AL RITMO DE LOS PERROS

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Estos ángeles se contemplan a sí mismas. Estas agentes de la piedad.

Montándoselo mucho mejor en la vida de lo que Dios había planeado para ellas, con sus maridos ricos y su material genético de calidad y su ortodoncia y sus tratamientos dermatológicos. Estas madres que no trabajan con hijos adolescentes que van al instituto. Que no trabajan, pero que tampoco trabajan en la casa. Que no son amas de casa.

Con estudios, sí, pero no demasiado listas.

Disponen de ayuda para todo el trabajo duro. De expertos a sueldo. Si se equivocan de polvo limpiador, se cargan sus encimeras de granito o sus baldosas de piedra caliza. Si se equivocan de fertilizante, se les quema el jardín. Si se equivocan de color de pintura, todos sus meticulosos esfuerzos y toda su inversión se ven afectados. Con los niños en el instituto y Dios en su oficina, los ángeles tienen todo el día desocupado.

Así que aquí están. Voluntarias.

Donde no pueden estropear nada demasiado importante. Empujando el carrito de la biblioteca por un centro para jubilados. Entre el yoga y su grupo de lectura. Colgando los adornos de Halloween en un asilo de ancianos. Las encontrarás en cualquier centro para la Tercera Edad, a estos ángeles del aburrimiento.

A estos ángeles con sus zapatos planos hechos a mano en Italia. Con sus buenas intenciones y sus licenciaturas en historia del arte y sus largas tardes desocupadas hasta que las criaturas vuelven a casa después del fútbol o de las clases de ballet que tienen al salir de la escuela. A estos ángeles, tan guapas con sus vestidos de verano con estampado de flores, con su pelo limpio y recogido.

Con una palabra amable para cada paciente. Con un comentario sobre la bonita colección de tarjetas de tus familiares que tienes colocadas sobre la cómoda. Qué bonitas violetas africanas te han salido en las macetas de tu repisa.

El señor Whittier ama a estos ángeles.

Siempre que se dirigen al señor Whittier, el anciano calvo y lleno de manchas de la edad que vive al final del pasillo, ellas le dicen: Qué pósters fosforescentes de conciertos de rock duro tan bonitos tiene usted pegados con cinta adhesiva encima de su cama. Qué monopatín tan colorido tiene apoyado al lado de la puerta.

Y el viejo señor Whittier, el enano de mirada vidriosa del señor Whittier, les pregunta:

—¿Qué pasa con vuestro rollo, señoritas?

Y los ángeles se ríen.

Y ese anciano que todavía juega a ser joven. Qué mono, que sea tan joven de espíritu.

El tontorrón del señor Whittier, tan mono él, siempre navegando por internet y leyendo revistas de snowboard. Con sus cedés de música hip-hop. Con una gorra de visera que se pone del revés. Como un chaval de instituto.

Una versión vetusta de los hijos adolescentes de ellas. Y ellas no pueden evitar devolver el flirteo. No pueden evitar que les caiga un poco bien, con su cabeza llena de manchas de la edad y tocada con una gorra del revés, con sus auriculares puestos y escuchando música metal tan fuerte que se oye por toda la sala.

El señor Whittier en el pasillo, apoltronado en su silla de ruedas con la mano abierta y la palma hacia arriba, diciendo:

—Choca esos cinco...

Y todas las señoras voluntarias le palmean la mano al pasar.

Sí, por favor. Así es como los ángeles quieren estar cuando lleguen a los noventa. Todavía en la onda. Todavía abiertas a nuevas tendencias. No fosilizadas, que es como se sienten ahora...

En muchos sentidos, ese anciano parece más joven que todas esas voluntarias de treinta y tantos o cuarenta y tantos. Que estos ángeles que han llegado a la mediana edad aunque solamente tengan la mitad o un tercio de los años de él.

Relatos de Chuck PalahniukDonde viven las historias. Descúbrelo ahora