Un día mi perra se come unos desperdicios envueltos en papel de aluminio y hay que hacerle unas radiografías que cuestan mil dólares. El patio que hay detrás de mi bloque de apartamentos está lleno de basura y cristales rotos. En el sitio donde la gente aparca sus coches hay charcos de anticongelante esperando para envenenar a cualquier perro o gato.
Aunque está completamente calvo, el veterinario que la atiende se parece a un viejo amigo íntimo. A un chaval con el que crecí. Con una sonrisa que yo veía todos los días de mi infancia. El hoyuelo de su barbilla y cada peca de su nariz, los conozco perfectamente. Sé que puede usar el hueco que tiene entre los dientes de delante para silbar.
Aquí y ahora le está poniendo una inyección a mi perra. De pie frente a una mesa de acero plateado que hay en una sala fría con baldosas blancas, aguantando a la perra por el pellejo del cuello, menciona la filariosis.
Cuando encontré su nombre en la guía telefónica me cegaban las lágrimas de tanto miedo que tenía de que se me fuera a morir la perra. Con todo, allí lo encontré: Kenneth Wilcox, Veterinario. Por alguna razón me encantó aquel nombre. No sé por qué. Mi salvador.
Ahora, mientras tira hacia atrás de las orejas de la perra y mira dentro de las mismas, menciona el moquillo. En el bolsillo de la pechera de su bata blanca hay bordadas las palabras: «Doctor Ken».
Hasta el sonido de su voz me trae ecos de hace mucho tiempo. Le he oído cantar: «Cumpleaños feliz». Le he oído gritar «¡Strike uno!» en partidos de béisbol.
Se trata de él, de un viejo amigo mío, pero demasiado alto, con la piel de los párpados lívida y colgante. Con demasiada papada. Tiene los dientes un poco amarillos y los ojos de un azul no tan brillante como antaño. Me dice:
—Tiene buen aspecto.
Le pregunto a quién se refiere.
—A su perra —dice él.
Sin dejar de mirarlo, de mirar su calva y sus ojos azules, le pregunto:
—¿A qué universidad fue?
Él dice que a una universidad de California. Una de la que no he oído hablar nunca.
Él era pequeño cuando yo era pequeño, y de alguna manera crecimos juntos. Él tenía un perro que se llamaba Skip y se pasaba el verano descalzo, yendo a pescar o construyendo una casa en un árbol. Ahora que lo miro, me lo imagino una tarde de invierno construyendo el muñeco de nieve perfecto mientras su abuela lo mira desde la ventana de la cocina. Y digo:
—¿Danny?
Y él se ríe.
Esa misma semana le intento vender un artículo sobre él al jefe de sección del periódico. Sobre cómo lo he encontrado, cómo he encontrado al pequeño Kenny Wilcox, el actor infantil que interpretaba a Danny en la serie de televisión Mi vecino Danny hace un millón de años. El pequeño Danny, el niño con el que todos crecimos, ahora es veterinario. Vive en una casa adosada en una urbanización de los suburbios. Se corta su propio césped. Es él en persona, calvo y de mediana edad, un poco gordo y anónimo.
Una estrella olvidada. Ahora es feliz y vive en una casa de dos dormitorios. Le han salido patas de gallo. Toma pastillas para controlarse el colesterol. Es el primero en admitir que después de aquellos años siendo el centro de atención, ahora le gusta estar solo. Pero es feliz.
Y lo importante es que el doctor Ken ha aceptado. Dice que me va a dar una entrevista, que claro que sí. Un pequeño perfil para la sección de Ocio del Suplemento Dominical del periódico.
El jefe de sección al que le estoy proponiendo el artículo se hurga una oreja con el extremo de un bolígrafo y se dedica a sacar cera. Con aspecto de estar mortalmente aburrido.
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Relatos de Chuck Palahniuk
ContoUna colección de relatos publicados por el autor norteamericano Chuck Palahniuk, mas conocido por su primera novela, EL CLUB DE LA LUCHA, y por su relato (que hizo desmayarse a mas de una persona) TRIPAS. Encontrarás historias que te gustarán, que t...