66. La Huida del Príncipe

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Los días transcurrían con una rapidez abrumadora. Harry seguía con sus clases privadas con Dumbledore, mientras que Ron y Hermione parecían haber dejado atrás sus problemas tras la ruptura de Ron con Lavender. Eileen, por su parte, mantenía su atención fija en los problemas de Harry, siendo la única que no se alejaba de él cuando más lo necesitaba.

Harry cargaba con demasiadas preocupaciones, y aunque tenía a Ron y Hermione, era Eileen quien se mantenía a su lado en los momentos más oscuros. Escuchaba en silencio todo lo que Dumbledore le confiaba: teorías, misiones, y la creciente gravedad de la situación.

Una de esas tareas fue conseguir un recuerdo crucial de Slughorn, un recuerdo que revelaba algo inquietante: la única forma de detener a Voldemort era destruyendo los horrocruxes, pero había un problema. Estaban desaparecidos, y la tarea de encontrarlos y destruirlos sería casi imposible.

Una tarde, Harry estaba a punto de partir con Dumbledore en un viaje para recuperar uno de los horrocruxes. Mientras descendía de la torre de Gryffindor, Eileen lo interceptó.

—Voy contigo —anunció con una firmeza inusual.

—No —replicó Harry, con un tono cansado—. Es demasiado peligroso. Dumbledore me pidió que fuera solo. No puedo involucrarte en algo tan arriesgado.

Reanudó su marcha, esperando que Eileen lo dejara, pero ella le siguió el paso con determinación.

—Ya es demasiado tarde para eso, Harry. Estoy involucrada hasta el cuello. Sé todo lo que sabes tú, y una mano extra no te vendría mal.

—Te dije que no —insistió Harry, sin voltear.

—Voy a ir de todas formas —declaró Eileen, sin apartarse.

Ambos avanzaron en silencio hacia la torre de astronomía, donde Dumbledore esperaba. Sin embargo, al llegar, sus pasos se detuvieron al escuchar una conversación que provenía del interior. Era Snape, y hablaba con el director. Se quedaron inmóviles en la escalera, escuchando.

—¿Nunca has considerado que pides demasiado, que das demasiado por hecho? —la voz de Snape resonaba cargada de frialdad—. ¿Nunca ha cruzado por tu brillante mente que ya no quiero seguir haciendo esto?

—Lo he considerado —respondió Dumbledore, con su característico tono calmado—, pero es irrelevante. No estamos negociando, Severus. Aceptaste. No hay nada más que discutir.

La tensión en la conversación era palpable. Un silencio incómodo se instaló antes de que Snape, visiblemente molesto, girara sobre sus talones para marcharse. Al descender las escaleras, se encontró cara a cara con Harry y Eileen. Los observó con un odio frío, un destello de algo indescifrable en sus ojos, pero no dijo nada. Tras un par de segundos que parecieron una eternidad, Snape se alejó, dejando un aire denso a su paso.

Harry y Eileen caminaron en silencio hacia donde los esperaba Dumbledore. El director estaba de pie, observando el paisaje con la mirada perdida, pero al oír sus pasos, se giró lentamente.

—Veo que vienes acompañado, Harry —dijo Dumbledore, manteniendo su habitual calma.

—Lo siento, señor, no quería causar problemas. Solo quiero ayudar —intervino Eileen rápidamente, antes de que Harry pudiera hablar.

Dumbledore la observó con seriedad.

—Espero que estés al tanto de la situación —dijo, midiendo cada palabra.

—Lo estoy, sé tanto como Harry —respondió ella con firmeza.

—¿Y también eres consciente de lo peligroso que es? —insistió Dumbledore, su mirada penetrante.

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