marca de posecion

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El día en la oficina había sido largo y, aunque Max estaba acostumbrado a la tensión constante de los negocios, algo en su interior seguía revoloteando de forma incómoda. Aquel sentimiento de irritación había comenzado de forma sutil por la mañana, cuando Checo le había mencionado en un tono despreocupado que Carlos estaría en la ciudad por unos días y que, tal vez, se encontrarían durante el almuerzo. A Max no le había dado demasiada importancia en ese momento, pero, al pasar el día, su mente había vuelto a ese comentario una y otra vez. Había algo en la idea de que Carlos y Checo compartieran tiempo juntos que no le gustaba, algo que no podía sacarse de la cabeza.

Lo peor vino cuando, sin que Max lo hubiera planeado, se topó con Carlos en un pasillo de la empresa, donde ambos habían ido a revisar unos contratos y documentos. Carlos, siempre tan relajado, se acercó a saludarlo con una sonrisa amplia y un apretón de manos.

—¡Max! Qué sorpresa verte por aquí —dijo Carlos, con su usual tono jovial.

Max sonrió, aunque la sonrisa nunca llegó a sus ojos. Saludó cortésmente, pero algo en el aire cambió, y no fue solo la interacción con Carlos. Era la forma en que él se había comportado con Checo, cómo se habían reído juntos durante esos días y cómo parecían tan cómodos el uno con el otro. Algo en Max lo estaba carcomiendo, una sensación que no sabía identificar del todo, pero que lo impulsó a hablar sin pensar.

—¿Todo bien con Checo? —preguntó Max, la voz más tensa de lo que pretendía, pero ocultando lo que realmente quería decir: ¿lo estás mirando demasiado?

Carlos no notó la incomodidad y respondió con una sonrisa. —Sí, todo bien. Estuvimos platicando sobre viejos tiempos, ya sabes cómo es.

Max asintió, pero la incomodidad seguía creciendo. A pesar de la sonrisa de Carlos y su tono relajado, algo en la forma en que había dicho "viejos tiempos" hizo que Max sintiera un nudo en el estómago. La sensación de celos aumentó, y no podía evitarlo.

Antes de que pudiera decir algo más, Carlos se despidió de manera amistosa, sin percatarse de lo que había comenzado a gestarse en el interior de Max. Pero Max ya no pudo quitarse esa sensación de incomodidad. Mientras caminaba hacia su oficina, el pensamiento de Checo con Carlos seguía rondando en su mente. La forma en que se habían reído, lo cerca que se habían mostrado el uno al otro, la manera tan fácil en que parecía haber una conexión entre ellos... todo eso lo hizo sentir como si estuviera perdiendo el control.

Pasaron algunas horas, y Max no pudo concentrarse en nada. Los documentos en su escritorio parecían volverse borrosos, y su mente no podía dejar de dar vueltas al mismo pensamiento. Decidió salir de la oficina antes de lo usual, incapaz de soportar la ansiedad que lo invadía. Solo quería llegar a casa, ver a Checo, y aclarar sus pensamientos.

Cuando llegó, Checo estaba en la sala, revisando algunos correos electrónicos desde su tablet, como siempre. Max lo observó desde la entrada, dándose cuenta de lo relajado que se veía. No quería ser el hombre que llegara con preguntas, con inseguridades, pero algo dentro de él lo empujaba a hablar, a confrontar lo que había estado sintiendo todo el día.

—Checo —dijo Max, su tono más firme de lo que planeaba, haciendo que Checo levantara la mirada. —Quiero hablar de algo.

Checo dejó la tablet sobre la mesa, notando el cambio en el tono de Max. —Claro, ¿qué pasa?

Max se acercó, su mirada fija en él. Había algo oscuro y peligroso en su expresión, como si estuviera a punto de decir algo que podría cambiar las cosas entre ellos. —Hoy me encontré con Carlos. —La mención de su nombre hizo que Checo frunciera el ceño. —Y no pude evitar notar cómo se comportan juntos.

Checo no respondió de inmediato, pero el cambio en su rostro fue palpable. La incomodidad creció, y Max aprovechó esa oportunidad para seguir.

—Lo que no entiendo es por qué siempre parece que te llevas tan bien con él, como si hubiera algo más entre ustedes —continuó Max, la voz más tensa y cargada de celos que nunca. Checo intentó hablar, pero Max levantó la mano, interrumpiéndolo. —No lo entiendes, ¿verdad? ¡No lo entiendes porque eres tan… tan fácil con él! Como si no tuviera derecho a que me preocupara.

El silencio entre ellos se alargó, y Checo tragó saliva, sintiendo la presión de las palabras de Max. Sabía que algo pasaba, pero no entendía la magnitud de lo que estaba diciendo.

—Max, ¿qué estás insinuando? —preguntó Checo, la confusión palpable en su voz.

Max no pudo controlar lo que estaba sintiendo, y la necesidad de marcar su territorio lo desbordó. Sin pensarlo más, dio un paso más hacia Checo, y sus palabras salieron con una dureza que no había planeado.

—Lo que estoy diciendo es que no me importa que sea tu amigo. No me importa que se lleven bien, pero eres mi esposo, Checo. Eres mío. Y no voy a quedarme de brazos cruzados mientras tú te diviertes con él o con cualquier otro —Max acercó su rostro al de Checo, mirando sus ojos con una intensidad peligrosa—. Si no te das cuenta de eso, entonces no entiendo qué estamos haciendo aquí.

Checo se quedó paralizado, las palabras de Max lo golpearon con fuerza. La mirada posesiva de Max, esa necesidad de control y propiedad, le hacía sentirse como si fuera una pertenencia, algo que no podía definir con claridad. Lo que Max decía no solo era doloroso, sino aterrador. Había algo en sus palabras que le hizo sentirse atrapado, como si estuviera siendo marcado, como si ya no tuviera derecho a sus propios sentimientos. Y lo peor de todo era que Max lo miraba como si lo estuviera reclamando, como si su espacio y su amor le pertenecieran por completo.

—Max, no puedes hablar así —dijo Checo, casi susurrando, sin saber qué sentir. La confusión lo invadió, pero también un miedo profundo.

Max, sin embargo, no retrocedió. Estaba tan absorbido por el miedo a perderlo que su necesidad de afirmarse se volvió más fuerte. —¿No te das cuenta? Eres mi esposo, Checo. Y como tal, no tienes por qué estar con él, ni con nadie más. —La última parte fue casi un gruñido, un desahogo de todo lo que Max había estado guardando.

Checo lo miró fijamente, sintiendo un nudo en el estómago. Algo dentro de él temía lo que Max había dicho, el tono de posesión que había usado. Lo que Max consideraba una muestra de cariño, para Checo solo era un recordatorio de la inseguridad que lo había comenzado a consumir desde que aquello ocurrió entre ellos. Y ahora, con esta nueva descarga emocional, se sentía más perdido que nunca.

—Max… yo… —Checo comenzó, pero no encontró las palabras adecuadas. Estaba confundido, asustado, y lo único que veía en ese momento era un Max que lo veía como su propiedad, como algo que debía controlar.

Max se acercó más, casi sin querer, pero sus palabras lo siguieron, cargadas de una mezcla de afecto y control. —Eres mío, Checo. Y si eso te molesta, tal vez nunca entendiste lo que esto significa para mí.

Checo, incapaz de responder, retrocedió un paso, buscando algo que le diera claridad, pero solo encontró un vacío aún más profundo.

matrimonio por conveniencia (chestappen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora