entre heridas y silencio

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Los meses pasaron lentamente, llenos de miradas furtivas, de palabras contenidas y de heridas que no dejaban de abrirse. Checo había decidido quedarse, intentando convencerse de que todo lo que sentía por Max era irrelevante, que su relación se reducía a un acuerdo de negocios. Pero sus emociones no cedían, y cada gesto, cada palabra de Max lo afectaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.

Max, en cambio, parecía haber adoptado una especie de ritual. Un día podía ser amable, incluso atento, acercándose con una especie de dulzura que hacía que el corazón de Checo latiera con fuerza. Pero al día siguiente, esa calidez se transformaba en frialdad, en comentarios cortantes y en indiferencia. Max dejaba marcas en su piel, como si fueran pruebas de posesión, pequeños recordatorios de que, en su mente, Checo le pertenecía. Para Checo, esas marcas se volvían una mezcla de dolor y confusión.

En una de esas noches, después de una cena tensa, Max se acercó a Checo con un aire posesivo que le erizó la piel. Sin decir una palabra, lo tomó de la muñeca y, antes de que Checo pudiera reaccionar, sus labios ya estaban en su cuello, dejando marcas, mordidas que se volvían cada vez más dolorosas. Checo sintió un vacío en el pecho, una mezcla de emociones que no sabía cómo manejar. Sabía que para Max ese gesto era una forma de control, pero para él solo era otra herida más en una relación que lo estaba desgastando.

Cuando Max se apartó, lo miró con una expresión fría, casi desafiante.

—No te olvides de quién eres —dijo con tono firme—. Recuerda que estás aquí por un acuerdo, y que las cosas tienen que ser así.

Checo, al escuchar esas palabras, sintió que su mundo se derrumbaba un poco más. Había tratado de convencerse de que podía seguir así, de que podía reducir lo que sentía a una cuestión de negocios, pero la indiferencia de Max le dolía más de lo que podía soportar.

—¿Es necesario que me lo recuerdes de esta manera? —respondió con voz baja, mirándolo con una mezcla de tristeza y cansancio—. Yo sé bien por qué estoy aquí, Max. Pero tú… tú no tienes derecho a jugar conmigo de esta forma.

Max frunció el ceño, como si no entendiera a qué se refería Checo.

—No estoy jugando contigo —replicó, en un tono defensivo—. Solo estoy recordándote lo que esto significa. Tú y yo tenemos un trato, y no deberías olvidarlo.

Checo apretó los labios, sintiendo una rabia contenida. No sabía cómo explicarle a Max que su comportamiento lo estaba destruyendo, que cada palabra hiriente y cada gesto posesivo solo lo hacía sentir más atrapado.

—Lo sé, Max —dijo finalmente, con una voz tan apagada que incluso él mismo se sorprendió—. Pero a veces me pregunto si tú entiendes lo que esto está causando en mí.

Max lo miró por un instante, confundido, pero en lugar de responder, simplemente se dio la vuelta y se dirigió hacia su habitación, dejando a Checo solo, sumido en una tristeza que cada día parecía más profunda.

Esa noche, mientras Checo miraba las marcas en su cuello en el espejo, sintió que algo dentro de él se rompía. Sabía que, si seguía permitiendo que Max lo tratara así, terminaría perdiéndose a sí mismo. Pero, al mismo tiempo, una parte de él seguía aferrada a la esperanza de que, tal vez, Max pudiera cambiar.

Sin embargo, mientras pasaban los días, las actitudes de Max solo se volvieron más impredecibles, y cada vez le resultaba más difícil ignorar el daño que le causaban.

matrimonio por conveniencia (chestappen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora