Salma Martínez, 19:40 p.m.
—Mira, estás me las quiero pillar —le mostré a Marc la pantalla de mi móvil. Él lo miró atentamente y arqueó una ceja, me miró ahora a mí—. Están guapas, eh.
Eran unas Converse altas de Leopardo que les había echado el ojo hace poco.
Marc sonrió de medio lado, como si estuviera calculando algo. Tomó su café y, sin dejar de mirar las Converse dijo:
—¿Qué os a dado todas las mujeres con lo leopardo? Mi madre tiene las New Balance de leopardo y joe'.
Me reí y me eché atrás en el sofá-silla de la cafetería.
Habían montado un pequeño concierto en mi cafetería favorita y habían puesto pastelitos gratis a degustar, y eso no se desaprovechaba jamás.
—Mira estás, Marqui —le volví a mostrar la pantalla del móvil, pero ahora eran unas Converse altas zebra—. Preciosas.
Puso una pequeña mueca.
—Y eso pa' qué —preguntó, dejando el móvil sobre la mesa para estirarse.
—No sé, las leopardo combinan bien y las zebra me combinarían bien con un jersey que tengo.
—¿Te quieres comprar unas bambas solo para un jersey y encima en verano?
—Nooo, tonto. Regálamelas por mi cumple.
Marc se río. Esa risa de old money tan característica de él siempre me sacaba una sonrisa.
—¿Y estás confianzas? —apagó el móvil, lo puso boca abajo y se centro en nuestra conversación mientras yo seguía mirando el móvil. Me encogí de hombros—. ¿Cuándo es tú cumple, Salamandra?
Lo miré mal por el mote.
—Adivínalo, va— lo reté, para dejar de la misma forma mi móvil y mirarlo.
Él fingió pensar y se cruzó de brazos, tomando un aire de experto.
—¿Octubre? —negué con la cabeza, y le di un sorbo a mi café—. Diciembre, entonces —volví a negar—. Noviembre —está vez asentí y él sonrío satisfecho—. ¿Qué día?
—Pues Messi.
—¿El diez de noviembre?
Solté una carcajada. Había entendido el Messi con una normalidad alucinante.
—Sí. ¿Y tu?
Marc ojeó su móvil. Lo volvió a dejar en la mesa y sonrío de lado.
—¿A qué día estamos?
—Cuatro de septiembre de dos mil veintitrés.
—Pues João Félix del... —entrecerró los ojos, fingiendo pensar— Lewandowski.
No me lo podía creer.
—¿El catorce de septiembre? —asintió—. ¡Si no queda nah!
☆☆☆
—¿Entonces me las compras o qué? —insistí, jugueteando con la taza de café entre las manos.
Marc me miró con esa sonrisilla de superioridad que sacaba lo peor de mí y lo mejor de mi paciencia.
—No sé, Salamandra... A lo mejor te las regalo para Reyes, si eres buena.
Bufé teatralmente, tirándome contra el respaldo de la silla mientras él se reía.
El pequeño concierto de la cafetería seguía sonando en el fondo.
Todo me recordaba a Lamine.
Los pastelitos en la mesa eran un tiro directo: a él le encantaban los dulces pequeños y era de los que siempre dejaban los de vainilla y fresa para el final, porque siempre decía "para lo último siempre lo mejor".
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𝟑𝟎𝟒 • 𝕷𝖆𝖒𝖎𝖓𝖊 𝖄𝖆𝖒𝖆𝖑
Romanceℑ𝔫𝔠𝔩𝔲𝔰𝔬 𝔩𝔬𝔰 𝔮𝔲𝔢 𝔡𝔦𝔠𝔢𝔫 𝔮𝔲𝔢 𝔫𝔬 𝔭𝔲𝔢𝔡𝔢𝔰 𝔥𝔞𝔠𝔢𝔯 𝔫𝔞𝔡𝔞 𝔭𝔞𝔯𝔞 𝔠𝔞𝔪𝔟𝔦𝔞𝔯 𝔱𝔲 𝔡𝔢𝔰𝔱𝔦𝔫𝔬, 𝔪𝔦𝔯𝔞𝔫 𝔞𝔩 𝔠𝔯𝔲𝔷𝔞𝔯 𝔩𝔞 𝔠𝔞𝔩𝔩𝔢. 𝔖𝔱𝔢𝔭𝔥𝔢𝔫 ℌ𝔞𝔴𝔨𝔦𝔫𝔤.