Capítulo cuatro

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Empezó a llover justo cuando el taxi se detuvo. Fluke tardó sólo unos segundos en subir al coche, pero cuando cerró la puerta estaba empapado.

Mientras miraba por la ventanilla empezó a pensar en aquel fin de semana en Escocia... también había llovido esa noche.

* * * * *

Fluke no había leído nada siniestro en las oscuras nubes, no sabía que su vida estaba a punto de cambiar para siempre mientras conducía el Land Rover por el camino de grava que llevaba al castillo de Armuirn.

Sencillamente, le estaba haciendo un favor a su hermano y su cuñada y en lo único que pensaba era en un buen baño caliente. No había anticipado que limpiar las casitas de invitados que rodeaban el castillo sería tan agotador. Y tampoco tenía intención de decirlo en voz alta para confirmar la opinión de su hermano de que la vida en la ciudad lo había vuelto blando.

Cuando llegó al castillo inclinó un poco la cabeza para mirar las altas torres. El edificio, de piedra gris, podía verse desde muchos kilómetros y había sido el hogar de su cuñada cuando era pequeña, pero ahora Ian y

Clare vivían en una granja cercana y habían convertido el edificio, y las casitas que lo rodeaban, en un hotel rural.

Fluke sacó una enorme cesta que contenía los productos de limpieza, pensando que usar un plumero no era precisamente su idea de cómo pasar unas buenas vacaciones. Pero no podía irse de excursión por las montañas cuando una violenta epidemia de gripe tenía a su hermano y a la mitad de los empleados en cama.

Aunque había dicho estar dispuesto a hacer lo que fuera, se había alegrado cuando el «lo que fuera» no consistía en cuidar de los gemelos de su hermano. Adoraba a sus sobrinos, pero la responsabilidad de mantener a la pareja entretenida y a salvo de todo peligro no era algo que le apeteciese en aquel momento.

Afortunadamente, Clare le había pedido que limpiase las casitas de invitados y, si tenía tiempo, que fuera a llevar la compra a la cocina del castillo.

Pero cuando le preguntó si también debía limpiar el polvo, su cuñada le había dicho que no. Por lo visto, el hombre que había alquilado el castillo para el verano no quería que lo limpiasen.

De hecho, no quería nada más que estar solo.

—¿Cómo es ese hombre?

—No me preguntes a mí, yo no lo he visto. Y creo que Ian tampoco. La reserva se hizo por Internet.

—Pero alguien tiene que haberlo visto —dijo Fluke. Aquélla era, después de todo, una comunidad pequeña donde todo el mundo conocía a todo el mundo.

—Hamish lo vio, creo, bajando de un helicóptero.

—¿Bajando de un helicóptero? ¿Y cómo era?

—Me dijo que era alto.

—Ah, cuánta información —rio Fluke.

—Nadie lo ha visto desde entonces. Se aloja en el castillo y no va al pueblo para nada. Deja la lista de cosas que necesita en la puerta cuando vamos a cambiar las sábanas, pero nada más.

—A lo mejor es un fugitivo —murmuró Fluke—. A lo mejor está huyendo de la ley o es una estrella de cine en medio de un escándalo.

—No, seguramente será un ejecutivo estresado que ha venido a pescar. Pero sea quien sea ha alquilado el castillo durante seis meses y ha pagado por adelantado, así que puede ser todo lo invisible que quiera —contestó su cuñada.

—¿Y ese hombre misterioso tiene un nombre?

—No me acuerdo... es extranjero, italiano, me parece.

Amor ciego, OhmFluke.Where stories live. Discover now