Había una broma que mis tíos solamente hacían cuando estaban borrachos.
La mitad de la broma era el ruido que hacían. Era el ruido de alguien que carraspeaba para recoger saliva del fondo de su garganta. Un ruido largo y rasposo. Después de todas las celebraciones familiares, cuando no quedaba nada que hacer salvo beber, los tíos sacaban sus sillas y las colocaban debajo de los árboles. Allí donde no podíamos verlos en la oscuridad.
Mientras las tías lavaban platos, y los primos corrían a sus anchas, los tíos estaban en el huerto de árboles frutales, empinando el codo y apoyando sus sillas sobre las dos patas de atrás. A oscuras, se oía a un tío hacer el ruido: Suuu-ruuuc. Aun a oscuras, uno sabía que se acababa de pasar una mano por delante del cuello, de un lado a otro. Suuu-ruuuc, y los demás tíos se echaban a reír.
Las tías oían el ruido y sonreían y negaban con la cabeza: Hombres. Las tías no conocían la broma, pero sabían que cualquier cosa que hiciera reír tanto a los hombres tenía que ser una tontería.
Los primos no conocían la broma, pero hacían el ruido. Y se pasaban una mano por delante del cuello, de un lado a otro, y se caían de la risa. Los chavales se pasaban toda su infancia haciéndolo. Diciendo: Suuu-ruuuc. Gritándolo. La fórmula mágica de la familia para hacerse reír los unos a los otros.
Los tíos se agachaban para enseñarles. Ya de niños pequeños, cuando apenas andaban, ya imitaban el ruido. Suuuruuuc. Y los tíos les enseñaban a pasarse una mano por delante del cuello, siempre de izquierda a derecha, surcando el aire de delante de sus cuellos.
Y ellos preguntaban —los sobrinos, subidos en brazos de un tío, pataleando en el aire— qué quería decir aquel ruido. Y aquel gesto con la mano.
Era una historia muy, muy antigua, les decía el tío. El ruido venía de la época en que los tíos eran todos jóvenes y estaban en el ejército. Durante la guerra. Los primos trepaban por los bolsillos de la chaqueta del tío, enganchando el pie en un bolsillo y extendiendo una mano para alcanzar el siguiente bolsillo que había más arriba. Igual que uno trepa por un árbol.
Y suplicaban: Cuéntanoslo. Cuéntanos la historia.
Pero lo único que hacía el tío era prometerles: Más adelante. Cuando fueran mayores. El tío cogía a uno de los primos por las axilas y lo subía a hombros. Y lo llevaba así, corriendo, echando una carrera al resto de los tíos para entrar el primero en la casa, para besar a la tía y comerse otro trozo de tarta. Y tú hacías palomitas de maíz y escuchabas la radio.
Era la contraseña de la familia. Un secreto que la mayoría de ellos no entendía. Un ritual para mantenerlos a salvo. Lo único que los primos sabían era que les hacía reírse juntos. Que era algo que solamente ellos sabían.
Los tíos decían que el ruido era la prueba de que los peores miedos de uno podían simplemente desaparecer. No importaba lo terrible que pareciera algo, era posible que ya no estuviera al día siguiente. Si se moría una vaca, y el resto del ganado parecía enfermo, inflado por el meteorismo y a punto de morir, si no se podía hacer nada, los tíos hacían el ruido: Suuu-ruuuc. Si los melocotoneros estaban dando fruto en el huerto y esa noche el parte meteorológico había previsto helada, los tíos lo decían. Suuu-ruuuc. Lo cual quería decir que algo terrorífico que uno no podía detener de ninguna forma podía simplemente detenerse por sí solo.
Cada vez que se reunía la familia, aquel era su saludo: Suuu-ruuuc. El que todos los primos se pusieran a hacer aquel ruido tonto hacía poner los ojos bizcos a las tías. Suuu-ruuuc. Con todos los primos pasándose una mano por delante del cuello. Suuu-ruuuc. Y los tíos se echaban a reír tan fuerte que se tenían que inclinar hacia delante y apoyarse las manos en las rodillas. Suuu-ruuuc.
ESTÁS LEYENDO
Relatos de Chuck Palahniuk
Kısa HikayeUna colección de relatos publicados por el autor norteamericano Chuck Palahniuk, mas conocido por su primera novela, EL CLUB DE LA LUCHA, y por su relato (que hizo desmayarse a mas de una persona) TRIPAS. Encontrarás historias que te gustarán, que t...