Capítulo 9

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Aún tenía el recuerdo de esa noche grabado en mi mente. La calidez de su mano, sus palabras susurradas y el sentimiento de pertenencia que, por un breve momento, había llenado cada rincón de mi ser. Pero algo había cambiado en Arthur desde entonces, algo que yo no lograba entender. Había comenzado a mostrarse distante, esquivo, como si estuviera encerrado en un mundo al que yo no tenía acceso. Lo noté en sus ojos la última vez que nos vimos; esa chispa de vulnerabilidad que solía vislumbrar había desaparecido, reemplazada por una frialdad inquietante.

Los días pasaban, y cada intento de acercarme a él parecía rebotar contra un muro invisible. Mi mente giraba en círculos, buscando alguna explicación. ¿Habría hecho algo que lo incomodara? ¿O acaso todo lo que habíamos compartido no significaba lo mismo para él? No podía simplemente ignorar la creciente distancia que se abría entre nosotros. Había noches en las que me quedaba despierta, preguntándome si todo había sido una ilusión, si tal vez estaba leyendo demasiado en sus gestos, en sus palabras. Pero entonces recordaba sus miradas, su ternura en esos momentos fugaces, y algo en mí se resistía a aceptar que todo fuera una mentira.

Una tarde de sábado, después de una semana especialmente difícil en el hospital, decidí llamarlo. Quería escuchar su voz, intentar descifrar lo que estaba sucediendo. Sin embargo, cuando mi llamada fue directamente al buzón de voz, una extraña sensación de vacío se instaló en mi pecho. Me quedé mirando el teléfono, esperando que tal vez llamara de vuelta, pero el silencio en mi apartamento parecía hacerse más profundo con cada segundo que pasaba.

Desesperada por despejar mi mente, decidí dar un paseo por la ciudad. Las calles de Londres estaban abarrotadas de gente, pero, de alguna manera, la soledad se sentía aún más pesada entre la multitud. Caminé sin rumbo fijo, perdida en mis pensamientos, hasta que, sin darme cuenta, terminé frente a una pequeña librería que solía visitar cuando era niña. La tienda era un rincón acogedor de libros antiguos y tesoros olvidados, y el dueño, un hombre mayor y amable, siempre recordaba mi nombre.

Entré, dejando que el olor a papel viejo y tinta me envolviera. Pasé mis dedos por los lomos de los libros, buscando algo que pudiera distraerme, algo que pudiera llenar el vacío que sentía en el pecho. Encontré una vieja edición de cuentos clásicos y la abrí, dejándome llevar por la familiaridad de las palabras, recordando esos momentos en los que mi madre me leía antes de dormir.

De repente, el sonido de la campanilla de la puerta interrumpió el silencio, y me giré, sorprendida. Para mi asombro, allí estaba Arthur, parado en el umbral de la librería, observándome con una expresión que no lograba descifrar. Por un instante, nuestros ojos se encontraron, y un millar de emociones cruzaron por su rostro antes de que él recuperara su semblante habitual.

—Arthur... —susurré, sorprendida y algo insegura. No sabía qué decir. Había imaginado este momento tantas veces en mi cabeza, pero ahora que estaba frente a mí, me sentía perdida.

Él me miró, sus ojos oscuros y profundos. Era como si estuviera intentando contener algo, como si detrás de esa mirada fría y distante hubiera una tormenta de emociones.

—Hola, Lucy —dijo finalmente, su voz suave, pero carente del calor que solía tener.

Sentí una punzada en el pecho, pero traté de sonreír.

—No esperaba verte aquí. ¿Cómo... cómo has estado?

Arthur vaciló un momento, como si estuviera decidiendo qué decir.

—Bien —respondió simplemente, aunque la palabra parecía vacía.

Nos quedamos en silencio, rodeados de libros y recuerdos compartidos. Todo en él parecía extraño, distante. Era como si el hombre con el que había compartido esos momentos tan íntimos hubiera desaparecido y en su lugar hubiera dejado un extraño. Intenté acercarme, hacer una broma o algún comentario para aliviar la tensión, pero Arthur apenas reaccionaba. Finalmente, después de un largo silencio incómodo, me miró con una seriedad que me desarmó.

—Lucy, ¿puedo hacerte una pregunta? —su voz era baja, pero había un tono en ella que me hizo estremecer.

—Claro, pregunta lo que quieras —respondí, intentando sonar despreocupada, aunque en realidad estaba nerviosa.

Él me miró intensamente, como si intentara ver más allá de las palabras, como si tratara de entender algo profundo.

—¿Tu familia... ha vivido en Londres toda su vida? —preguntó, y su tono era tan frío que sentí un escalofrío recorriendo mi espalda.

Su pregunta me tomó por sorpresa. No era algo que esperara de él, no después de todo lo que habíamos compartido. Intenté leer en su expresión, pero no encontré ninguna pista de lo que realmente estaba buscando.

—Sí... bueno, mi padre sí. —Hice una pausa, algo desconcertada—. Mi madre era de fuera, pero se mudó aquí cuando se casaron. ¿Por qué preguntas?

Arthur apartó la mirada, como si la respuesta hubiera encendido algo dentro de él, como si de repente todo cobrara sentido en su mente. Podía ver la confusión, el dolor y algo parecido a la ira en su expresión, aunque intentara ocultarlo.

—No es nada... solo curiosidad —respondió finalmente, aunque su voz sonaba tensa, como si estuviera luchando por mantener la compostura.

No pude evitar sentir que había algo más, algo que él no estaba dispuesto a decirme. Y aunque quería insistir, temía su respuesta, temía abrir una puerta que, tal vez, debería permanecer cerrada. Decidí dejar el tema, esperando que, con el tiempo, él pudiera confiar en mí y contarme lo que realmente le preocupaba.

Antes de irse, Arthur me miró una vez más, y por un instante, vi una sombra de dolor en sus ojos, una que desapareció casi al instante.

—Nos vemos pronto, Lucy —dijo, con una frialdad que no había sentido antes, y salió de la librería sin siquiera mirarme de nuevo.

Me quedé allí, parada en medio de ese pequeño refugio de libros, sintiendo cómo una tristeza profunda comenzaba a instalarse en mi pecho. Sabía que algo en él había cambiado, algo que, probablemente, tenía que ver conmigo y con mi pasado. Pero, sin importar cuánto lo intentara, no lograba entender qué era.


Venganza en la pielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora