Capítulo 7

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El sonido de la lluvia golpeando las ventanas me mantuvo despierta esa noche, aunque la verdad es que llevaba horas sin poder dormir. La conversación con Arthur en la librería no dejaba de repetirse en mi mente. Podía verlo claramente frente a mí, con esa expresión vulnerable, esa mirada cargada de dolor que intentaba ocultar, y sus palabras... "Vine a buscar justicia, aunque tal vez sea más correcto decir que vine a buscar venganza."

Nunca imaginé que algo tan oscuro pudiera formar parte de su vida. Siempre lo había visto como una persona enigmática, sí, pero no así... Tan atrapado en un pasado que parecía haberse convertido en una prisión para él. Por más que intentaba comprenderlo, una parte de mí sentía miedo, una inquietud que me susurraba al oído que tal vez estaba entrando en aguas demasiado profundas.

Esa mañana, después de apenas haber dormido un par de horas, decidí darme una ducha y preparar café, intentando distraerme. Mientras el agua caliente caía sobre mi espalda, cerré los ojos, dejando que la tensión se disolviera, aunque fuera solo por un momento. Pero mis pensamientos volvían una y otra vez a él, a esa conversación que habíamos tenido.

Al salir de la ducha, me encontré con mis propios ojos en el espejo, buscando alguna respuesta en mi reflejo. ¿Qué me estaba pasando? Nunca antes había sentido algo tan intenso, tan absorbente, y mucho menos por alguien que apenas conocía. Y sin embargo, con Arthur todo parecía diferente. Había una conexión entre nosotros que no podía explicar, algo que me empujaba a querer estar a su lado, a comprender sus sombras y a intentar ayudarlo, aunque eso implicara ponerme en peligro.

Me puse el uniforme de enfermera con manos temblorosas, tratando de concentrarme en el día que me esperaba en el hospital. Aunque era domingo, me tocaba cubrir un turno de mañana en urgencias, y tenía que estar completamente centrada en mi trabajo. "Tienes que olvidarte de él, al menos por hoy", me repetí, como si fuera una especie de mantra. Pero sabía que no era tan sencillo.

Mientras preparaba mi bolso, sentí una presencia familiar rozando mis piernas. Era Whiskers, mi gato gris de ojos verdes, quien me miraba desde el suelo con su típica expresión de curiosidad. Me agaché y le acaricié suavemente la cabeza, agradeciendo su compañía silenciosa.

—Buenos días, Whiskers —le susurré—. ¿Qué harías tú en mi lugar, eh? ¿Te acercarías a alguien como Arthur? —Me miró como si intentara entenderme, y luego simplemente se frotó contra mi pierna antes de alejarse en busca de su plato de comida.

Suspiré y me levanté, dándole un último vistazo a mi reflejo en el espejo antes de salir. Intenté poner una sonrisa en mi rostro, una apariencia de normalidad que me ayudara a enfrentar el día. Pero incluso así, sentía que algo dentro de mí había cambiado después de aquella noche.

El hospital estaba inusualmente tranquilo para ser un domingo. Me encontré con algunos compañeros en los pasillos, intercambiando sonrisas y saludos, pero mi mente seguía atrapada en mis pensamientos. Mientras atendía a los pacientes, sentía que una parte de mí seguía en la librería, en esa esquina oscura donde Arthur me había revelado su verdad.

Entre una visita y otra, mi teléfono vibró en el bolsillo de mi uniforme. Al mirarlo, vi que era un mensaje de mi padre. Desde que me mudé a Londres, nuestra relación se había vuelto algo distante. Nos hablábamos de vez en cuando, pero siempre había una barrera entre nosotros, algo que no se resolvía ni con llamadas ni con mensajes.

"Hola, Lucy. ¿Cómo estás? Te extraño. Llámame cuando tengas tiempo."

Suspiré, sintiendo una mezcla de nostalgia y frustración. Mi padre y yo habíamos sido cercanos en el pasado, pero desde la muerte de mamá, algo cambió en él. Se volvió más serio, más distante, y yo sentía que, en cierta forma, me culpaba por haber dejado nuestra pequeña ciudad para venir a Londres. A veces me preguntaba si alguna vez llegaría a comprenderme o si nuestras diferencias nos habían separado para siempre.

Guardé el teléfono y continué con mi trabajo, pero la sensación de soledad se hacía cada vez más palpable. Tal vez por eso Arthur había impactado tanto en mi vida. Ambos llevábamos cargas que otros no podían entender, sombras que nos hacían diferentes. Tal vez, en el fondo, eso era lo que me había atraído hacia él desde el primer momento.

Al final del turno, mientras me quitaba el uniforme y me preparaba para volver a casa, mi mente volvió a la conversación en la librería. Me pregunté si Arthur habría estado pensando en mí tanto como yo en él. Esa idea me arrancó una sonrisa involuntaria, aunque no podía ignorar el temor que latía en mi pecho.

Esa misma noche, decidí tomar una caminata antes de regresar a mi apartamento. Había algo en el aire frío de Londres que me ayudaba a aclarar mis pensamientos, a ordenar todo lo que sentía. Pasé por algunos cafés y librerías, lugares que siempre me recordaban a Arthur y a esa primera vez que nos habíamos encontrado.

Justo cuando estaba a punto de regresar, mi teléfono sonó. Al ver el nombre de Arthur en la pantalla, mi corazón dio un salto. Dudé por un momento, preguntándome si realmente estaba preparada para hablar con él. Pero finalmente respondí.

—Hola, Arthur —dije, intentando sonar tranquila.

—Hola, Lucy —respondió él, y pude notar cierta vacilación en su voz—. He estado pensando mucho en lo que hablamos.

Mi respiración se detuvo por un momento. No sabía qué esperar de esta conversación, pero algo me decía que iba a ser importante.

—Yo también —respondí, suavemente—. ¿Estás bien?

—Lo estoy... o al menos, intento estarlo. Lucy, necesito verte. Necesito que hablemos de esto cara a cara.

Sentí una mezcla de emoción y nerviosismo. Había algo en su tono que me decía que esta vez las cosas iban a cambiar, que él estaba listo para abrirse de una forma en la que nunca lo había hecho antes.

—Está bien, Arthur. Dime dónde nos encontramos.

Él me dio la dirección de un pequeño parque cerca de mi apartamento, y me dirigí hacia allí sin pensarlo demasiado. Cuando llegué, lo vi esperándome junto a una banca, con las manos en los bolsillos y la mirada perdida en el cielo nocturno.

—Gracias por venir —me dijo cuando me acerqué, su voz suave y llena de sinceridad.

—No tienes que agradecerme, Arthur. Ya te lo dije, estoy aquí para lo que necesites.

Nos sentamos en silencio durante unos momentos, y luego él comenzó a hablar. Me contó más sobre su familia, sobre su dolor y su rabia, sobre la pérdida que había marcado su vida y el vacío que le había dejado. Me di cuenta de que él no solo buscaba venganza; buscaba respuestas, buscaba paz.

Cuando terminó de hablar, me quedé mirándolo, sintiendo que finalmente comenzaba a entender el peso que él llevaba sobre sus hombros.

—Arthur, no puedo decirte que te entiendo completamente... pero quiero estar aquí para ti. Quiero ayudarte a encontrar otra forma de sanar, una que no te destruya en el proceso.

Él me miró, y por primera vez, vi una lágrima en sus ojos. No supe si era de tristeza o de alivio, pero en ese momento supe que estaba dispuesto a intentarlo. Su mano buscó la mía, y nos quedamos así, en silencio, bajo el cielo estrellado, sintiendo que, de alguna manera, estábamos compartiendo nuestras sombras y nuestras esperanzas en ese pequeño rincón de Londres.


Venganza en la pielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora