¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Mientras caminaba por el último pasillo, escuchaba el eco lejano de las clases, el susurro de profesores y el murmullo de compañeros. No me molestaba en mirar atrás; para mí, cada paso hacia la salida era un paso fuera de un mundo que nunca había sentido como propio.
Apenas cruzaba el portón principal, sentía cómo el aire afuera era frío, pero aún así mucho más cálido que la vibra de ese lugar. Me permití caminar más confiadamente y sin temor a las miradas concurrentes que se encargaban de darme a diario, caminando sin prisa pero sin pausa. Sabía exactamente a dónde iba, y esa certeza era lo único que hacía que valiera la pena soportar los días. Los edificios grises, la acera llena de marcas y las sombras de la ciudad me parecían menos opresivas a medida que me acercaba a él. Todo el recorrido se volvía un trance, un borrón de calles y ruidos de fondo que apenas registraba.
Recordaba la primera vez que Katsuki y yo hicimos este camino juntos, cuando éramos niños, aún demasiado jóvenes para entender el peso de nuestras propias vidas. En ese entonces, él había sido mi único amigo verdadero, el único que nunca me había juzgado, nunca me había dado la espalda. Ese recuerdo —su risa fácil, su gran confianza, su liderazgo, la diversión en sus ojos— era como un punto de referencia en medio de la oscuridad. Ahora, aunque la ciudad se hubiera vuelto más fría y mis problemas más grandes, sabía que al final de este camino lo encontraría a él, esperándome como siempre.
