punto quiebre

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Llevaban apenas una semana compartiendo la casa que sus familias habían comprado para ellos, una residencia que en teoría debía ser su "nuevo hogar". Para Max, sin embargo, aquello no era más que una jaula dorada, un lugar tan frío e inhóspito como la relación con Checo. Todo el montaje de convivencia y romance entre ellos le parecía cada vez más surrealista, y su desprecio por Checo crecía con cada segundo que pasaban juntos.

Aquella noche, Max llegó tarde después de una cena a la que Checo había decidido no asistir, dejándolo solo frente a las preguntas de sus familiares. Subió las escaleras hacia el segundo piso, dispuesto a ignorar la presencia de Checo, pero cuando pasó junto a la sala, lo escuchó hacer un comentario sarcástico desde el sillón.

—¿Así que el buen heredero tuvo que ir solo? —dijo Checo con una sonrisa burlona, sin molestarse en ocultar su tono mordaz.

Max se detuvo y lo miró, sintiendo cómo una furia acumulada comenzaba a arder en su pecho. Había soportado demasiadas humillaciones en silencio, pero aquella burla fue la gota que colmó el vaso.

—¿Sabes? A veces me pregunto si eres tan idiota o solo te esfuerzas por serlo —replicó Max, cruzándose de brazos—. Espero que hayas disfrutado dejándome como un estúpido frente a toda mi familia.

Checo soltó una carcajada seca, sin moverse del sofá.

—Oh, lo disfruté. Verte allí, tratando de fingir que todo está bien... es como ver una comedia barata.

Max sintió cómo sus palabras lo herían, como cuchillos que se clavaban en sus inseguridades. Intentó mantener la calma, pero no pudo evitar lanzar una respuesta cargada de veneno.

—Claro, todo es un juego para alguien tan vacío como tú. Solo te importa burlarte de los demás, ¿no? No tienes ni idea de lo que es realmente importante.

Checo se levantó del sofá, cruzando los brazos y mirándolo con una sonrisa arrogante que hacía hervir la sangre de Max.

—¿Y tú tienes idea de lo que es importante? —replicó, dando un paso hacia él—. No eres más que un niño mimado que se molesta cada vez que algo no sale a su manera. No tienes idea de lo que significa enfrentar la realidad, Max.

Las palabras de Checo eran crueles, pero lo peor era que, en el fondo, Max temía que fueran ciertas. Aquello, sin embargo, solo lo hizo reaccionar con más agresividad.

—¿Realidad? —se burló Max, dando otro paso hacia él—. Tu realidad es una fachada. Pretendes ser el tipo perfecto, pero no eres más que un cobarde que esconde lo miserable que realmente es.

Checo lo miró, sin perder su tono burlón.

—¿Y tú qué sabes de mí? Me juzgas sin siquiera intentar conocerme. Te aferras a ese odio como si fuera lo único que tienes.

Max no pudo contenerse. Sus palabras habían llegado a lo más profundo de su orgullo y de su frustración, y la ira que sentía era tan fuerte que no pudo pensar en otra cosa. Sin pensarlo, levantó el puño y lanzó un golpe directo a la cara de Checo.

El impacto fue certero. Checo no tuvo tiempo de reaccionar y, sorprendido, dio un paso hacia atrás mientras se llevaba la mano a la mejilla, donde el golpe de Max había dejado una marca roja. Por un instante, el silencio se adueñó del lugar, y Max, al ver la sorpresa y la furia en los ojos de Checo, supo que había cruzado una línea de la que ya no había regreso.

Checo lo miró, sus ojos oscuros reflejando una mezcla de incredulidad y odio.

—¿Estás loco? —murmuró, aún sorprendido. La voz le salió baja, casi en un susurro lleno de veneno—. Pensé que al menos serías alguien con un poco de autocontrol, pero parece que eres peor de lo que imaginaba.

Max, todavía temblando por la adrenalina, trató de justificar su reacción, aunque en su interior una parte de él sabía que había cometido un error.

—¿Y qué esperabas? —respondió, tratando de sonar seguro, aunque sentía que sus palabras sonaban vacías—. Quizás ahora aprendas a quedarte callado y no meterte en donde nadie te llama.

Checo esbozó una sonrisa amarga y dolorida, aún con la marca del golpe en el rostro.

—Sabes, Max, si esto es lo que eres, entonces lamento haber pensado que podríamos llevarnos bien, aunque fuera en algún nivel. Eres solo un niño enojado, que no puede soportar la verdad sobre sí mismo.

Max sintió el golpe de sus palabras, como si fuera un segundo puñetazo, pero esta vez a su orgullo. Sin embargo, se mantuvo en silencio, incapaz de responderle, mientras veía a Checo retroceder, con la misma mirada de desprecio que él le había lanzado minutos antes.

—No quiero verte ni escucharte, Max —dijo Checo, su voz helada y cargada de resentimiento—. No soy tu juguete para que saques tu frustración cuando te dé la gana. Así que a partir de ahora, será mejor que te mantengas tan lejos de mí como puedas.

Checo se dio la vuelta y salió de la sala sin decir una palabra más, dejándolo solo en medio de la tensión y el silencio de la habitación vacía.

Max permaneció ahí, sintiendo una mezcla de arrepentimiento y rabia consigo mismo. Aunque en ese momento se negaba a admitirlo, sabía que en el fondo, algo en su interior se había roto. Había llegado a un punto sin retorno, y aunque él y Checo ya se odiaban, ahora el odio entre ellos tenía una nueva intensidad, una que no sería fácil de ignorar.

Aquella noche, Max se quedó despierto, preguntándose si algún día podría superar el peso de aquella relación forzada que solo parecía hundirlo cada vez más en su propia amargura

matrimonio por conveniencia (chestappen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora