Capítulo 3: Fronteras Borrosas

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Marco intentó seguir su vida como siempre, aunque se le hacía cada vez más difícil ignorar el torbellino de emociones que sentía cuando estaba cerca de Adrián. Pasó la semana concentrado en sus estudios y en sus amigos, tratando de distraerse. Sin embargo, había algo inevitable: cada vez que se encontraba con Adrián, sentía que el mundo alrededor se detenía, como si estuvieran en un espacio solo para ellos.

Un viernes por la noche, Lucía le propuso salir de nuevo al bar de siempre. "Vamos, te vendrá bien", le insistió. Él aceptó, pensando que una salida ayudaría a despejar su mente.

Al llegar al bar, el ambiente era animado. Música alta, gente riendo y hablando sin parar. Marco estaba algo inquieto, y sus amigos lo notaron, especialmente Lucía, que le lanzó varias miradas inquisitivas. Pero él hizo lo posible por relajarse y disfrutar de la noche.

Todo iba bien hasta que, de repente, vio una figura conocida entrando al bar: era Adrián. Estaba con un par de amigos, riendo y aparentemente despreocupado. Marco sintió un vuelco en el estómago; no esperaba verlo ahí y menos esa noche. Intentó apartar la mirada, pero fue inútil. Adrián ya lo había visto y, con una sonrisa, se acercó hasta él.

—¿Marco? ¡Qué sorpresa! —dijo Adrián, con esa sonrisa que empezaba a ser demasiado familiar.

—¡Hey, Adrián! No sabía que venías aquí —respondió Marco, tratando de sonar casual.

Lucía, siempre curiosa, aprovechó la oportunidad para interrogar a Adrián con una sonrisa divertida.

—Así que eres Adrián, el chico misterioso que tanto ha mencionado Marco últimamente —dijo con tono de broma, haciendo que Marco la mirara, un poco avergonzado.

—¿Ah, sí? —Adrián lo miró, divertido. —No sabía que hablábamos tanto de mí —añadió, lanzándole a Marco una mirada que hizo que este sintiera una mezcla de vergüenza y emoción.

La noche transcurrió entre risas y conversaciones, y Marco intentó disimular sus emociones, pero cada vez que Adrián le dirigía la palabra o lo miraba, sentía que el resto del mundo desaparecía. Por otro lado, Lucía parecía haber notado esta tensión, y no dejaba de observarlos con una expresión curiosa, casi como si hubiera descubierto un secreto.

En algún momento de la noche, Adrián y Marco quedaron solos en una esquina del bar, observando a la multitud desde un rincón más silencioso. Adrián, apoyado contra la pared, miraba a Marco con intensidad, como si intentara descifrar sus pensamientos.

—Marco, hay algo en ti que parece estar a punto de explotar —dijo Adrián, en tono suave. —No sé qué es, pero puedo verlo.

Marco tragó saliva, sintiendo que su corazón latía más rápido. Las palabras de Adrián lo habían dejado sin respuesta. ¿Cómo era posible que alguien a quien apenas conocía pudiera leerlo tan bien?

—¿A qué te refieres? —preguntó finalmente, intentando sonar indiferente.

Adrián soltó una leve risa y se acercó un poco más.

—Nada en particular. Solo siento que hay una parte de ti que no está del todo aquí, como si estuvieras luchando por entender algo —murmuró, con una mirada que parecía atravesarlo.

Esas palabras quedaron resonando en Marco mucho después de que Adrián se despidiera y se marchara del bar con sus amigos. Aunque Lucía y los demás intentaron animarlo, Marco no lograba concentrarse en la conversación. Aquella noche, cuando llegó a su cuarto, se tumbó en la cama y miró el techo, repasando cada palabra de Adrián en su mente. Era cierto. Estaba luchando, tratando de entenderse a sí mismo y lo que sentía, algo que, hasta ahora, nunca había cuestionado.

Durante los días siguientes, Marco comenzó a notar que la atracción que sentía por Adrián no era solo algo pasajero. Había algo en su presencia que lo hacía sentir... visto, comprendido, y eso le asustaba. Incluso intentó hablar de esto con Lucía, pero cada vez que se acercaba a mencionarlo, le faltaban las palabras. ¿Cómo podía explicar algo que ni siquiera él entendía completamente?

Unos días después, durante una clase de arte, el profesor les pidió que trabajaran en un proyecto individual en torno a la "introspección". Marco se quedó pensando en el tema, y mientras intentaba bosquejar algo en su cuaderno, se dio cuenta de que, sin querer, estaba dibujando los ojos de Adrián de nuevo.

Frustrado, cerró el cuaderno y decidió salir a despejarse un poco. Fue entonces cuando se encontró con Adrián en el pasillo. Estaban solos, y Adrián lo miró con esa expresión que parecía atravesarlo. Sin decir una palabra, le dio un leve empujón en el hombro y le sonrió.

—¿Tienes un minuto para hablar? —preguntó Adrián.

Marco asintió, tratando de ocultar su nerviosismo. Lo siguió hasta una zona tranquila del campus, donde se sentaron en una banca bajo un árbol. Adrián miró a su alrededor y luego volvió la vista hacia Marco, con una sinceridad que hizo que su corazón latiera con fuerza.

—No tienes que decirme nada si no quieres, pero... ¿estás bien? —preguntó, con una suavidad que lo desarmó.

Marco miró al suelo, tomando aire. Por un momento, pensó en abrirse completamente, en contarle la confusión que sentía. Pero el miedo a ser juzgado o incomprendido lo frenó. Finalmente, se limitó a sonreír débilmente y responder:

—Sí... estoy bien. Solo tengo muchas cosas en la cabeza.

Adrián asintió, sin presionarlo más, pero antes de levantarse, colocó una mano en su hombro, dándole un apretón suave.

—Cuando quieras hablar, aquí estaré, Marco. A veces necesitamos poner en palabras lo que sentimos para poder entenderlo —dijo, mirándolo con una intensidad que parecía casi una promesa.

Cuando Adrián se marchó, Marco se quedó solo en la banca, sintiendo que aquellas palabras lo habían tocado profundamente. Sabía que debía enfrentarse a lo que sentía, aunque aún no estuviera seguro de qué significaba todo eso. Quizás era el momento de dejar de huir y permitirse sentir, aunque no tuviera todas las respuestas.

Entre susurros y miradasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora