semana de desastre

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El calor sofocante de la playa solo parecía aumentar la tensión entre Max y Checo. Desde el primer día, Max, abrumado por la presión y el odio que sentía, encontró en el alcohol una especie de refugio donde descargar sus frustraciones. Checo intentó mantenerse al margen, observando con disgusto cómo Max se dejaba llevar por una actitud cada vez más autodestructiva.

Durante el día, la agenda estaba llena de actividades programadas por sus familias para reforzar la imagen de "pareja perfecta". Sin embargo, cuando caía la noche, Max daba rienda suelta a su enojo. Los golpes, las peleas y los gritos se convirtieron en la constante de sus noches, y Checo apenas podía entender en qué momento Max había llegado a ese extremo.

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La primera noche, Max bebió más de la cuenta en una cena que se suponía debía mostrar su "amor". Apenas se sentaron, él pidió una botella de vino y luego otra, hasta que sus gestos y palabras comenzaron a ser torpes y desinhibidos. Checo intentó mantener la compostura, pero cada comentario de Max se volvía más hiriente.

—¿Sabes qué, Checo? —murmuró Max, apenas sosteniéndose en la silla mientras lo miraba con los ojos entrecerrados—. Tú eres... eres lo peor que me ha pasado. Si no fuera por ti y tu asquerosa actitud, no estaría atrapado aquí fingiendo que me importa lo más mínimo.

Checo mantuvo su rostro impasible, pero la rabia latente era evidente en su mirada.

—Guárdate tus opiniones, Max. No quiero escucharte ahora —replicó en voz baja, evitando provocar una escena frente a los demás comensales.

Max soltó una risa amarga, inclinándose hacia él con una expresión que mezclaba desprecio y dolor.

—¿Por qué? ¿Te incomoda oír la verdad? —dijo, levantando la voz lo suficiente para que varios asistentes giraran la cabeza hacia ellos—. Eres un hipócrita, Checo. Todo esto te divierte, ¿verdad? Verte al lado del "pobre Max" que tiene que soportarte.

Checo sintió una punzada de rabia, pero optó por mantenerse en silencio. Max se dio cuenta de su estrategia y se sintió aún más enfurecido, así que tomó su copa y la vació de un trago, golpeando la mesa al terminar.

—¿No tienes nada que decir? Claro, siempre tan cobarde —siseó Max.

Checo cerró los puños debajo de la mesa, intentando controlarse, aunque sus ojos delataban su incomodidad. Después de un momento, se levantó con calma, dispuesto a marcharse antes de perder el control. Sin embargo, cuando intentó dar el primer paso, Max lo sujetó del brazo con una fuerza sorprendente.

—No he terminado contigo, Checo —dijo Max, su voz baja y llena de resentimiento.

Checo lo miró con una mezcla de odio y compasión, percibiendo el nivel de dolor que se ocultaba tras esa agresividad. Sin embargo, no estaba dispuesto a permitir que Max lo arrastrara con él a ese pozo de rabia.

—Suéltame —replicó, su tono autoritario.

Max lo soltó bruscamente, empujándolo un poco, y volvió a su copa de vino, ignorando las miradas de los demás.

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La segunda noche, Max desapareció en el bar del resort y volvió a la suite a altas horas de la madrugada, tambaleándose y con el aliento cargado de alcohol. Checo ya estaba en la cama, tratando de dormir, cuando escuchó el ruido de la puerta y los pasos torpes de Max al entrar.

—¿Ya estás dormido, princesita? —murmuró Max, soltando una carcajada seca mientras se acercaba a la cama.

Checo intentó ignorarlo, girándose hacia el otro lado, pero Max no se detuvo. Se dejó caer pesadamente en la cama, lanzándole un empujón al costado.

—Mírame cuando te hablo —dijo con voz ronca y despectiva.

Checo, enojado y cansado, se sentó y lo miró con desprecio.

—¿Qué quieres, Max? —preguntó con tono frío—. Ya estás borracho. Vete a dormir y déjame en paz.

Max le devolvió la mirada con los ojos inyectados en sangre, entrecerrándolos con desdén.

—¿Déjame en paz? —murmuró, lanzándole una sonrisa torcida—. Eso quisiera yo. Pero tú... tú siempre estás ahí, haciendo que todo sea más miserable de lo que ya es.

Sin previo aviso, Max le lanzó un golpe en el hombro, más como un empujón agresivo que como un golpe real, pero la fuerza y el odio detrás de la acción hicieron que Checo se sobresaltara. Checo lo miró con una mezcla de incredulidad y enojo, sintiendo cómo el límite de su paciencia se rompía.

—Eres un idiota, Max —le dijo con frialdad, levantándose de la cama y mirándolo desde arriba—. Un idiota patético que no sabe enfrentar sus propios problemas sin culpar a los demás.

Max se levantó tambaleante, poniéndose cara a cara con Checo, quien, a pesar de sentir algo de miedo, se negó a retroceder.

—¿Patético? ¿Eso crees? Al menos yo soy capaz de decir lo que pienso, no como tú, que te escondes detrás de esa estúpida fachada de chico perfecto.

Checo lo miró con desprecio, cruzando los brazos en un intento de controlar su rabia.

—Dices lo que piensas porque estás borracho. Pero ni siquiera tú crees en esas mentiras, Max. Sabes que estás solo, y que al final, el problema no soy yo. Eres tú.

Max soltó una risa amarga y se acercó peligrosamente a él, sus ojos mostrando una mezcla de odio y desesperación.

—Tal vez tengas razón —murmuró, sus palabras casi un susurro venenoso—. Pero prefiero estar solo antes que compartir siquiera un segundo contigo. No eres más que un peso muerto que tengo que arrastrar.

Checo lo miró, su expresión de odio mezclándose con una profunda tristeza que ni siquiera él mismo entendía. Decidió que no valía la pena seguir discutiendo y dio un paso hacia la puerta.

—¿A dónde crees que vas? —gritó Max, sus palabras resonando por toda la habitación mientras intentaba sujetarlo de nuevo.

Pero Checo se apartó con fuerza, abriendo la puerta y lanzándole una última mirada cargada de resentimiento.

—Lejos de ti, Max. No voy a ser tu saco de boxeo, ni tu desahogo. Así que sigue bebiendo hasta perder la conciencia, si eso es lo que quieres. Solo no me arrastres contigo en tu miseria.

Max se quedó de pie, observando cómo Checo cerraba la puerta tras de sí. Por un instante, un destello de arrepentimiento cruzó su rostro, pero se desvaneció al recordar las palabras de Checo. La rabia volvió a invadirlo, y en un arranque de furia, lanzó su copa contra la pared, viendo cómo el vidrio estallaba en pedazos. Sabía que estaba cayendo en una espiral de autodestrucción, pero en ese momento, no podía ni quería detenerse.

matrimonio por conveniencia (chestappen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora