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El silencio en la habitación del rey era casi palpable. Kuroo, solo, sentado en el borde de su cama, miraba al vacío, perdido en una tormenta de pensamientos oscuros y sin rumbo. Desde que había asumido el trono, su vida se había convertido en un torbellino de responsabilidades, decisiones imposibles y expectativas inalcanzables. Las palabras de su padre sobre el honor de ser rey resonaban en su mente, pero ¿qué honor había en sentirse cada día más atrapado?

Los días de la reciente tormenta habían sido un desafío tras otro, y el agotamiento no solo era físico; era un peso en su alma, una carga que parecía imposible de soportar. Los pensamientos que creía haber dejado atrás, aquellos de los días en que la vida le parecía una prisión, volvían a arrastrarse en su mente. “¿Qué tan difícil sería escapar? ¿Qué tan sencillo sería simplemente… rendirse?”

Mientras luchaba contra estos pensamientos, se recostó en la cama, observando el techo sin realmente verlo. Entonces, casi como un susurro en el viento, recordó la última vez que había sentido la misma desesperación. Fue en esos días oscuros de su juventud cuando el dolor lo embargaba, y el único rayo de luz en su vida había sido Kenma. En ese entonces, Kenma siempre había sabido cómo salvarlo sin palabras, simplemente estando allí, recordándole que no estaba solo.

Kuroo suspiró, cerrando los ojos para calmar su mente, pero la sensación de vacío no hacía más que crecer. Entonces, un sonido suave rompió el silencio. Era la puerta de su habitación abriéndose despacio.

—Kuroo… —La voz baja y preocupada de Kenma lo sacó de sus pensamientos sombríos.

Kuroo abrió los ojos y encontró a Kenma mirándolo con una mezcla de temor y angustia. El cansancio y la tristeza de Kuroo debían ser evidentes, porque Kenma no dudó ni un segundo en entrar y cerrar la puerta tras de sí. Sin decir nada, se acercó a la cama y se sentó a su lado.

—Me dijeron que te habías retirado de la reunión de forma abrupta —dijo Kenma, con la misma calma de siempre, pero con un dejo de inquietud en su voz—. Me preocupaste.

Kuroo soltó una risa amarga, sin un verdadero rastro de humor en ella. Su mirada se mantuvo fija en el suelo.

—Supongo que no soy tan buen rey como todos creen, Kenma. No sé si tengo lo que se necesita. Me siento como si estuviera en un pozo sin salida, incapaz de salvar a mi gente, y menos aún de salvarme a mí mismo.

Kenma lo observó en silencio por unos segundos, absorbiendo cada palabra y cada emoción rota que Kuroo apenas lograba sostener. Sin vacilar, colocó una mano en la de él, entrelazando sus dedos en un gesto tan suave como firme.

—Kuroo… tú has sido siempre fuerte, incluso cuando nadie lo notaba. Pero ahora es diferente, porque no tienes que cargar con todo esto solo —susurró Kenma, sosteniéndole la mano con ternura.

Kuroo miró sus manos entrelazadas, y un sentimiento de calidez comenzó a llenar el vacío en su pecho. Había sido fuerte antes, sí, pero en aquellos tiempos Kenma siempre había estado cerca, incluso sin decir una palabra, acompañándolo en silencio. Esa pequeña pero poderosa presencia que siempre había sido su refugio.

—Kenma, yo… no sé si puedo hacer esto. —Las palabras escaparon de sus labios como una confesión, casi como si Kuroo estuviera entregando cada pedazo de su dolor en ese susurro.

Kenma se acercó, apoyando su frente en la de él, con una proximidad que hablaba más que cualquier consuelo. En el silencio de la habitación, sus respiraciones se mezclaban, y Kuroo sintió una calidez que no había experimentado en mucho tiempo.

—Yo sí creo en ti, Kuroo. No tienes que ser perfecto para ser un buen rey. Solo tienes que ser tú… ese tú que lucha por los demás sin esperar nada a cambio, el que no se rinde, incluso cuando todo parece perdido —murmuró Kenma con una suavidad que acariciaba el alma—. Pero, sobre todo, recuerda que aquí estoy. No voy a dejar que te pierdas, Kuroo. No permitiré que caigas solo en esa oscuridad.

Las palabras de Kenma eran un bálsamo en la tormenta de Kuroo, y sin darse cuenta, el joven rey sintió que algo dentro de él se rompía y sanaba al mismo tiempo. Con un impulso que no pudo controlar, lo abrazó con fuerza, aferrándose a él como si su vida dependiera de ese contacto, de esa cercanía. Kenma correspondió el abrazo, acunándolo con una ternura infinita, como si estuviera sosteniendo cada uno de sus pedazos rotos.

Después de unos minutos, Kenma apartó ligeramente su rostro para mirarlo a los ojos, su mano rozando la mejilla de Kuroo en una caricia ligera, casi reverente. Y entonces, sin saber de dónde sacó el valor, Kuroo susurró:

—Kenma… no sé cómo decirlo, pero… tú eres lo único que me mantiene en pie. —Sus palabras salieron temblorosas, vulnerables.

Kenma sonrió con suavidad, con un brillo en sus ojos que hacía latir el corazón de Kuroo aún más rápido.

—No necesitas decir más, Kuroo. Estoy aquí, y no voy a irme a ningún lado. —Kenma le devolvió la mirada con una intensidad que Kuroo nunca había visto en él, y en ese momento, entendió lo que siempre había sentido: algo más profundo que la amistad, algo que iba más allá de cualquier título o deber.

Kuroo, en un impulso que ya no podía contener, se acercó y, con un leve temblor en sus labios, rozó los de Kenma en un beso suave y cargado de emoción. Fue un toque apenas perceptible, pero en ese gesto, ambos supieron que algo había cambiado para siempre.

Kenma no se apartó; en cambio, le devolvió el beso con una ternura que solo él sabía darle. En esos pocos segundos, la carga de Kuroo se desvaneció, y la habitación dejó de ser un lugar sombrío, iluminada ahora por la promesa de algo nuevo, algo que solo ellos dos compartían.

Cuando se separaron, Kuroo sintió que, por primera vez en mucho tiempo, podía respirar. Su corazón latía con fuerza, pero esta vez no era miedo ni desesperación: era esperanza. Con Kenma a su lado, el peso del trono ya no parecía tan aplastante.

—Gracias… por no dejarme caer —murmuró, sosteniendo la mirada de Kenma.

Kenma sonrió, y en esa sonrisa, Kuroo encontró la fuerza que necesitaba para seguir adelante, porque sabía que mientras Kenma estuviera ahí, nunca más estaría solo.

The King's Fiancé  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora