Desde el primer momento en que sus ojos coincidieron en aquel paisaje natural, algo mágico se manifestó entre ellos. Él se sentía muy pequeño ante ella, indefenso, pero unos aromas del aire hacían que no pudiera alejar ninguno de sus sentidos de ella. Comenzó a acercarse lentamente. Sus piernas disfrutaban el tacto de la rústica madera debajo suyo.
Ella, salvaje y expectante, lo devoraba con la mirada. Su postura coqueta aunque en guardia le transmitía algo de confusión y rechazo, pero a su vez le provocaba cierta excitación. Lo esperaba disimuladamente recostada sobre sus piernas del otro lado de la superficie forestal.
Cuando estuvieron frente a frente, lo supieron. Una cierta fragancia con olor a romance, los unía. Supieron que eran el uno para el otro, hasta que la muerte los separe. No hicieron falta rituales de seducción, sonidos agradables para el oído y el corazón, ni ningún contacto amigable. La tensión sexual entre ellos era incontenible. Sus mejillas casi se rozaban, y podían escucharse pequeños jadeos de impaciencia.
Ella se dio la vuelta invitándolo de forma tan sugerente que él hubiera querido morderse los labios por deseo. Acercó su pelvis al tiempo que posaba los brazos a los costados de su compañera. Él entendió que no debía pedir permiso, que ya todo estaba dado. Ella miró hacia el cielo, enfocando las blancas nubes con sus redondos ojos. Él inició el baile que unió sus cuerpos con gran energía, dejando para que el viento se lleve pequeños ruidos de disfrute. Ella sentía su cuerpo verduzco cargado de pasión y su espalda vibrando al son del acto.
Allí, sobre ese tronco húmedo, solo la naturaleza y algunos ojos curiosos de seres similares a ellos eran testigos de la situación. La vergüenza no formaba parte del ambiente pese a lo expuestos que estaban. No les importaba, ellos eran felices haciendo lo que hacían.
Él estaba por llegar al éxtasis. Dentro suyo, sabía que volvería a sentirse un insecto cuando esto termine, pero la felicidad del momento valía la pena. Apenas entendió su destino, no tuvo ni un ápice de cobardía. Sí era necesario entregar su vida por esto, lo iba a hacer sin arrepentimientos.
Dejó sus últimas energías para el final, y sintió muchas descargas eléctricas recorriendo su cuerpo. Estaba hecho. Dirigió su redonda mirada hacia ella para comprobar si la pasión había sido mutua, y una sensación de satisfacción y orgullo lo invadió al notar que había cumplido con su labor.
Pasaron algunos segundos que parecieron eternos hasta que ella se reincorporó. Dominante y firme, se giró hacia él. Lo admiró de arriba a abajo, viendo cómo su vientre veteado subía y bajaba a causa de la agitada respiración. Hubiera querido dedicarle una sonrisa, pero las tenazas de su boca no se lo permitían.
Ella se irguió sobre sus patas traseras y posó sus brazos alrededor del cuello de su amante. La imagen de ese último abrazo cargado de amor se grabó en las retinas de él. También, comenzó a sentir cómo las pequeñas tenazas de ella clavaban afiladas agujas en su piel.
Con total precisión, ella ejecutó un impulso hacia arriba, separando la cabeza de él de su cuerpo de insecto. Pequeños hilos de sangre de apariencia mohosa comenzaron a brotar del cuello decapitado. Sus seis patas perdieron fuerza, y el torso cayó inerte sobre la madera de ese viejo tronco.
Ella siguió con la misma expresión, entendiendo que solo era el ciclo de la vida, de sus vidas de Mantis. Sin tristeza, culpa ni delicadeza, se llevó hacia su boca la cabeza cercenada, propinándole un gran mordisco sobre la zona de la sien.
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Hasta que la muerte nos separe
RandomA veces, ni siquiera el amor es lo que parece...