saori, la que sonreía y hablaba más seguido, pero sólo a ellos.

Ahora llevaban siendo amigos casi cinco años.

Una pequeña sonrisa apareció en su rostro al recordar el día en que hablaron por primera vez.

Travesura realizada. (Fred Weasley)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora