regreso al "hogar"

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El coche avanzaba lentamente por las calles conocidas, pero para Max y Checo, cada giro y cada cruce de semáforo parecía un recordatorio de lo lejos que habían llegado, y de lo cerca que estaban de volver a un lugar que los había visto crecer, pero que ya no parecía ser el mismo. La casa que sus familias les habían dado como base para su "relación de conveniencia" estaba a la vuelta de la esquina, y el peso de su regreso caía sobre ellos con fuerza.

Max miraba por la ventana, sin mucho interés en el paisaje, pero con la mente dando vueltas a todo lo que había sucedido. Desde su primer encuentro hasta ese momento, nada parecía haber encajado bien. La tensión con Checo, las peleas, los celos, el alcohol. Todo había sido una espiral de emociones difíciles de controlar. Y, sin embargo, la idea de estar de vuelta en ese lugar lo inquietaba aún más.

Checo, por su parte, estaba igualmente callado. La cercanía del regreso a la casa lo hacía sentir como si estuviera atrapado en una cápsula del tiempo, donde nada había cambiado, pero todo era diferente. La casa les había pertenecido alguna vez, sí, pero ahora sentía que no encajaba en ella. No con Max, no con su relación. Y mucho menos con lo que había sucedido entre ellos en los últimos días.

Cuando el coche finalmente se detuvo frente a la casa, ambos salieron sin decir palabra. La mansión, imponente como siempre, parecía observarlos en silencio, como si también estuviera esperando algo. Max metió las manos en los bolsillos de su abrigo y caminó con paso firme hacia la puerta. Checo lo siguió a una distancia prudente, aún con la cabeza llena de dudas.

Dentro, el lugar seguía igual. El recibidor grande, las escaleras de mármol que se alzaban como un monumento, la decoración elegante que sus familias habían elegido meticulosamente para mostrar su poder y estatus. Pero para ellos, todo aquello ya no tenía el mismo significado. Era simplemente un recordatorio de lo que sus padres querían que fueran, no de lo que realmente eran.

Max no pudo evitar mirar hacia el salón principal, recordando cómo había jugado allí cuando era niño, cuando las risas eran genuinas y no estaban teñidas de resentimiento. La casa les había pertenecido a ambos en su infancia, pero en ese momento, no había nada que los uniera a esos recuerdos. Ni siquiera los momentos en los que compartían un cuarto, una risa tonta, o un secreto.

—¿Recuerdas cuando corríamos por estas escaleras como si estuviéramos huyendo de algo? —dijo Checo, rompiendo el silencio mientras observaba los peldaños. Su voz era suave, como si no quisiera romper la quietud del lugar.

Max lo miró, algo sorprendido por su comentario, pero también reconociendo que había algo en esa nostalgia que los conectaba, aunque fuera por un momento.

—Sí… me acuerdo. —Max asintió, pero no dijo nada más. Las imágenes de su niñez estaban lejos, casi olvidadas, pero ahora parecían regresar a su mente como fantasmas que ya no podían ignorar.

Ambos caminaron hacia el salón, donde la familia ya había comenzado a reunirse. Las conversaciones eran más distantes que nunca. La tensión estaba en el aire, pero ninguno de los dos quería hablar de lo que había pasado durante el viaje. No todavía. Los recuerdos de su infancia, aquellos momentos felices de su juventud, se desvanecían rápidamente a medida que la realidad de su situación se hacía más presente.

Max, al ver a su familia sentada en el sofá, sintió una punzada de incomodidad. Había sido el centro de la atención desde siempre, el hijo exitoso, el que debía cumplir con las expectativas. Pero ahora, después de todo lo sucedido, sentía una desconexión profunda con ellos. No podían comprender lo que él estaba viviendo, no podían entender lo que sucedía entre él y Checo.

Checo, por otro lado, se quedó en silencio, observando a la familia con la misma sensación de distanciamiento. Recordaba cómo había sido cercano a ellos en su niñez, cómo compartían cenas, juegos y bromas. Pero ahora, todo se sentía falso, una actuación forzada. Y Max, su rival, su compañero en este extraño juego que les había impuesto la vida, se encontraba allí, al lado suyo, como si fuera una extensión de la misma familia que ahora ya no reconocían.

El ambiente en la casa estaba tenso, pero lo que más les pesaba a ambos era la sensación de estar atrapados en un presente que no querían, rodeados de recuerdos que ya no se sentían tan suyos. Checo miró de reojo a Max, sintiendo una mezcla de enojo y… algo más, algo que no podía identificar con claridad. ¿Era arrepentimiento por los momentos que habían pasado juntos en la playa? ¿Era algo más profundo, una conexión que él mismo había intentado negar? No lo sabía. Y lo peor era que no estaba seguro de si quería saberlo.

Max se dejó caer en un sillón, mirando al techo mientras pasaba una mano por su cabello. Las palabras se acumulaban en su garganta, pero no podía decirlas. No sabía cómo. No entendía lo que sentía, y eso lo hacía sentirse impotente.

—¿Qué vamos a hacer ahora? —preguntó Checo sin esperar respuesta. El tono era frío, como si estuviera hablando de algo sin importancia, pero Max percibió la carga en sus palabras.

Max no respondió de inmediato. Pensó en todo lo que había sucedido entre ellos, en todo lo que todavía quedaba sin decirse, sin resolverse. Pero al final, lo único que pudo hacer fue un gesto vago con la mano, como si se hubiera rendido ante la situación.

—No lo sé —dijo al fin, con una sinceridad brutal—. Pero no creo que podamos seguir fingiendo por mucho tiempo, ¿verdad?

Checo lo miró, reconociendo la verdad en esas palabras. La tensión que había estado acumulándose entre ellos ya no podía ignorarse más. Todo lo que habían pasado, las peleas, los momentos de ira, las confusiones, ya no se sentían solo como parte de un juego. Había algo más, algo más real y peligroso que no podían escapar.

Ambos sabían que algo iba a cambiar. No podían continuar así, atrapados en una mentira, sin saber cómo avanzar. Pero al mismo tiempo, ninguno de los dos estaba dispuesto a enfrentar lo que eso implicaría. Lo único que quedaba claro era que, al final, no solo tenían que reconciliarse con sus familias, sino con ellos mismos y, tal vez, con lo que sentían el uno por el otro.

El silencio llenó la habitación, pesado e incómodo. La casa, que alguna vez fue testigo de sus risas y juegos, ahora se convertía en el escenario de una lucha mucho más interna: la batalla contra el amor, el odio, la atracción y la confusión que no podían dejar atrás.

matrimonio por conveniencia (chestappen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora