𝑃𝑟𝑜𝑙𝑜𝑔𝑜

1 1 0
                                    

𝑀𝑎𝑙𝑎𝑟𝑎𝑡ℎ

Siglo V A.C. Grecia.

—Ha llegado, su Majestad.
La áspera voz distrajo al rey de sus pensamientos.

Malarath bajó la mirada desde su trono dorado. Un guerrero se encontraba arrodillado en la base de los escalones, con el casco debajo de su brazo y su armadura de hoplita resplandeciendo. La batalla estaba sobre ellos, pero él no llevaba armas ni escudo.
Malarath le había ordenado partir varios días atrás, pero el humano desobedeció y se quedó a pesar del riesgo. Incluso el gran dragón negro, Zafirah, había huido, y ahora el fuerte estaba vacío, salvo por ellos dos.

Con sus pálidos ojos azules, el Rey estudió al temerario guerrero que le había servido durante muchos largos años. Su cabello y barba eran oscuros y su piel bronceada por entrenar bajo el sol durante los días; sin embargo, sus noches las pasaba luchando, y tenía el cuerpo firme para probarlo.

—Deberías haberte ido, Prescott —dijo Malarath.

El guerrero no dijo nada, sólo ofreció un leve asentimiento en señal de que había escuchado al Rey.

Malarath se puso de pie.
—Serás castigado por tu desobediencia.
—Si él no nos mata, entonces acepto el castigo.

La sombra de una sonrisa apareció en el borde de los labios del Rey; estaba contento de tener un súbdito con tanto coraje, incluso si era solo un humano.

Malarath desabrochó el dije de rubí cerca de su hombro y dejó que su capa azul cayera encima del trono, exponiendo su túnica hecha de una tela tan fina que era casi transparente. La túnica caía suelta alrededor de su cuerpo, terminando en su muslo.

Las joyas, tan doradas como su cabello, adornaban sus extremidades. Él ajustó un brazalete, enderezando la dirección de las gemas. No sería suficiente verse bien, necesitaba ser irresistible.
—Levántate ¿Entiendes que te ofreceré a él?

—Sí, su Majestad —dijo Prescott poniéndose de pie y colocándose el casco. Cubría su rostro por completo y lo hacía ver como un íncubo, largos cuernos curvándose en la punta hacia atrás.
El Rey bajó las escaleras de su trono y esperó a que él llegara.
Malarath consideró mudarse a otra habitación, una más íntima. A su alrededor, grandes murales decoraban las paredes y estatuas de mármol descansaban en cada esquina. Telas caras y pieles ricas colgaban de las altas columnas, todo diseñado para dirigir la vista al enorme trono dorado desde el cual él reinaba.
Había insistido en que ese fuerte estuviera tan decorado como cualquier palacio que hubiera visitado.

No. Esta habitación serviría. Él disfrutaría la sensación de poder que se manifestaba en este espacio.

Malarath se obligó a serenarse, incluso al oír los pesados pasos aproximándose por el gran salón. Las puertas de la habitación del trono se abrieron de golpe y allí estaba de pie el Sanguine Dominar, un vampiro sin igual, capaz de controlar la sangre con un movimiento de su mano, y doblegarla a su voluntad. Vestía apretadas ropas de cuero, como los bárbaros: pantalones oscuros y una burda camisa, junto con una impresionante capa de piel que se arrastraba por el piso detrás de él.

Egipcio por nacimiento, su piel era oscura, pero sus severos ojos eran color ámbar dorado. Su grueso cabello largo estaba retorcido en salvajes bucles. Y, a pesar de que Malarath era casi quince centímetros más alto, su presencia era imponente.

Carnicero. Asesino. Destructor. Nombres que los enemigos de los vampiros le habían dado.
Pero para el Rey, él era Apep: el muchacho que había encontrado en las calles y convertido en la compañía perfecta.

Al verlo, Malarath tensó su mandíbula, recordándose lo que necesitaba hacer, incluso mientras su corazón latía fuertemente en su pecho.

El vampiro lo observó; sus ojos estaban rojos.

𝐵𝑟𝑜𝑘𝑒𝑛: Jex Lane Beutiful Monsters  Volumen III Donde viven las historias. Descúbrelo ahora