La semana siguiente, la oficina se siente extrañamente vacía sin la presencia constante de David. La calma antes de la tormenta, pienso. Ocupado en reuniones varias, mi jefe se encuentra fuera de la oficina la mayor parte del tiempo. No puedo evitar preguntarme si su ausencia tiene algo que ver con la conversación que tuvimos la semana anterior. ¿Estará evitando verme?
Aprovecho esta calma para organizar los documentos en carpetas en el ordenador y hacer limpieza en mi escritorio. Hacer limpieza en mi escritorio me da una sensación de control que había olvidado. También planifico el trabajo que tengo que realizar, haciendo un listado de tareas y agendando un par de reuniones pendientes. Me siento más eficiente y capaz de manejar mis cuestiones diarias sin la presión constante un jefe cuyos correos se hacen prácticamente inexistentes de pronto. Ni siquiera me manda ya recados a través de Isabel. Solo un par de informes que redacto sin problema y que no me mandan de vuelta.
La rutina diaria se vuelve más llevadera, y empiezo a disfrutar de mi trabajo de nuevo. He salido todos los días a mi hora, algo que no había podido hacer en mucho tiempo. La sensación de libertad y control me ha devuelto la energía y el entusiasmo. Por primera en estas 3 semanas siento que puedo respirar. Casi hasta agradezco cuando, por pura casualidad, David y yo coincidimos en los ascensores al principio de la cuarta semana.
—Buenos días, Alba.
—Buenos días, David.—respondo, tratando de mantener la compostura
—Una semana productiva, ¿eh? Los informes que me has mandado están impecables.—Su respuesta me gusta. Esta es la actitud que esperaba tuviera conmigo desde el primer momento.
No dejo de sonreír, como una tonta, mientras David bromea sobre su aburrido fin de semana. No escucho nada de lo que me dice, solo puedo ver sus labios moverse una y otra vez, rodeados de barba incipiente. Hacen que me sea difícil dejar de pensar en el bar, cando su brazo me rodeó y sus dedos rozaron esta misma falda. Me pregunto si él estará pensando lo mismo, porque parece mirarse las manos. Me estremezco solo de recordarlo. Tengo que ponerme firme y decirme a mí misma que allí David es mi jefe. Que nuestra relación es estrictamente profesional.
El ascensor llega pronto a la planta. David, con un gesto cordial, me hace salir primero. Mi pulso se acelera al pensar en qué parte de la falda está mirando. No estoy bien de la cabeza. Tanta lectura de romantasy me está afectando. Quizá no sea tan bueno tener tanto tiempo libre.
David se vuelve hacia mí.
—Alba, tengo que asistir a un congreso en Londres este miércoles. Durará hasta el viernes. Esperaba que pudieses acompañarme, como parte de nuestro trato.
Asiento, procesando la información. Un escalofrío me recorre la espalda. Un viaje a Londres no era algo que esperaba, pero la idea me resulta emocionante. Aunque me da miedo estar con David tanto tiempo.
—Te enviaré los detalles por correo. —Responde David, sonriendo.
Voy dando saltitos, hacia mi mesa. Jorge me mira de reojo, probablemente se pregunta qué me tiene tan emocionada. Por suerte, no dice nada. Abro el correo y allí está, el programa del congreso. Cotilleo las personas que se encuentran en copia. Por suerte, Maite parece venir, también. Va a ser un viaje increíble.
No puedo dejar de pensar en todas las posibles situaciones incómodas que podrían surgir durante el viaje. ¿Y si la tensión entre nosotros se hace evidente para los demás? Aunque en el ascensor estuvo realmente simpático. Quizá esta sea una nueva etapa en nuestra relación. En la profesional. Esos pensamientos no opacan la ilusión que me hace poder sentirme útil.
Minutos después, me dirijo con Jorge hacia la máquina de café. Una persona rubia se abalanza hacia mí. La sujeto como puedo y las dos casi nos caemos por el suelo.
—Tía, que nos vamos a Londres.
(...)
El bullicio y estrés del aeropuerto nos envuelve mientras Maite y yo llegamos, nerviosas y emocionadas. Hace tanto que no viajamos en avión que cada paso se siente como una aventura. La gente corre de un lado para otro en un ritmo frenético del que no somos parte. Preferimos tomárnoslo con calma. En un arranque de valentía, decido escribir a David para saber qué vuelo toma. No tardo en arrepentirme al darme cuenta que el Señor Scrooge no es muy amigo de contestar pronto a los mensajes.
Nos dirigimos al control, o mejor dicho, sigo a Maite, mi guía en este caos. La tensión en mi estómago crece con cada paso. Las colas interminables de gente se alejan en cierta medida y nos encaminamos a una cola más vacía. Pasamos el control rápido y llegamos a una zona más tranquila del aeropuerto. Aunque he tenido que descargarme al sacar los líquidos de la maleta, el personal ha sido particularmente amable y no me he sentido tan atropellada por la persona siguiente como otras veces. A penas hemos tardado cinco minutos en todo el ritual.
—¡No puedo creer lo rápido que hemos pasado el control! —exclamo. Todavía no entendiendo por qué me daba pavor ese trámite tan absurdo.
—Es porque hemos pasado por el fast track. Mira —Maite señala un cartel, que no deja lugar a dudas.
—¿Fast track? ¿Cómo conseguiste eso? —pregunta Alba, intrigada.
—Un amigo me dejó una tarjeta. Y también podemos ir a la sala VIP si quieres —dice Maite, guiñándome un ojo.
La idea de disfrutar de un poco de lujo antes del vuelo es tentadora, pero mi mente sigue volviendo a David. ¿Por qué no ha respondido a mis mensajes? No creo que esté evitando verme. Las cosas entre nosotros parecían ir bien últimamente. Quizá es que simplemente no los haya visto.
Tras una breve caminata llegamos a la sala VIP. Es curioso el contraste entre el gentío de fuera y la serenidad de dentro. La música e iluminación suave contribuyen a un ambiente cálido y distendido. La estancia principal, con amplios sillones mullidos, invita a sentarse y ser paciente. Varios paneles informan de los vuelos próximos. Pero lo mejor es la gran cristalera que permite observar los aterrizajes y despegues. Nos sentamos en un taburete, después de servirnos zumo de naranja y varios dulces, a observarlos. Por un momento, puedo olvidar mis preocupaciones y disfrutar del lujo y la tranquilidad que nos rodea. Siento mis hombros menos pesados. Incluso me olvido de revisar el móvil cada dos segundos.
Maite pide dos copas de champagne, y posa una mano sobre mi muslo.
—Tengo que contarte algo. —dice Maite, con una expresión que mezcla emoción y preocupación. Mi corazón se acelera, anticipando lo que está por venir.
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No te enamores de tu jefe
Romance¡¡¡¡OJO!!!!! ¡NO TE ENAMORES DE TU JEFE! TE PUEDE PARTIRTE EL CORAZÓN...DE NUEVO. Pero, ¿qué pasa si eres la única oportunidad de salvar su puesto de trabajo? Me llamo Alba, tengo casi 27 años y mi vida está a punto de dar un giro de 180º cuando la...